Cerca del corazón - Alfa y Omega

Cerca del corazón

Los peregrinos llegados de todo el mundo se prepararon para la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II con una Vigilia de oración, presidida por el cardenal Vallini, Vicario de Roma. Todo el día estuvo lloviendo, pero el cielo se abrió a última hora para escuchar las palabras de aquellos que le conocieron de cerca, así como para rezar el Rosario, en conexión con santuarios marianos de los cinco continentes

Redacción
Un momento de la intervención de la Hermana Marie Simon Pierre

Dijoa Cristo en cada momento de su vida
Don Joaquín Navarro Valls, exdirector de la Oficina de Información del Vaticano

«Para el Papa, el amor era querer el bien que Dios quiere para el otro, algo que los jóvenes entienden sin duda. Juan Pablo II enseñó a los jóvenes lo que significa de verdad la expresión Te quiero. Yo aprendí mucho de él sobre el respeto a la persona humana, en quien él veía la imagen de Dios.

Juan Pablo II siempre defendió el carácter trascendente de la persona y la importancia de su cuerpo; él rescató a la persona humana del pesimismo, y nos hizo ver que el hombre necesita la misericordia de Dios. Por eso, el Papa buscaba la misericordia de Dios todas las semanas, a través del sacramento de la Confesión, porque comprendía que los hombres no pueden ser buenos solos, sino que necesitan a Dios para ello.

Para él, la oración era una necesidad, porque estaba en continua conversación con Dios. Cuando había una cena importante y le esperaban, yo iba a buscarlo y le veía en la capilla, arrodillado, con pequeños trozos de papel que iba pasando uno a uno, durante muchísimo tiempo. Esos trozos de papel eran las miles de cartas que recibía todos los días, en las que los fieles pedían las oraciones del Papa. Todos los dolores del mundo llegaban a él, y él nutría su oración de las necesidades de los demás.

Cuando recibí el anuncio de la beatificación de Juan Pablo II, sentí los mismos sentimientos que tuve nada más fallecer, sobre todo un sentimiento de agradecimiento por esa obra de arte que hizo con su vida. Él dijo a Cristo en cada momento de su vida; dijo a cada cosa que Dios le pedía, que no era poco.

El día de su funeral, cuando los peregrinos gritaron: Santo súbito, pensé que se daban cuenta tarde, porque la Iglesia no hace santos, sino que los santos, o lo son mientras están vivos, o no lo serán nunca. La Iglesia tan sólo reconoce que la vida de esta persona era santa, pero los santos son ya santos antes».

Siempre fue un joven sacerdote atrapado por el Señor
Cardenal Stanislaw Dziwisz, ex-secretario de Juan Pablo II

«Sólo vi en dos ocasiones a Juan Pablo II verdaderamente enfadado. Había un motivo: la primera vez fue en Sicilia, en 1993, cuando levantó la voz contra la mafia, y nos asustamos todos. La otra ocasión fue durante el rezo del ángelus, antes de la guerra en Irak, cuando gritó con fuerza: No a la guerra, la guerra no resuelve nada. Yo he vivido la guerra; sé lo que es la guerra. Él envió a un cardenal a Washington y otro a Bagdad para decir: ¡No tratéis de resolver los problemas con la guerra! Y tuvo razón. La guerra existe todavía, y no ha resuelto nada.

Los dos amores de la vida de Juan Pablo II fueron Jesucristo y el hombre, sobre todo los jóvenes. En 1957, cuando Karol Wojtyla era simplemente mi profesor en el seminario de Cracovia, en el descanso se dirigía siempre a la capilla; cuando volvía, tenía la sensación de que se había encontrado con Alguien. Él era un joven sacerdote atrapado por el Señor, y toda la vida fue así. Al inicio de su pontificado, le llamaban el Papa polaco. Pero después todos le han llamado nuestro Papa, incluso muchos que no son cristianos, porque él era amigo de todos. Ahora le llamaremos: Juan Pablo II, Beato».

Vista aérea del Circo Maximo, durante la Vigilia de oración

Juan Pablo II os mira, y sonríe
La hermana Marie Simon Pierre recibió el milagro de la beatificación

«¡Gracias, Santo Padre!, te dice mi familia espiritual y mi familia natural. Cuando me diagnosticaron el Parkinson me era muy difícil ver a Juan Pablo II en televisión, porque veía en él la misma imagen de lo que sucedía con mi enfermedad, pero admiraba y siempre admiré su humildad, su fuerza y su valentía; y, pese a estos sentimientos de verlo y no quererlo ver, me sentía alentada.

Cuando la enfermedad me fue diagnosticada en 2001, era joven, tenía 40 años. Juan Pablo II fue para mí un pastor según el corazón de Dios; era cercano a todos, a los más débiles, los más pobres y los más pequeños, especialmente los más enfermos. Era un defensor de la vida, de la familia y de la paz. Cuando murió, sentí un gran vacío, pero también sentía que había una fuerza que me sostenía, y que él me comprendía.

Por mi enfermedad, llegué a solicitar dejar mis labores en el centro materno-infantil donde trabajaba, porque ya no me sentía en la capacidad física de hacer mis tareas. La Superiora me dijo: Espera un poco, acuérdate de que Juan Pablo II no ha dicho la última palabra. Yo ya había hecho el propósito de aceptar vivir en una silla de ruedas, rezando por la vida y la familia, sirviendo a las familias y rezando por ellas. Eso es lo que soy, una pequeña hermana. Así, cuando volví a mi cuarto, me puse a escribir, y me fui dando cuenta que mi escritura era más legible, incluso con respecto a la escritura del día anterior. Me fui a dormir y me desperté a las cuatro y media de la mañana; me encontraba bien, de manera muy distinta a las veces anteriores cuando no dormía bien ni tranquila. Sentí una gran paz, una sensación de bienestar. A esa hora sentía que algo había cambiado en mí.

Me fui a rezar a nuestro oratorio ante el Santísimo Sacramento, y allí recé los misterios luminosos del Rosario, introducidos por Juan Pablo II. Recé hasta las 6 y me fui a la capilla para la Eucaristía de la mañana. Durante la Misa, me di cuenta de que algo había cambiado y que ya estaba curada. Quiero darles las gracias a todos y decirles, también a los jóvenes: Juan Pablo II os está mirando desde el cielo, y sonríe».

El santuario de la Divina Misericordia, en Cracovia (Polonia), con el que se conectó en directo, desde el Circo Máximo durante el rezo del Rosario

Cristo fue el centro de su vida
Cardenal Agostino Vallini, Vicario de Roma

«El recuerdo del amado Pontífice, profeta de esperanza, no debe significar para nosotros un regreso al pasado, sino que, aprovechando su patrimonio humano y espiritual, sea un impulso para mirar hacia adelante. De su vida, aprendemos, en primer lugar, el testimonio de la fe: una fe arraigada y fuerte, libre de miedos y de compromisos, coherente hasta el último aliento, forjada por las pruebas, la fatiga y la enfermedad, cuya benéfica influencia se ha difundido en toda la Iglesia, más aún, en todo el mundo. Vivió para Dios, se entregó por completo a Él para servir a la Iglesia como una ofrenda sacrificial. Era su gran deseo ser cada vez más una sola cosa con Cristo Sacerdote mediante el sacrificio eucarístico, que le daba fuerza y valor para su incansable actividad apostólica. Cristo era el principio, el centro y la cima de cada uno de sus días».