Oscar Romero, protomártir contemporáneo - Alfa y Omega

Oscar Romero, protomártir contemporáneo

Es providencial que la beatificación de monseñor Oscar Arnulfo Romero vaya a tener lugar cuando, «por primera vez en la historia», la Iglesia tiene «un Papa latinoamericano» que insiste continuamente en que «quiere una Iglesia pobre para los pobres». Monseñor Romero dio su vida por amor a Dios y a su pueblo, y «pasa a ser algo así como el primero de la larga lista de nuevos mártires contemporáneos», dijo el obispo Vincenzo Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de beatificación, al glosar su figura en una rueda de prensa en el Vaticano

Redacción

«No deja de ser significativo que su beatificación tenga lugar mientras en la cátedra de Pedro, está, por primera vez en la historia, un Papa latinoamericano que quiere una Iglesia pobre para los pobres. Hay una coincidencia providencial», dijo monseñor Paglia. Gracias a Francisco –reconoció–, el proceso de beatificación ha podido acelerarse y llevarse finalmente a buen término.

«El trabajo de la Congregación para las Causas de los Santos (con el cardenal Angelo Amato) ha sido atento y solícito», hasta que, finalmente, «por unanimidad de pareceres, tanto de la comisión de cardenales como de la comisión de teólogos, se confirmó el martirio por odium fidei». Al reconocerse el martirio, la beatificación no requiere acreditar un milagro atribuido a su intercesión.

El Presidente del Consejo Pontificio para la Familia expresó también su gratitud a Benedicto XVI, «que siguió la causa desde el principio, y que el 20 de diciembre de 2012 decidió desbloquearla para que prosiguiese su itinerario regular».

Paglia recordó también a san Juan Pablo II, para quien el martirio de Romero recordaba al de otros dos santos asesinados en el altar, san Estanislao de Cracovia y Thomas Becket de Canterbury. «Lo mataron en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino… Fue asesinado un obispo de la Iglesia de Dios, mientras ejercía su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía», decía el Papa Wojtyla, que varias veces repitió con fuerza: «Romero es nuestro, Romero es de la Iglesia».

En el arzobispo de San Salvador, según Paglia, «se quería atacar a la Iglesia que brotaba del Concilio Vaticano II. Su muerte, como muestra claramente el detallado examen documental, fue causada por motivos no sólo simplemente políticos, sino por odio a una fe, que, amasada con la caridad, no callaba frente a las injusticias, que implacable y cruelmente se abatían sobre los pobres y sus defensores. El asesinato en el altar, una muerte, sin duda, más incierta, dado que había que disparar desde treinta metros en comparación con una provocada desde corta distancia, tenía un simbolismo que sonaba como una terrible advertencia a cualquiera que quisiera seguir por ese camino».

Los pobres, en el centro

«Ha sido –reconoció Paglia– un largo proceso que ha visto muchas dificultades tanto por las oposiciones respecto al pensamiento y a la acción pastoral del arzobispo, como por la situación conflictual que se había creado en torno a su figura».

«Romero –añadió– amaba desde siempre a los pobres». Ya «cuando era un joven sacerdote en San Miguel, lo acusaban de comunismo, porque pedía a los ricos que dieran el salario justo a los campesinos que cultivaban café. Y él les respondía que, actuando así, eran ellos los que no sólo obraban injustamente sino los que abrían las puertas al comunismo».

«Romero comprendió cada vez más claramente que para ser el pastor de todos tenía que empezar por los pobres. Poner a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y, por tanto, también de todos los cristianos, incluyendo a los ricos, era la nueva forma de la pastoral. El amor preferente por los pobres, no solo no amortiguaba el amor de Romero por su país, sino que, al contrario, lo sostenía. En este sentido, Romero no era un hombre de partido, a pesar de que a algunos podría parecer así, sino un pastor que quería el bien común de todos, pero partiendo de los pobres. Nunca dejó de buscar el camino para pacificar su país».

Protomártir contemporáneo

«Romero –dijo el Presidente del Consejo Pontificio par ala Familia– pasa a ser algo así como el primero de la larga lista de nuevos mártires contemporáneos». De ahí que su figura sea un referente en toda la Iglesia, y aun fuera de ella.

Hay una estatua del arzobispo en la fachada de la catedral de Westminster (Londres), junto a la de Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer, recordó.

Además, «el 24 de marzo [el día de su muerte] se ha convertido por decisión de la Conferencia Episcopal Italiana en Jornada de oración por los misioneros mártires». E incluso «las Naciones Unidas han proclamado esa fecha Día Internacional por el Derecho a la Verdad en relación con las Graves Violaciones de los Derechos Humanos Fundamentales y la Dignidad de las Víctimas».

A juicio de monseñor Paglia, «es un don extraordinario para toda la Iglesia del comienzo de este milenio ver subir al altar un pastor que dio su vida por su pueblo». «El martirio de Romero dio sentido y fuerza a muchas familias salvadoreñas que habían perdido a familiares y amigos durante la guerra civil. Su memoria se convirtió de inmediato en el recuerdo de las otras víctimas, tal vez menos conocidas, de la violencia».

«Romero creía en su función como obispo y primado del país, y se sentía responsable de la población, especialmente de los más pobres: por eso se hizo cargo de la sangre, del dolor, de la violencia, denunciando las causas en su carismática predicación dominical seguida a través de la radio por toda la nación».

En medio de la grave crisis que atravesaba El Salvador, Dios le dio fortaleza para convertirse en «un defensor civitatis [defensor del pueblo, frente a los abusos del poder] en la tradición de los antiguos Padres de la Iglesia; defendió al clero perseguido, protegió a los pobres, defendió los derechos humanos».

Durante la dictadura militar, «el clima de persecución era palpable. Pero Romero pasó a ser claramente el defensor de los pobres frente a la feroz represión. Después de dos años de arzobispado de San Salvador, Romero contaba 30 sacerdotes perdidos, entre los asesinados, los expulsados y los reclamados para escapar de la muerte. Los escuadrones de la muerte mataron a decenas de catequistas de las comunidades de base, y muchos de los fieles de estas comunidades desparecieron. La Iglesia era la principal imputada y por lo tanto la más atacada. Romero resistió y accedió a dar su vida para defender a su pueblo».

Teólogo de la liberación…, de la corriente de Pablo VI

Pero el arzobispo era, ante todo, «un hombre de Dios, un hombre de oración, de obediencia y amor por la gente. Rezaba mucho… Y fue duro consigo mismo, ligado a una antigua espiritualidad hecha de sacrificios… Tuvo una vida espiritual lineal, a pesar de su carácter no fácil, estricto consigo mismo, intransigente, atormentado. Pero en la oración encontraba el descanso, la paz y la fuerza».

«Fue un obispo –destacó Paglia– fiel al magisterio. En sus papeles emerge clara la familiaridad con los documentos del Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla, la doctrina social de la Iglesia y en general otros textos pontificios».

«Muchas veces se dice que Romero estaba subyugado por la teología de la liberación. Una vez un periodista le preguntó: ¿Está usted de acuerdo con la teología de la liberación? Y Romero contestó: Sí, por supuesto. Pero hay dos teologías de la liberación. Una es la que ve la liberación sólo como liberación material. La otra es la de Pablo VI. Yo estoy con Pablo VI».

RV / Redacción