Balones fuera - Alfa y Omega

Balones fuera

Maica Rivera

Un hijo da la última despedida a su padre fallecido. Lo hace contando sus traumas, los de ambos: los particulares de cada uno, que les han separado, y los compartidos, que al final les unen apresuradamente y, a todas luces, demasiado tarde.

Doctor en epigenética (analista del ADN), tras ejercer de profesor de guardería, a sus 40 años y desde la añoranza, el protagonista no tarda en reconocer que viene coqueteando de oficio con el afán de protección a la infancia al que se dedicó su progenitor, quien se consagró, a costa de descuidar a su propia familia, a una búsqueda desesperada de niños perdidos y sufridores de abusos. Cuenta cómo, a las puertas de la muerte, se juntaron padre e hijo para intentar solucionar el último caso, basado en unas cartas firmadas por quien se presenta como una niña que pide auxilio cerca del lago italiano de Como. Pero lejos de asistir a un viaje verdaderamente transformador, de la posición del hijo retador a la toma de conciencia como digno heredero de los nobles valores paternos de defensa del débil, encontramos una narración floja y muy dispersa. Sobre todo, encontramos una narración que deja con ganas de más. Nos deja, digamos, anhelantes. A menudo, frustrados.

A pesar de que los conflictos son desgarradores, ¿por qué no llegamos a empatizar del todo? La respuesta es que falta valentía. Los personajes no entran de lleno en el corazón del dolor, son voleadores (aquellos «que dan a la pelota antes de que toque el suelo»), término que, de tomarse en esta dirección, no debiera glosarse como se hace dentro de la trama. Es duro, puede infundir miedo o pudor, pero cuando se describen ciertos caminos no caben medias tintas. La voz narrativa, sin embargo, no llega hasta el final, y la sensación es que lo que tiene vocación de trascendencia queda oculto en intrincados circunloquios y alegorías un poquito extravagantes (da repelús el deseo filial de clonar, literalmente, al progenitor para darle la infancia feliz que no tuvo…). No sabemos las razones internas, pero estilísticamente esto tampoco funciona. A veces, no poner nombre y apellidos al universo, limitarse a ponerle la u en mayúsculas, no se enmarca en poéticas zen o líricas del romanticismo, sino que responde al escapismo. Algo muy común de nuestro tiempo: aliviar sin llegar a sanar a través de la palabra. No podemos evitar decepción cuando leemos sobre una renuncia a la venganza por motivo de cordura y no por razones de perdón.

¿Tal vez debamos cambiar las expectativas lectoras ideales? No exigir ejemplaridad, sino contextualizar al narrador en la fragilidad de su humanidad. Hay, además, algo que gusta mucho de él: se pone siempre del lado de los que sufren, se apresura a coger la mano solitaria en el lecho hospitalario. Desde ese territorio, cuenta lo que sabe y lo cuenta de la única forma que sabe. Solo hace falta que, a su vez, nosotros sepamos que no es el suyo un acento profético ni de gurú aunque haya impostaciones. Solo es la voz de otro hombre herido. Y así es como pueden llegar a abrazarse, si cabe, relatos de esta naturaleza.

Lo que te diré cuanto te vuelva a ver
Autor:

Albert Espinosa

Editorial:

Grijalbo