Fundadora del Partido Feminista de España: «La mujer no puede estar en venta» - Alfa y Omega

Fundadora del Partido Feminista de España: «La mujer no puede estar en venta»

Ricardo Benjumea
Lidia Falcón y María Teresa Compte
Foto: Ricardo Benjumea.

Feministas de izquierda y católicas deben ir de la mano contra el intento de legalización de los vientres de alquiler. Es la invitación que lanza Lidia Falcón, fundadora del Partido Feminista de España y una de las impulsoras de la Red Estatal contra el Alquiler de Vientres, organización que ha convocado una manifestación el 6 de mayo en Madrid frente al Hotel Weare Chamartín, en el que se celebra este fin de semana Surrofair, una feria de agencias de maternidad subrogada (la sede inicialmente prevista era el Meliá Avenida de América, que finalmente desistió por la fuerte polémica generada). Recoge el guante María Teresa Compte, directora del Máster Universitario de Doctrina Social de la Iglesia de la UPSA.

Lidia Falcón: Me alegro mucho de que podamos tener este debate, porque tantas veces se escriben cosas como botellas lanzadas al mar y nunca nadie te contesta.

Teresa Compte: Creo que es necesario. Ha sido demasiado tiempo de desencuentros.

¿Es posible cierto entendimiento entre el feminismo de izquierdas y las católicas?

L. F.: Yo me he pasado la vida, y hasta he ido a la cárcel por ello, intentando la unidad entre las personas que quisieran avanzar en estos temas fundamentales. Las jerarquías católicas nos han hostigado mucho a las feministas, pero hemos tenido muy buenas relaciones con mujeres de la democracia cristiana, antes y después de la Transición. Excepto en la cuestión del aborto. Eso es un muro insalvable.

T. C.: Ahí probablemente nunca estaremos de acuerdo. Yo, como cristiana que cree firmemente en la liberación de la mujer, no entiendo que la liberación pase por el aborto.

L. F.: Esto no lo voy a discutir. Conozco tu postura y tú conoces la mía. Pero se ha propiciado que el aborto sea una solución –que nunca es amable ni divertida– con la hostilidad hacia los métodos anticonceptivos. Y hay situaciones de sufrimiento horroroso. En México, una niña de 11 años violada por el padrastro que tuvo que dar a luz. ¿Eso se puede tolerar desde una perspectiva cristiana?

T. C.: Mi respuesta es que ahí hay dos vidas humanas.

L. F.: No son comparables.

T. C.: El problema es ponernos en la disyuntiva de tener que escoger. Que una niña de 11 años haya sido violada es un crimen horrible. Pero lo que yo no puedo aceptar de ninguna manera que el bien de esa niña se vaya a ver protegido por exterminar otra vida.

L. F.: Si se pueden salvar las dos vidas a la vez, pues estupendo. Y si no, hay que escoger.

T. C.: Es un tema en el que no vamos a estar de acuerdo. Pero dicho esto, ¿de verdad no hay cientos de cuestiones en las que sí podemos estarlo?

L. F.: En casi todas las demás. Pero yo reprocharía que en temas de derechos humanos como la violencia no haya habido una rotunda declaración oficial por parte de las autoridades eclesiásticas. Echo en falta menos hablar de que la familia se hunde y más de las verdaderas desgracias, como las mujeres maltratadas. Muchas han buscado consejo en el cura, que se limitaba a pedir paciencia y resignación.

T. C.: Hoy ya no estamos en eso. Aunque es verdad que todo lo que tiene que ver con la atención a las víctimas en la sociedad española, también en el seno de la Iglesia, está en pañales.

L. F.: El año pasado tuvimos al menos 102 asesinadas, más del doble de lo que dicen las estadísticas oficiales. La ley divide a las víctimas entre mujeres y género. Las que son género –la esposa o la amante fija– tienen derecho a protección y figuran en las estadísticas. Las que solo son mujeres, no: la hija, la hermana, la compañera de trabajo, la prostituta… El año pasado un señor mató a su sobrina de 13 años que no se dejó violar y esta no cuenta. Hemos constituido el Frente Feminista para pedir la modificación de la ley, que tiene unos agujeros horribles.

Foto: Ricardo Benjumea.

T. C.: Ahora somos género.

L. F.: Perder la categoría de mujer es una equivocación. Porque entonces hay que demostrar que el maltrato se hace en razón del desprecio al género. ¡Pero qué significa esto! Matan a la mujer porque se la desprecia. Porque es prisionera de un sistema social, cultural, económico y político de opresión. Cuando un tipo te mete mano en la calle no es porque seas género, es porque eres mujer. Porque la mujer en nuestra sociedad es mercantilizable.

Sobre esto último, ¿qué problema habría en la legalización de la prostitución? Hay quien argumenta que sería la manera de asegurar unos derechos para esas mujeres.

L. F.: Esa campaña la desencadenó hace 20 o 25 años la mafia de la prostitución. Lo que pretende es disfrutar alegremente de un negocio (el más lucrativo del mundo después del tráfico de armas) que contrata los servicios sexuales de mujeres a unos degenerados. A mí me sorprendió cuando fui a la comisión parlamentaria que debatió acerca de la prostitución, y la presidenta, que era del PP, me dice: «Todo es cuestión de dinero». Yo le respondí: «Entonces podemos vender armas y drogas, contratarnos como asesinos, vender órganos…». Si tú crees que por dinero se puede hacer cualquier cosa, vamos al salvajismo. Eso sí, los que defienden este negocio no querrán que su madre ni su hija sean prostitutas, eso es para otras mujeres.

T. C.: No puedo estar más de acuerdo. No podemos generar una sociedad formalmente democrática donde a través de la prostitución estás consagrando la desigualdad.

L.F.: Una desigualdad perversa. Recuerdo a una compañera feminista que se iba a las cinco de la mañana para encontrarse con las chicas de la calle Montera de Madrid a llevarles café o un poco de caldo. Estaban heridas, drogadas, alcoholizadas… Una contaba por ejemplo que esa noche había aguantado 60 penetraciones. Yo no sé cómo se puede sobrevivir a eso. ¿Eso es el destino de unas cuantas mujeres para que haya unos cuantos hombres que se satisfagan?

¿Dónde queda el varón en esa descripción que hacéis?

L. F.: En el movimiento feminista, durante la dictadura, teníamos compañeros solidarios en defensa de los derechos de la mujer, pero pasado un tiempo nos opusimos a que los hombres participaran en las reuniones de nuestros grupos porque no venían más que a mandar: opinaban mejor que nosotras, sabían todo mejor que nosotras… Aunque tampoco hay que ser apocalípticos. Han aprendido muchas cosas en este tiempo, sobre todo en la conducta personal lo veo. Y los jóvenes tienen una relación distinta de la que tenían sus padres. Aquella familia autoritaria, en la que el padre mandaba, ya no es tan frecuente.

T. C.: Se ha avanzado, pero la relación de reciprocidad no sé hasta qué punto se ha llegado a interiorizar. La verdadera igualdad está en la complementariedad, que no es esa tontería del amor romántico que nos han vendido, como dices en tu autobiografía La vida arrebatada.

L. F.: Algún día terminaré un libro que empecé hace 30 años sobre sexualidad y amor. Yo diría que no sabemos amar. La desorientación de los adolescentes y los jóvenes es brutal, en momentos en que se disparan las hormonas y necesitan poner sus ideas en orden. Se ha dado alguna información, muy poca, sobre anticoncepción. Y nada más. Como si el amor fuera exclusivamente eso.

T. C.: Como si el amor fuera solo genitalidad. Ahí me surge una pregunta: a finales de los años 60, una de las reivindicaciones de cierto movimiento feminista fue la liberación sexual, por liberarse del padre, de la opresión burguesa… ¿Pero de verdad ha sido liberación para las mujeres, o ha hecho que las chicas jóvenes vivan unas relaciones en las que, en nombre de esa liberación sexual, tienen que subordinarse a los deseos sexuales de sus parejas?

Foto: Ricardo Benjumea.

L. F.: En una de mis novelas, El juego de la piel, describí la explotación sexual por parte de los mozos en el movimiento hippy. La opresión del hombre sobre la mujer se da entre católicos, entre liberales, entre comunistas o entre fascistas, como base además de todas las explotaciones.

T. C.: No podemos seguir cultivando la conciencia de que el hombre es un ser de necesidades sexuales incontrolables. La sexualidad se puede educar. No es verdad que el hombre no pueda ejercerla racionalmente. ¡Qué tontería es esa! Y no olvidemos que aquí lo fundamental es una cuestión de dignidad y derechos. La mujer prostituta es un sujeto de derechos.

L. F.: Te dicen que escoge libremente. ¿Pero qué libertad tiene un ser humano que padece miseria, que de joven la han violado…? Y no hay que olvidar que hemos llegado a un acuerdo que no se cumple, pero que ahí está: la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.

La Declaración habla de derechos «irrenunciables», aunque uno quiera desprenderse libremente de ellos.

L. F.: Por eso se debe abolir la prostitución. Tampoco podrías venderte como esclavo aunque lo firmaras por contrato. Sería nulo de pleno derecho.

T.C.: En eso también estamos de acuerdo. Y volviendo a los vientres de alquiler, ¿dónde queda la libertad de mujeres que viven enajenadas durante los nueve meses que dura una gestación?

La imagen que proyectan es la de la estudiante de California solidaria con una pareja infértil que, gracias a esto, se paga los estudios.

L. F.: Siempre nos sacan a la ternera de dos cabezas. Pero no se legisla para casos individuales, porque necesitaríamos miles de leyes. Como norma moral de una sociedad, la capacidad reproductora de la mujer no puede estar en venta ni en alquiler.

T. C.: El cuerpo de la mujer es rentable y el mercado lo sabe. Ya sea para satisfacer el deseo sexual de quien puede pagar o de quien, como Ronaldo, quiere ser padre evitando que su patrimonio caiga en manos de alguna mujer. ¿Dónde quedamos nosotras?

L. F.: Probetas. Cuando hay además miles de niños para adoptar.

T. C.: El negocio es tan complejo que tú puedes fecundar un óvulo en determinado país e implantar ese embrión en el vientre de una mujer que está en Nigeria y cobrará menos dinero. Por catálogo. Si no puedes pagar los 150.000 dólares, seguro que puedes pagar 20.000. Y de esta forma conseguimos que países como Ucrania o Georgia aumenten su PIB. El escándalo es tremendo. Pero lo apasionante del momento es que las mujeres que venimos de cosmovisiones distintas podemos y debemos estar de acuerdo en este tipo de cuestiones…

L. F.: Por supuesto.

T. C.: …porque lo que se está poniendo en entredicho es la dignidad de las mujeres. Tú y yo no estaremos de acuerdo nunca en el tema del aborto, pero a las dos nos preocupa que se siga cultivando una mentalidad en la que el cuerpo de una mujer se puede comprar o vender. ¡Pues vamos a ello!

L. F.: Bueno, yo te espero el día 6 en la puerta del Hotel Weare.

Dos voces críticas

Lidia Falcón lanzaba hace unas semanas una pulla al podemita Íñigo Errejón por su apoyo a la maternidad subrrogada. en una carta abierta (aún pendiente de respuesta) en Público.

Teresa Compte, por su parte, cree que la Iglesia tiene pendiente un debate sobre la mujer, no subordinado a otros temas como la familia. Y se pregunta: «¿Dónde hemos estado las mujeres católicas en temas como el maltrato, la discriminación de la mujer, la prostitución…?».