Un pequeño gesto de amor cristiano ilumina este mundo a veces sumido en tinieblas - Alfa y Omega

Me hicieron gracia nada más entrar en casa. Era un grupo de jóvenes católicos, de familias creyentes y comprometidas, pertenecientes a un grupo eclesial. Desenfadados, alegres, riéndose de su sombra, presentándose como hijos de padres que les habían transmitido la fe. Agradecidos, pero a su estilo, como si ese fuese un don totalmente asumido, que pertenece al mismo don de la vida, que ha venido pegada la fe a la primera célula en el seno de su madre. Así, tan natural, y además guapos, guapas, normales… No sé si querían que les hablásemos de Jesús o venían a pasar el día entre nosotras. El caso es que les hablé de Él y del Evangelio y de la belleza transformadora del uno y del otro.

Vencer el mal a fuerza de bien. Ese fue el tema y, al principio, lo acogieron despistaíllos, todavía metidos en el día libre, domingo, sol y aire, campo y primavera a raudales. A medida que iba a hablándoles sentí que se paraban ahí, en las palabras, en lo que suponían, en la verdad que emana de la vida cristiana, en la enorme atracción que produce vivir como vivió Jesús.

Fueron haciendo silencio, abriendo los ojos como platos, afirmando con su estar que creían firmemente en lo que oían y que estaban dispuestos a vivirlo, aunque hubiera tentaciones, caídas, fracasos, derrumbes en la vida.

Me alegran infinitamente estos rostros, que todavía recuerdo. Doy gracias a los padres que sembraron la fe, la cual ha tallado en ellos esa humanidad tan fresca, tan acogedora de la gracia, tan viva, tan atractiva. Al final me decían, no solo asintiendo con la cabeza, que estaban dispuestos a vencer el mal a fuerza de bien, que era una respuesta imposible sin Su ayuda, que no querían devolver la bofetada recibida en una mejilla, que la devolverían en una abundancia de bien que sepultara el mínimo gesto de mal recibido.

Y todo porque Él fue el primero en hacerlo y en pedir el perdón para sus enemigos. Un pequeño gesto de amor cristiano ilumina este mundo a veces sumido en tinieblas. Y estos jóvenes, sí, serán Luz del mundo. La fe los hace luminosos.