Fiarse de Dios - Alfa y Omega

Fiarse de Dios

Una Iglesia en salida hacia las periferias es la que sale al encuentro del Resucitado para hacerlo presente en el mundo

Alfa y Omega
Foto: EFE/Leonardo Muñoz

Tener fe significa confiar en Dios, fiarse de sus promesas de vida eterna, pero también creer que Él es el Señor de la historia y nos sostiene en el día a día. Hay experiencias sorprendentes de abandono en la Providencia. Otras –la mayoría– son más discretas, cuando no estrictamente personales e intransferibles. Quien más y quien menos ha podido comprobar que quien se atreve a fiarse de Dios no queda defraudado.

Es la experiencia del encuentro con Jesús resucitado, que tiene una dimensión contemplativa (reconocer sus signos en nuestro entorno), al igual que una dimensión activa, en la que el Papa ha insistido continuamente durante la Semana Santa. Si la razón de ser de la Iglesia es testimoniar que Cristo ha resucitado, el anuncio más urgente debe hacerse en «todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra», decía Francisco durante la vigilia pascual. Esto significa salir a buscar con Jesús «a quien está perdido en los laberintos de la soledad y de la marginación», afirmaba el Pontífice unas horas más tarde en su Mensaje de Pascua. Para el cristiano esto es mucho más que un imperativo moral: es entre los pobres donde Jesús ha indicado que hay que buscarle. Una Iglesia en salida hacia las periferias es, pues, la que sale al encuentro del Resucitado para hacerlo presente en el mundo, dejando que sea el Espíritu quien la conduzca. Una Iglesia que se fía de la Providencia.

Desde esta perspectiva hay que entender las duras palabras del Papa en el vía crucis del Coliseo cuando clamaba «vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente se vierte de mujeres, de niños, de inmigrantes y de personas perseguidas por el color de su piel, por su pertenencia étnica, social o por su fe». Vergüenza clamaba también por tantas veces en que la Iglesia eleva su voz «gritando en el defender nuestros intereses», mientras que ha sido «tímida en el defender los de los demás». Es la Iglesia autorreferencial frente a la que tan insistentemente pone en guardia el Papa, como sal que se ha vuelto sosa y no es capaz ya de cumplir su única misión: anunciar al Resucitado.