San Agustín, ¿un modelo para el diálogo interreligioso hoy? - Alfa y Omega

San Agustín, ¿un modelo para el diálogo interreligioso hoy?

¿Cómo debía relacionarse la Roma cristianizada con los inmigrantes bárbaros? A esa pregunta respondía san Agustín en De Civitate Dei. Con motivo del XVI aniversario de esta obra, la Curia Generalicia Agustiniana ha celebrado, del 26 de septiembre al 29 de septiembre, en Roma, un Congreso Internacional, para analizar qué enseñanzas se pueden extraer del obispo de Hipona para el diálogo hoy con personas de otras culturas y religiones

RV

Unos 150 estudiosos de varios países han participado en este Congreso, que se celebra en el Instituto Patrístico Agustinianum, de Roma, en colaboración con el Centro Agustiniano de Wurzburgo, en Alemania, y el Instituto Agustiniano de la Universidad de Villanova en Pensilvania, Estados Unidos. El tema del simposio ha sido: ¿Conflicto o diálogo?, para releer De Civitate Dei: La Ciudad de Dios, a la luz de la relación con las nuevas culturas que con las invasiones bárbaras, entraban en contacto con el mundo romano.

El padre Vittorino Grossi, docente del Agustinianum de Roma, y relator del convenio, ha recordado que, tras haber afrontado la polémica interna que la Iglesia mantenía con los donatistas, Agustín escribió La Ciudad de Dios, afrontando una cuestión que interesaba a todos los hombres y que era la confrontación con los pueblos bárbaros que, en definitiva, ya estaban dentro de los confines del Imperio Romano. La polémica -dijo el estudioso- estaba dirigida contra aquellos que consideraban que era necesario rechazar cualquier mezcla con los invasores. «De hecho, la caída de Roma en el año 410, acentuó una cuestión de fondo sobre el modo de relacionarse con los bárbaros que agredían el Imperio».

Había un grupo consistente al que pertenecía también san Ambrosio -aunque san Agustín en su obra no lo mencione- que quería que los bárbaros fueran detenidos y rechazados. Agustín -prosigue el padre Vittorino Grossi-, tal vez en su calidad de experto sociólogo, se percató de que hacer esto ya no era posible, y que en cambio era necesario favorecer la convivencia. De este modo en su obra La Ciudad de Dios, en los veintidós tomos que la componen, Agustín no habla ni de bárbaros, ni de romanos o de cristianos, sino que habla de todos los hombres que ante sí, solamente tienen dos perspectivas: la primera es una ciudad cimentada en el egoísmo humano, pero destinada a disolverse, y la segunda es la de una ciudad fundada en el amor de Dios, y por lo tanto en el amor de los hombres, destinada a sobrevivir eternamente.

San Agustín dedica el decimocuarto libro de La Ciudad de Dios a las pasiones de los hombres y, en estas páginas, presenta al mundo occidental una nueva antropología apta a iniciar un diálogo de convivencia con el mundo de los considerados bárbaros. «Agustín -añadió el padre Vittorino Grossi- observa que las pasiones de los hombres son iguales, trátese de romanos, bárbaros o cristianos, porque todos ellos tienen una pasión en común, que es la misma pasión de todos los hombres: propender a un mismo fin que es Dios. De ahí que se haga necesario ayudar a la humanidad a tomar conciencia», concluye.