El primer día de la semana - Alfa y Omega

El primer día de la semana

Domingo de Pascua de Resurrección

Daniel A. Escobar Portillo
Sepulcro de Cristo, en Jerusalén. Foto: EFE/Abir Sultan

Con estas palabras comienza el pasaje del Evangelio que hoy tenemos ante nosotros. Esta referencia temporal, aparentemente sin demasiada importancia, tiene gran interés en la historia de la salvación. Hoy la referencia al tiempo no aparece exclusivamente en el Evangelio. Toda la celebración litúrgica se centra en la importancia del día. «Oh Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad», escuchamos en la oración inicial de la Misa. Igualmente, en la plegaria eucarística, la oración central de la celebración de la Misa, leemos «en este día glorioso». En cuanto a los textos bíblicos, el salmo responsorial canta: «este es el día que hizo el Señor». ¿De qué día se trata? La respuesta es obvia, pero sus consecuencias merecen ser explicadas.

El primer día de la semana es el domingo, que en nuestro entorno lingüístico toma su nombre de dominica, que, a su vez, procede de dominus, que significa Señor. Por lo tanto, domingo significa etimológicamente día del Señor. Y este es el día en el que el Señor resucitó. Históricamente se reconocía a los cristianos desde la época apostólica por el hecho de reunirse en el día del sol –que era como llamaban los romanos al primer día de la semana– para celebrar la Eucaristía. Más adelante se subrayó un domingo al año, el día de Pascua, como el domingo principal, a partir del cual surgiría la Cuaresma como tiempo preparatorio y el tiempo pascual como prolongación. Pero este «día», este «hoy», se refiere también a cada vez que nosotros celebramos la Pascua del Señor. A través de la celebración eucarística se hace presente de nuevo la victoria de Cristo sobre la muerte.

El día primero es también cuando Dios comenzó su obra creadora. Así lo leemos en la primera lectura de la Vigilia Pascual. De esta manera, la liturgia recoge la vinculación que desde antiguo la Tradición de la Iglesia ha visto entre la primera creación y la nueva creación.

El sepulcro vacío

El pasaje de este domingo sitúa la escena en torno al sepulcro donde había sido depositado el Señor al amanecer del domingo. El fragmento busca destacar el carácter sorpresivo de lo que ha ocurrido. No comprenden lo sucedido. Así lo expresan las palabras de María Magdalena, cuando dice: «se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Es interesante detenernos en los movimientos de Juan. El discípulo a quien Jesús amaba llega antes a la tumba y, probablemente por respeto a Pedro, no pasa en primer lugar. Sin embargo, cuando entra, dice el Evangelio que «vio y creyó». Con ello el evangelista constata que la fe procede de la realidad. Si ha creído es porque ha percibido algo. Ha visto el signo del sepulcro vacío, así como los lienzos y el sudario con el que Jesús había sido cubierto. Juan comprende que el cuerpo de Jesús no ha sido robado, sino que Jesús vive, que no está ya muerto. En un instante ha entendido el acontecimiento fundamental de la historia.

Llamados a una vida nueva

La Resurrección del Señor tiene consecuencias para la condición humana. La novedad absoluta de lo que ha ocurrido marca la renovación de la vida del hombre. Hoy es derrotada la muerte, causada por el pecado. El triunfo pascual que san Juan describe va mucho más allá de un sepulcro vacío, de unos lienzos y de un sudario. Significa que ahora ya nuestra propia vida adquiere un nuevo sentido. Durante el tiempo pascual comprenderemos que, por el Bautismo, nuestra suerte ha quedado unida a la de Jesucristo. Asimismo, la novedad de este acontecimiento ha de reflejarse en nuestras obras, huyendo de la «levadura de corrupción y de maldad», de la que nos habla san Pablo en la carta a los Corintios (Cf. 1Co 5, 8).

Evangelio / Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.