En su búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza, se encontró a Dios - Alfa y Omega

En su búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza, se encontró a Dios

Cristina López Schlichting es una conocida periodista, que ha trabajado para diversos medios de prensa, televisión y radio. Actualmente es presentadora de la radio COPE, participa en un programa de 13TV y es columnista en el diario La Razón.
 Aunque en su infancia no recibió mucha formación religiosa, sentía una gran inquietud interior y se planteaba muchas preguntas sobre el sentido de la existencia. No era capaz de admitir que todo lo bello estuviera condenado a la muerte y al fin.
A través de un recorrido intelectual de búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza, como ella misma cuenta, Cristina llegó a la convicción de la existencia de Dios e inició un camino de acercamiento a él.
Durante los estudios universitarios en Alemania, entabló amistad con un matrimonio que la invitó a preguntarse: «¿Y si Dios existe?». De este modo descubrió que había alguien que la conocía mejor que ella misma y que tenía un plan para ella.
 En este trayecto espiritual, ha presenciado muchos testimonios de fe, en Albania, en India, en Argelia, en Oriente Medio…, que la han ayudado a madurar como católica y a decidirse por vivir según la voluntad de Dios, aunque resulte costoso

Fundación EUK Mamie-HM Televisión

¿Cómo fue tu infancia?
Yo nací en una familia que no practicaba, hija de una madre que había sido luterana y de un padre bueno, educado en el catolicismo tradicional en España, aunque, realmente, nosotros no reservábamos espacio al cristianismo en nuestra educación. Pero fue muy raro, porque éramos 4 hermanas con una inquietud religiosa fuera de lo normal. Éramos como huevos de otro nido. De hecho, yo creo que dábamos muchísima lata en casa y, desde niñas, nos preocupó extraordinariamente. Nos planteábamos la vida de una forma muy fiera, muy intensa y apasionada. Yo pienso, ahora que mis padres forman también parte de la Iglesia y que vivimos la fe todos juntos, que realmente ellos nos lo inculcaron de una forma inconsciente, porque ellos amaban la verdad y la belleza —y la aman— de una forma muy clara, y Dios es la verdad, la belleza y el bien. Eso lo vivíamos en casa. Entonces, nos iniciaron muchísimo en el amor al arte, a la música, a la pintura clásica. Teníamos los abuelos en Alemania y viajábamos por toda Europa. Realmente, nosotros, la pregunta que nos hacíamos era: esto que estamos escuchando, que estamos viendo, tan bello, que nos conmueve de esta manera tan profunda, que nos abre horizontes de infinito, ¿por qué está condenado a la muerte? Esta era la pregunta que teníamos constantemente. Más pequeñas o ya más adolescentes, la planteábamos todo el rato y volvíamos locos a nuestros padres.

Esa situación me hacía sufrir mucho, porque es una pregunta que yo creo que hace sufrir a todas las personas que me están escuchando. Cuando uno escucha una sinfonía hermosa —escucha el Requiem de Mozart—, o cuando ve un cuadro que le conmueve, o va a un concierto que le pone muy contento, el pensar que todo aquello va a acabar en la nada, o sea, el que las grandes ilusiones de tu corazón están llamadas al fracaso, es algo que necesariamente tiene que poner muy triste a la persona, salvo que esté muerta, o esté difunto el corazón.

¿Cómo entró Dios en tu vida?
Las hermanas Mercedarias con las que yo me crié me familiarizaron con la formación en la fe y, en ese sentido, mi familia ayudó. Pero fue en BUP (el Bachillerato de entonces) cuando un profesor, José María Sánchez Garzón —se ha hecho sacerdote a la vejez—, que era profesor de filosofía y de religión, había vivido él apasionadamente este recorrido y empezó a hacerme entrever que la fe y la razón no eran contrarias. Esta es una cuestión que impide la fe de mucha gente —por lo menos de mi generación—, la idea de que, a caballo entre el siglo XX y el siglo XXI, una mujer inteligente, una mujer interesada por las cosas, no podía ser católica. Yo vivía en una familia, por un lado muy inteligente —mi padre y mi madre lo son—, muy racional, muy culta; y, por otro lado, de una pasión grande, que es propia de mi temperamento. Y no podía conciliar ambas cosas con la fe. Él empezó a hablarme de los grandes autores cristianos, de Péguy, de los personalistas franceses, que empezó a vivir la filosofía como nosotros, de una forma muy inteligente, y yo empecé a entrever que era hija de una tradición cristiana, la tradición del humanismo cristiano europeo, de la que empecé a sentirme muy orgullosa. Ahí empezaron mis preguntas racionales, que son las preguntas que me han llevado a la fe, porque yo digo siempre que el culmen de la razón es la fe. El momento de la razón abierta plenamente a la realidad, la que busca las razones últimas de todas las cosas, es un momento de absoluta honestidad, en el que la razón manifiesta su incapacidad para explicarlo todo. Y en ese momento de apertura llega la gracia de la fe. Te das cuenta verdaderamente de que la palabra última es un amor infinito para el que estás hecho, una belleza infinita, un bien infinito, y hasta ese borde mismo te lleva la razón si vas hasta el fondo. Pero claro, si la censuras a medio camino, si tú le das a la razón una respuesta previa, si tú decides por ella una respuesta que no tienes…, entonces no puedes abrirte.

¿Cómo fue tu conversión?
Mi conversión fue un recorrido intelectual, primero con este sacerdote y después, al encontrar el movimiento «Comunión y Liberación», con nuestro fundador, Luigi Giusiani, que era un hombre que había ido justo a esta pregunta. Él se había planteado cómo era posible que el hombre del siglo XX, en los años 50, estuviese todavía participando de una serie de convicciones religiosas, rezos, etc., que no tenían ya nada que ver con la vida, con el amor conyugal, con el gusto por el trabajo, con el afán por crear empresas, con vivir una vida justa, con cambiar el mundo. No había conexión ya entre lo que verdaderamente interesaba al hombre y a la mujer, y lo que planteaba la fe. Y él hace este recorrido, empieza a pensar sobre esta cuestión, y a mí me ilumina extraordinariamente conocer a la gente de «Comunicación y Liberación» en España.

Evidentemente, también hay un punto afectivo, porque cuando tú descubres la grandeza humana de la Iglesia te enamoras. Yo, que he tenido la posibilidad profesional de conocer la obra de Santa Teresa de Calcuta y tocar su cadáver, que he conocido la obra y la persona de Juan Pablo II, realmente he tenido suerte de conocer grandes santos.

Estaba estudiando Periodismo en la Complutense y después tuve un periodo muy interesante en Alemania, porque estuve un año allí. Conocí las comunidades de Comunión y Liberación allí. Concretamente, conocí una familia de un médico y una farmacéutica que tenían la casa abierta, que vivían de una manera diferente. Para ellos que el trabajo era una experiencia apasionante, como médico, como farmacéutica. La familia era una experiencia interesantísima, el cambio y la creación en la sociedad era una experiencia interesantísima, y yo, que siempre he sido muy curiosa como periodista y muy envidiosa por mi temperamento, necesariamente deseé eso. Hay una anécdota específica que puedo contar con relación a eso, que yo creo que fue el momento de mi conversión. Yo vivía en Bon y ellos vivían en Colonia. Son ciudades relativamente cercanas, pero hay que coger trasporte público y tren, y ellos se reunían los viernes por la noche. Era un invierno de veintitantos grados bajo cero. Yo no estaba familiarizada con la nieve y ellos pretendían que yo cogiese un autobús desde Bon, después un tren, fuese a la casa de Martín y de María en Colonia, estuviese apenas una hora en su casa y después regresara haciendo ese itinerario a las 8, las 9 o las 10, no me acuerdo, a una hora que en Alemania es noche profunda. Y yo encontraba una desproporción enorme entre lo que me pedían y lo que yo iba a recibir, que era una hora de conversación con amigos. Así que les expliqué yo muy bien, en posesión de la verdad, que aquello no tenía sentido, ni pies ni cabeza, y que podíamos vernos los fines de semana de una forma más tranquila. Y recuerdo que Martín me dijo: «Mira, Cristina» —yo tenía entonces 22 años— «la dimensión que pueda tener tu vida y lo que tú puedas conseguir, ya lo has verificado con 22 años, pero cabe una posibilidad que no ha considerado tu cerebro, que es que otro sepa más de ti que tú misma, y que otro tenga para ti un camino que no te puedas dar tú. En este caso, esto pasa por la carne de ir los viernes a Colonia, por desproporcionado que te parezca». Recuerdo perfectamente ese momento y las horas de después en mi habitación, en el albergue de estudiantes, donde realmente pensé: «¿Y si Dios existe? ¿Y si verdaderamente Él es capaz de llevarme por un camino que, por una vez, no voy a dirigir yo?» —porque yo soy tremenda de carácter y de recursos personales—. Y, realmente, decidí dar crédito a esta posibilidad que me parecía inverosímil. Y durante todo el invierno, acudí al trasporte público, al tren y, finalmente, al encuentro con mis amigos. Y mi vida cambió, cambió porque realmente experimenté que Otro es capaz de proporcionarte un camino y un horizonte que tú no te puedes dar.

¿Cambió esto tu forma de afrontar tu profesión, el periodismo, tu planteamiento sobre la familia?
Sí, totalmente, porque —culturalmente, digamos— acabé de entroncar con la tradición de la que me siento tan orgullosa: la tradición europea del humanismo cristiano, que comienza en Grecia con la definición de la persona, que sigue en Roma con la consolidación legal de ese concepto de persona, que cristaliza en la igualdad que define el cristianismo y el amor entre los hombres, y, finalmente, en la separación entre la Iglesia y el Estado, y la definición de las instituciones públicas que hace la Ilustración —la parte mejor de la Ilustración, la parte que no tiene que ver con la Revolución Francesa—. Y esto se articula en esta cultura tan densa, tan rica, gracias al cristianismo.

Pero luego, yo también me doy cuenta de que el núcleo del periodismo es una curiosidad, una apertura a la verdad, un no juzgar desde los esquemas ideológicos, una capacidad de ser fiel a los hechos, que realmente encuentra su mayor consistencia en mí en el cristianismo, cuando yo empiezo a mirar las cosas sin temor, con total sorpresa, abrazándolas y pensando que quizá estas me empiezan a enseñar cosas que yo a priori no sé. El apearse de la ideología y atender a la realidad han definido mi carrera desde entonces.

¿Cuáles son las etapas que te han ido haciendo madurar en la fe?
Bueno, es una cosa que está en marcha. Yo siempre digo que la vida es un sucederse de conversiones. El hombre —por lo menos yo, quizá por mi tozudez— una y otra vez vuelve a la tentación de querer fabricar su propia existencia. ¿Por qué? Porque abandonarse en las manos de Dios exige, aunque luego sea la mayor seguridad, un primer momento de vértigo, y nosotros, por instinto, evitamos ese vértigo e intentamos organizar un armazón de esquemas e incluso de oraciones y de hábitos eclesiales que eviten esa tensión. Es decir, tú defines tu mundo, lo que está bien, lo que está mal, lo que son las personas buenas, lo que son las malas y lo que tú tienes que hacer. Entonces te mueves en un mundo de esquemas, y el Señor te sorprende siempre. Siempre rompe tu esquemas y siempre vuelve a poner delante de ti a una persona que te asombra, que te descoloca y que te vuelve a dar razón de que hay un ser, Jesucristo, que está vivo y que te abraza. Y esa conversión se produce una y otra vez, de tal manera que yo la he vivido muchas veces a lo largo de mi vida. La he vivido cuando conocí a las hermanas de la Madre Teresa en Calcuta, cuando fui con ABC a cubrir sus funerales. La he vivido en Albania con la Madre Catalina, que me enseñó cómo se puede arriesgar la vida para cuidar a unas novicias en un territorio de guerra, y a la que seguí para lograr entrar en la ciudad de Balona vestida de monja con ella. Fue encontrar en Tirana, en Albania, en plena guerra civil, a una mujer de 52 años que estaba dispuesta a dar la vida que esto solo ocurre en la Iglesia-, porque tenía dos novicias en Balona, que cuidaban a unos niños pequeños y decidió atravesar las líneas de fuego. Yo la conocí y me junté a ella. Hicimos ese paso campo a través, entre las dos. Los dos bandos se estaban tiroteando, y yo fui la única periodista que entró en Balona en esos momentos y pudo hacer recuento de las armas que se habían conseguido, de las santabárbaras que los rebeldes habían tomado, de lo que estaba pasando en la ciudad. Pero, una y otra vez —es curioso—, estaba esta Providencia detrás. Realmente, una y otra vez, con respecto a mis propios presupuestos, el Señor ha ido tirando de mi propia carrera.

Después he tenido a todos mis hijos, que han sido planes de Dios muy extraños a mi vida, porque yo tuve 3 hijos en tres años. Fue cuando era, además, reportera, en los años más duros y más hermosos de mi carrera. Cuando era reportera en Oriente Medio, cuando era reportera en Irán, cuando lo era en Kosovo, en Albania…, en esos años tuve a mis bebés, que era realmente una locura desde el punto de vista del mundo, pero hoy en día son hombres y mujeres fascinantes. Lo son gracias a Dios, porque yo reconozco que no los hubiese tenido de no ser cristiana. Me costó muchísimo tener estos hijos, fueron contra la razón, incluso contra el bienestar económico de mi familia, que entonces era muy pobre, muy incipiente. Fue aceptarlos por amor a Dios, en un misterio absoluto, y hoy en día los miro y realmente estoy muy orgullosa, me conmueve profundísimamente. Yo tengo que decir que lo que soy, lo soy por Jesús. Mi carrera periodística, mi labor como madre, mi círculo de amigos, mi amor a la Iglesia…, todo es por Jesús. Y aún así, sigo haciendo este camino de la tentación, del pecado, de intentar una y otra vez buscarme yo el camino, el atajo para la felicidad. Todas las veces me estrello, todas las veces el Señor me pone un testigo bueno, y todas las veces me vuelvo a convertir. Es continuamente la historia del hijo pródigo.

¿Qué importancia tienen para ti los testigos?
Los testigos son el camino que Cristo eligió. El Señor podía haber decidido presentarse en el mundo como un marciano y revelarnos el sentido del universo, o podía habernos puesto un canal de TV que nos explicase que Él existe y amarnos, ponernos, llamarnos desde otro mundo… Pero el camino que Él eligió, por su extraña forma de ser, y por su creativísima forma de ser, fue poner un hombre en el mundo, que era su Hijo, y a través de Él abrazar a sus amigos. Y estos hombres lo conocieron a Él y Zaqueo lo conoció a Él y Magdalena lo conoció a Él y Pedro lo conoció a Él. Y ellos quedaron fascinados por esta humanidad, por esta nueva forma de vivir. Y este es el método que se ha repetido en la historia, es el método que Dios ha elegido. Nos puede gustar o no nos puede gustar, pero es el que eligió Él, el misterio de que no se apareció a estos apóstoles en Alemania, ni en África, lo hizo en Palestina, en un momento preciso de la historia, y a ti o a mí nos llama en un momento preciso de la historia a través de una carne concreta que tú eres libre o no de elegir, como a mí me llamó a través de Martin y María Gross, que era este matrimonio alemán en Colonia a finales de los años 80 o principio de los años 90.

¿Tú has sufrido el rechazo con motivo de tu conversión?
Para mí fue tan apabullante, tan espectacular, la belleza de la fe, la verdad, el bien que nace de esta experiencia del cristianismo, que ha sido siempre mucho más potente esto que las posibles críticas. Indudablemente, el mundo se alucina, pero con cosas muy sencillas. Cuando yo tuve tres hijos, en ABC, en el corcho de la redacción, pusieron «Cristina, la coneja», porque no podían entender semejante irracionalidad. Me decían: «¿Cómo es posible que hayas renunciado a tu carrera?». Y no ha sido verdad, muy al contrario, la fe ha potenciado extraordinariamente mi carrera. Pero ellos lo creían, de la misma manera que muchos creían que el hecho de que yo me preguntase por el misterio de las cosas en mis reportajes o en mis artículos me iba a perjudicar grandemente. Y, claro que he recibido críticas y las sigo recibiendo, y hay mucha gente que no entiende la propuesta de Cristo. Pero yo digo siempre que la belleza es mayor, que la belleza es mayor. Si es que yo he intentado irme mil veces de la Iglesia, si es que intento muchas veces irme de la Iglesia, pero cuando uno ha conocido el jamón ibérico, uno no se puede contentar con el chóped. Entonces, por mucho chóped que te den, nunca se parece a 100 gramos de jamón ibérico. Entonces, tú te acuerdas del jamón, de tal manera que en la separación de la Iglesia, en la tentación del mundo, una y otra vez, recuerdas la belleza de la comunidad cristiana, la mirada de las personas que te aman, la inteligencia de la propuesta, e inevitablemente tienes que volver.

Esta es la historia de mi vida, un volver continuamente del pecado, que a mí me tiene profundamente aferrada, porque al ser humano lo tiene profundamente aferrado a través del pecado original. Yo muchas veces me doy cuenta, en los debates más duros, de que, además, es algo que no hago yo, es como decía San Pablo. A veces es como si yo me diese cuenta de que el esplendor de la verdad se me hace más evidente cuanto más difícil es la circunstancia. Esto sí que no lo hago yo. Es como si a veces, cuando más me atacan o cuanto más difícil es la discusión, con más claridad viese la belleza que sigo, de tal manera que no es mérito mío, es como si fuese un acicate, como si a veces la dificultad que en ocasiones se presenta en la tarea me hiciese crecer y, realmente, no es un peso, es como una elección privilegiada del Señor. Es como cuando la samaritana del pozo escucha a aquel hombre y, de repente, se da cuenta de que ha tenido tantos hombres, que ha amado tantas veces, que lo ha hecho con total sinceridad, porque está buscando la felicidad y, de repente, la tiene delante. Entonces, a ella le pesa su destino, pues probablemente lo que le pesa, lo que le fascina, es lo que ha encontrado. Y a mí, siempre, esta belleza me ha resultado más poderosa que ningún concepto de responsabilidad. No es decir que voy por el mundo predicando el nombre de Dios en los medios de comunicación. ¡Qué va, no es eso! Es que, como yo he sido tan privilegiada, como yo soy tan amada, no puedo hacer otra cosa, es que no puedo hacer otra cosa que contar la belleza que he visto.

¿Quién es Dios para ti?
Dios es el rostro personal del bien, es lo que está detrás de toda la realidad. Yo me levanto por la mañana, y amanece, porque Él me lo regala. Me encuentro a mi familia inmediatamente, porque Él me la regala. Vengo a mi trabajo y disfruto haciéndolo, porque Él me da esta vocación y me ha dado la vida. Es la compañía que hace posible vivir, porque Él es el amor grande de la existencia. Si el Señor no estuviese, con su amor infinito, llenándolo todo de belleza, de verdad y de bien, sería desesperante. El Señor es el gran enamorado, es aquel que hace posible que todo. Es como cuando te enamoras de un chico, que no puedes sino hablar todo el rato de él, porque de repente la comida es distinta, la relación con los amigos es diferente, la relación con el trabajo es diferente, todo se ha llenado de sentido. Pues eso es el Señor, es el enamorado que hace posible que la vida entera tenga sentido

¿Cuál es el papel que ha jugado la Virgen en toda esta historia?
Ella es como el refugio. Yo reconozco que la Virgen es el camino hacia Dios para mí y es el lugar al que acudo siempre que estoy sola, que estoy herida, que estoy asustada, que he pecado. Todas las veces me arrojo en sus brazos y le digo: «Mamá, mira lo que ha pasado». Y todas las veces, Ella hace trucos, se salta las reglas, porque Ella es la Madre. Entonces, a veces, el Señor es como un varón, te deja muchas veces libre, y te deja que te choques y permanece firme en la realidad para que tú lo reconozcas, pero la Madre hace trucos, la Madre hace cosas delicadas, te pone a la persona adecuada ese día, te hace un regalo, te rescata inmediatamente, hace trucos por sus hijos. Yo digo que es como la trampa que tenemos los cristianos, porque tenemos la libertad que nos ha dado el Señor, que es el gran privilegio, tenemos su presencia poderosa, pero luego tenemos este truco que es la Virgen María.