La claves cristianas que transformarán el mundo de los negocios - Alfa y Omega

La claves cristianas que transformarán el mundo de los negocios

La vida como don, el mundo como creación de Dios y el bien común son los criterios que expuso el presidente de Caritas Internationalis, el cardenal Tagle, durante las Jornadas de Teología de la Caridad que se acaban de celebrar en Santiago de Compostela

Fran Otero
El cardenal Tagle, presidente de Cáritas Internationalis, (centro) acompañado por los presidentes de Cáritas Española (izq.) y Cáritas Diocesana de Santiago (derecha). Foto: Cáritas Española

La presencia del cardenal arzobispo de Manila y presidente de Caritas Internationalis, Luis Antonio Tagle, marcó las XVII Jornadas de Teología de la Caridad que organizó Cáritas Española en Santiago de Compostela el pasado fin de semana. El purpurado, que justo hace un año también viajó a España para participar en la Semana Nacional de Vida Religiosa, propuso en esta ocasión un cambio de mentalidad y actitudes para el mundo de la economía.

Una propuesta que pasa por «evaluar y renovar la cultura» a través de la visión cristiana del mundo. Una cultura en la que solo ocho personas son tan ricas como la mitad del mundo: «No negamos que las personas más exitosas del planeta sean emprendedoras, creativas, trabajadores y afortunadas. Pero lo que nos perturba y debería perturbarnos es la idea de que esa riqueza generada con la ayuda de tantísimas personas no es distribuida justamente. Debemos desconcertarnos. Tenemos que hacer preguntas. Necesitamos examinarnos y ver si participamos de este sistema con un participación activa o con la indiferencia».

En este sentido, durante su intervención, expuso tres criterios. El primero, recuperar la visión de la vida como don y restaurar el sentido de gratitud, «ignorado en una filosofía de la vida consumista, pragmática y utilitarista». «Todo gira en torno a la consecución de logros personales. Nada es recibido: todo es logrado. Nadie merece agradecimiento alguno, excepto uno mismo», añadió.

En segundo lugar, recalcó la necesidad de reafirmar la fe en Dios Creador y en el papel de cada uno como gestores de los bienes de la tierra. Y dijo: «Los seres humanos frecuentemente pretenden ser creadores y propietarios de la tierra. El olvido del verdadero Creador y nuestra gestión llevan al mal uso y abuso de la ecología medioambiental y humana».

La tercera y última propuesta del cardenal filipino tiene que ver con la búsqueda del bien común, pues afirma que «la actividad económica como motor para generar riqueza debe ir a la par con la justicia distributiva para que toda la familia humana se pueda beneficiar de los bienes de la tierra».

Tras proponer un examen de conciencia que permita la purificación del mundo de los negocios, afirmó que «los pobres podían ser los agentes de una nueva evangelización» en este campo. Y contó una historia que vivió en primera persona, la de una visita a Metro-Manila, área metropolitana de la capital filipina: «Paramos en un semáforo en una de las carreteras e inmediatamente empezaron a aparecer vendedores. Nuestro conductor indicó a los vendedores que no queríamos nada. Se fueron. De repente, uno de ellos, que vendía barquillos, volvió corriendo a nuestro coche y empezó a saludarme con las manos mientras decía: “Cardenal, cardenal”. El conductor volvió a decirle que no queríamos nada, pero el vendedor continuó llamándome y ofreciendo barquillos. Bajé la ventanilla y saludé al hombre. El conductor volvió a insistir, pero el vendedor replicó: “No estoy vendiendo. Se lo quiero dar al cardenal como un regalo”. Este hombre que necesitaba cada céntimo para vivir estaba dispuesto a renunciar al beneficio para dar a su obispo un sencillo regalo». En ese momento, concluye Tagle, se abrió a él un nuevo orden económico, exhibiendo «el inmenso poder de los valores que los pobres guardan como su tesoro».

Lágrimas por los refugiados

El cardenal Tagle es un hombre expresivo, cercano. No le importa mostrarse en público y así lo hizo en Compostela cuando se le saltaron las lágrimas al hablar de los refugiados, del menor no acompañado que se encontró en Grecia. Lo contó así: «Nunca olvidaré al muchacho que estaba de pie en la larga cola. Estaba solo, un menor sin compañía. Después de darle comida, empecé a conversar con él y supe que venía de Siria. Le pregunté dónde estaban sus padres y me respondió que en su país. Le pregunté por qué había venido solo, por qué no habían viajado con él. Con el poco inglés que sabía me respondió que los padres le dijeron que se fuera. Siempre que me acuerdo de nuestro encuentro rezo por él, pero estoy preocupado: ¿dónde estará ahora?, ¿estará bien?, ¿estarán sus padres todavía vivos?, ¿se reunirá algún día su familia? Él y otros refugiados me han forzado a revisar mis prioridades. Lo que solía considerar una ganancia, parece ahora insignificante frente al sufrimiento y su necesidad».