Mujer, ¿quién eres? - Alfa y Omega

Mujer, ¿quién eres?

Del 4 al 7 de febrero, la mujer va a ser la protagonista de un interesante foro de debate en el Vaticano: la Asamblea Plenaria del Consejo de la Cultura reflexiona sobre Las culturas femeninas: igualdad y diferencia

Redacción

¿Se reconoce suficientemente el valor de las mujeres en cuanto a la generatividad de la vida humana? ¿Se reconoce el papel central de las mujeres que acompañan hacia la plenitud de lo humano en la sociedad y en la Iglesia? ¿Las labores de cuidado siguen siendo cosa de mujeres? ¿Tienen reconocimiento económico? ¿Qué espacios se proponen a las mujeres en la vida de la Iglesia? ¿Qué tipo de mujer necesita hoy la Iglesia? ¿Se les entregan modelos ya elaborados que no responden a sus expectativas o responden a preguntas hoy superadas?: todas estas son preguntas a las que el Consejo Pontificio de la Cultura va a intentar responder durante su Asamblea Plenaria que tiene lugar del 4 al 7 de febrero, bajo el lema Las culturas femeninas: igualdad y diferencia.

«Nuestra Plenaria se esfuerza por tratar de captar y comprender la especificidad femenina, al considerar temas como función, rol, dignidad, igualdad, identidad, libertad, violencia, economía, política, poder, autonomía, etc.», afirma el documento que el Consejo va a utilizar como borrador de trabajo durante estos días.

Concretamente, las reflexiones de los participantes en la Asamblea se centran en «comprender la especificidad femenina, considerando temas como la función, rol, dignidad, igualdad, identidad, libertad, violencia, economía, política, poder, autonomía, etc.» de las mujeres en medio de la sociedad.

El Consejo Pontificio de la Cultura reconoce que «existe una mirada sobre el mundo y sobre todo lo que nos rodea, sobre la vida y sobre la experiencia, que es propia de las mujeres», y abordar específicamente cuestiones muy diversas, como la conciliación laboral y familiar, la búsqueda de la paridad, las diferencias hombre-mujer en un plano de igualdad, la generatividad más allá de la maternidad, la uniformidad que impone la cirugía estética, el feminicidio, el aborto selectivo, la violencia doméstica…

Asimismo, la Plenaria del Consejo también buscará respuestas en el campo de la presencia de la mujer en la Iglesia, preguntándose por el papel específico de la mujeres en la vida eclesial y en las mismas estructuras.

EL DOCUMENTO DE TRABAJO SOBRE LA MUJER SE PUEDE CONSULTAR AQUÍ:

Las culturas femeninas: Igualdad y diferencia

«Estoy convencida de que la especie «humana» se desarrolla como especie doble varón y mujer, que la esencia del ser humano, a la que no debe faltar ningún rasgo, tanto en el uno como en la otra se manifiesta de manera doble y que toda la estructura de la esencia pone en evidencia esta impronta específica» (Edith Stein, La donna. Questioni e riflessioni, Roma 2010, pp. 227–228).

El trabajo de la Plenaria, gracias a la inestimable aportación de los Miembros y Consultores, a través de cuatro etapas temáticas, tratará de captar algunos aspectos de las culturas femeninas para identificar posibles itinerarios pastorales, de modo que las comunidades cristianas sean capaces de escuchar y dialogar con el mundo contemporáneo también en este ámbito. Usar la expresión “culturas femeninas” no significa separarlas de las masculinas, sino que manifiesta la conciencia de que existe una “mirada” sobre el mundo y sobre todo lo que nos rodea, sobre la vida y sobre la experiencia, que es propia de las mujeres. Esta perspectiva singular se halla presente tendencialmente en el tejido de todas las culturas y sociedades, y se la puede captar en la familia, en el trabajo, en la política y en la economía, en el estudio y en las decisiones, en la literatura, en el arte y en el deporte, en la moda y en la cocina, etc. Este texto, elaborado por un grupo de mujeres a la luz de las consideraciones pastorales enviadas por los Miembros y Consultores, servirá como guía para nuestras reflexiones.

En los albores de la historia humana, las sociedades distribuían rígidamente roles y funciones entre varón y mujer. A los varones correspondía la responsabilidad, la autoridad y la presencia en la esfera pública: la ley, la política, la guerra, el poder. A las mujeres correspondía la reproducción, la educación y la cura de la especie humana en el ámbito doméstico. En el mundo europeo antiguo, en las comunidades del continente africano, en las antiquísimas civilizaciones que se desarrollaron en el universo asiático, las mujeres ejercitaban sus propios talentos en el ámbito de la familia y de las relaciones personales, no frecuentaban la esfera pública, o incluso eran excluidas de ella. Las emperatrices y reinas que los libros de historia recuerdan son notables excepciones a la regla.

Desde mediados del siglo XIX, sobre todo en Occidente, la división entre espacios masculinos y femeninos y su carácter de normalidad, ha sido puesta en cuestión. Las mujeres reivindican igualdad; no aceptan el rol de deuxième sexe, sino que exigen los mismos derechos, como el derecho al voto, el acceso a la instrucción superior y a las profesiones. El camino queda abierto a la paridad entre sexos.

Este proceso no ha estado exento de dificultades. En efecto, en el pasado (¿sólo en el pasado?), las mujeres han tenido que luchar para poder ejercitar profesiones o asumir roles de decisión que aparecían destinados exclusivamente a los varones. Los ámbitos de reflexión se extienden de manera planetaria a las diferentes culturas, se transforman y se presentan con matices diversos, a veces entrelazándose con movimientos políticos fuertemente ideologizados. En este horizonte globalizado y fuertemente dialéctico, la exigencia de hallar respuestas se hace cada vez más urgente. Nuestra Plenaria se esfuerza por tratar de captar y comprender la especificidad femenina, al considerar temas como función, rol, dignidad, igualdad, identidad, libertad, violencia, economía, política, poder autonomía, etc.

TEMA I. Entre igualdad y diferencia: a la búsqueda de un equilibrio

Las diferencias existen

Hablando en general, las mujeres buscan hoy formas de conciliar la vida profesional y los compromisos familiares. Pueden renunciar a la maternidad, pero si tienen hijos no eluden el compromiso de nutrirlos, educarlos y protegerlos. Si no están casadas y no tienen hijos, las mujeres, de todos modos, acogen, incluyen, buscan la mediación, son capaces de ternura y de perdón mucho más que los varones. Además del modo diverso de ser padres, hay una diferencia entre lo femenino y lo masculino en las técnicas de resolución de problemas, en la percepción del ambiente, en los modelos de representación y ciclos de reposo, sólo por citar algunas categorías.

Cancelar las diferencias significa empobrecer la experiencia personal. En este sentido, es justo no aceptar una neutralidad impuesta, sino valorar la diferencia. La oleada igualitaria, sin embargo, es continua, toca todos los ámbitos de la vida social y casi todas las instituciones humanas y las culturas. Es tan fuerte que, en los últimos años, en Occidente, se ha llegado a afirmar que no hay ninguna diferencia: el sujeto es neutro, y escoge y construye su propia identidad, es propietario de sí mismo y responde en primer lugar a sí mismo. Sin embargo, al reivindicar la paridad, raramente las mujeres renuncian a la propia diferencia. Un ejemplo tomado de la realidad puede ilustrar esta afirmación. El coordinador de una conferencia internacional presenta al primer orador: es Michelle, 65 años, nacida en un país europeo; en su país, ha sido una de las primeras mujeres graduadas en física y la primera rectora de una universidad; desde hace algunos años es presidente de una de las más importantes asociaciones académicas europeas; el coordinador le pregunta qué título prefiere de todos los que ha obtenido; la respuesta de Michelle es: el título que prefiero es el de “abuela”, y me gustaría ejercer todavía más como tal. Aunque Michelle no puede ejercer como abuela cuanto quisiera, este “título” es parte integrante de su identidad y le permite autodefinirse. La pregunta, sutilmente incisiva, que subyace a este ejemplo es: la misma situación, con un protagonista masculino, ¿habría obtenido la misma respuesta?

Iguales y diferentes, ¿las dos cosas a la vez?

En una modernidad donde el trabajo es la vía maestra y la más sólida para evitar la pobreza y la exclusión, las mujeres piden trabajo, a veces también una carrera, y el reconocimiento de su esfuerzo en términos de estatus y de dinero iguales a los hombres. Reclaman en la esfera pública un espacio igual al concedido a los hombres. Piden ser consideradas personas en su propia plenitud, no sólo subalternas. Muchos países del mundo incluso han modificado el propio ordenamiento jurídico para reconocer el equilibrio y la igual distribución de responsabilidades entre marido y mujer, padre y madre.

Al comienzo del tercer milenio, la subjetividad femenina tendencialmente se expresa entre estos dos puntos. En el mundo hay muchas culturas femeninas; cada una de ellas, con modos, formas y tiempos propios, se esfuerza por encontrar un equilibrio que evite los dos extremos peligrosos de este proceso: la uniformidad, por una parte, y la marginación por otra. La diferencia y la igualdad de las mujeres no es contra sino con. La experiencia histórica de la condición femenina ha enseñado a las mujeres que la neutralidad es, en realidad, una forma de despotismo, y nos hace salir de lo humano.

* La diferencia (entre varón y mujer) ha generado una desigualdad radical. ¿Dónde se han de buscar las raíces? ¿En la antropología cultural? ¿En la detención del poder, firmemente en manos de quien (varones) tradicionalmente es reconocido como más hábil para mandar?
* La cuestión del género (gender), ¿puede ligarse de alguna manera a esta visión desigual entre hombre y mujer, de la que deriva la pretensión de crearse una identidad cultural? ¿Puede haber alguna relación, especialmente en el nivel de las tensiones sociales?
* Las categorías de “reciprocidad” y “complementariedad” ¿pueden ser una clave de lectura y un itinerario posible de vida, o bien es necesario identificar otras categorías?
* La igualdad como persona humana necesita de la diferencia para dar plenitud a la 
Palabra de Dios creadora: «Dios dijo: hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza… Y Dios creó el hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó» (Gen 1,26–27). ¿Qué lenguaje podríamos usar hoy para hacer comprensible esta palabra? ¿La narración bíblica sigue conservando fuerza argumentativa?

TEMA II. La generatividad como código simbólico

Numerosos estudios de carácter ético, antes aún que jurídico, demuestran sobradamente que la generatividad es uno de los temas más debatidos y controvertidos en el actual panorama cultural, social y político de Occidente, y no solo: baste pensar en cuestiones como gestación subrogada, vientres de alquiler, fecundación asistida médicamente, homóloga y heteróloga, etc. De esta convicción ha surgido la decisión de leer la categoría de generatividad en clave simbólica, evitando lecturas más complejas de tipo sociológico, jurídico y bioético que habrían requerido análisis más detallados y tiempos más largos de investigación y debate.

Recurriendo a algunos ejemplos, podemos afirmar que un recorrido generativo se divide en cuatro momentos: desear, alumbrar, cuidar y, por último, dejar marchar. La generatividad, en cuanto acto antropológico originario y como código simbólico, se manifiesta también en los espacios pedagógicos (educación a la fe, actividad pastoral, formación escolástica), dando vida a estructuras sociales, culturales y económicas inspiradoras de valores, ideas, principios y praxis orientados al bien común, al desarrollo integral del hombre y al compromiso solidario.

Punto de partida de todo ser humano

La generatividad gira, inevitablemente, en torno al cuerpo de la mujer. El universo femenino, por una predisposición natural, espontánea, bio-fisiológica, desde siempre custodia, conserva, cuida, sostiene, crea atención, consenso y cura en torno a quien es concebido, se desarrolla, nace y crece. La fisicidad de las mujeres, que hace al mundo vivo, longevo y capaz de extenderse, halla su máxima expresión en el seno materno. El cuerpo de la mujer es el punto de partida de cada ser humano, la fuente primaria de la respuesta a la angustia de la muerte. En el cuerpo de la mujer tiene lugar la vida prenatal, que tiene un valor y una importancia fundamental porque deja una impronta inicial en el cuerpo y en el cerebro del niño.

Traer al mundo un ser humano es mucho más que engendrarlo o parirlo. Implica ayudarlo a desarrollar el propio potencial para realizarse y vivir una vida plena, en la que las crisis y las dificultades puedan afrontarse con recursos intra e inter personales. En este horizonte generativo, la mens, como enseñan las neurociencias, emerge de las actividades del cerebro cuyas estructuras y funciones están directamente influenciadas por las experiencias interpersonales, a partir de la vida prenatal. Es un proceso biológico de integración, estimulado por relaciones fundadas sobre la seguridad, la sintonización emotiva, la cooperación y la comprensión.

Otros contextos de la libertad generativa

Puesto que toda relación tiene un impacto sobre el cerebro y la mente, la generatividad puede expresarse en cualquier relación, en todo momento de la vida, declinándose de múltiples maneras. Promoviendo una vida buena, uno se hace generativo cuando imprime la propia en la existencia quienes le son confiados. Esto puede suceder en los más variados contextos: de la familia a los lugares de la educación, de la atención médica, de la información y de la empresa. Mujeres empresarias y directivas, por ejemplo, que se ocupan de la gestión con criterios fundados sobre el respeto, la acogida, la valorización de las diferencias y de las competencias, generan y protegen la vida expresando fecundidad. Estos procesos están en la base de un futuro plenamente humano, baluarte contra la involución de la especie humana, un riesgo posible donde se cultive sin armonía la lógica de la competición y del poder.

El primer contacto con el mundo y la primera mirada sobre la vida de todo ser humano tienen un destinatario femenino. ¿Se reconoce suficientemente el valor de las mujeres en este segmento imprescindible de la vida humana?

¿Se reconoce el papel central de las mujeres que acompañan hacia la plenitud de lo humano en la sociedad y en la Iglesia, en todas las latitudes?

¿Las labores de cura siguen siendo cosa de mujeres (ángeles del hogar)? ¿Tienen reconocimiento económico? ¿Cómo traducir esta expresión a nivel social? ¿Y en la Iglesia?

El nacimiento de nuevas modalidades y espacios generativos (relaciones, amistades, apoyo, solidaridad,.) puede verse facilitado por la red virtual. ¿Qué espacio hallan las mujeres en el mundo de las comunicaciones sociales para expresarse?

TEMA III. El cuerpo femenino: entre cultura y biología



Para la mujer, –como, por lo demás, sucede también en la experiencia masculina– el cuerpo representa, en sentido cultural y biológico, simbólico y natural, el lugar de la propia identidad. Es sujeto, medio, espacio del desarrollo y de la expresión del yo, lugar de convergencia de racionalidad, psicología, imaginación, funcionalidad natural y tensión ideal. El cuerpo femenino se coloca como filtro de comunicación con el otro, en un intercambio, continuo e inevitable, entre individuo y contexto. Así, la identidad femenina se encuentra en el punto de convergencia de la fragilidad cotidiana, de la vulnerabilidad, de la mutabilidad, de lo múltiple, entre vida emotiva interior y fisicidad exterior. 
La cirugía estética puede encuadrarse como una de las muchas posibles 
manipulaciones del cuerpo que exploran sus límites respecto al concepto de 
identidad. Una especificidad que en el mundo contemporáneo se halla sometida a presiones hasta el punto de provocar patologías (dismorfofobia, trastornos de la alimentación, depresión…) o “amputar” las posibilidades expresivas del rostro humano ligadas a la capacidad empática. La cirugía estética, cuando no es médico- terapéutica, puede expresar agresión a la identidad femenina, mostrando el rechazo del propio cuerpo en cuanto rechazo del período de la vida que se está atravesando.

Así pues, si el cuerpo femenino es el lugar de la verdad del yo femenino, en el imprescindible entreverarse de cultura y biología, es también el lugar de la traición a esta verdad. El uso indiscriminado e indiferenciado que la comunicación, en todas sus declinaciones, desde la publicidad (alusión sexual y denigración del rol femenino) a los medios de comunicación, ha obrado en el cuerpo femenino, es un ejemplo incontestable. Ninguna batalla política o social ha logrado deshacer un mecanismo tan arraigado como el de la explotación del cuerpo femenino con fines comerciales.

La agresión al cuerpo de la mujer

Según estimaciones de la ONU, en el mundo, más del 70 por ciento de las personas que viven en la indigencia son mujeres: mujeres pobres, mujeres incultas, en condiciones de explotación, peligro, sometimiento, dificultad, es decir, situaciones que limitan profundamente sus posibilidades de conocimiento, información, emancipación, y liberación. Mujeres mutiladas por la depresión, desarmadas, sin coraje y sin valor, sujetas a los varones; mujeres que aceptan una presunta inferioridad y que se ven condicionadas por las costumbres culturales de las sociedades donde viven. La pobreza es, pues, causa y consecuencia de la violencia sobre las mujeres.

En semejante escenario, el cuerpo de la mujer puede convertirse en el lugar simbólico de la nada, del ser-objeto, a través de la ocultación, la mutilación y la constricción del cuerpo, hasta la eliminación de toda subjetividad, de cualquier expresión de vida y de pensamiento. En este sentido la prostitución puede ser considerada la forma más difundida de esclavitud, incluso en las sociedades civiles y democráticas. Cuando se habla de la violencia perpetrada contra las mujeres, empezando por las niñas, se habla también de la violación de los principios y valores sancionados por la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y de los sucesivas leyes nacionales e internacionales en defensa y tutela de los derechos humanos que evocan inmediatamente el mandamiento bíblico de no oprimir al huérfano y a la viuda (Ex 22,21). Si es cierto que todos los individuos gozan de iguales derechos en cuanto seres humanos, no hay excusas, ya sean de tipo cultural o social, para legitimar, minimizar o incluso tolerar la violencia de género. Pero esto sigue sucediendo hoy, considerando que la violencia sobre las mujeres hunde sus raíces más profundas precisamente en la discriminación y en los estereotipos ligados a los roles.

El feminicidio es el homicidio de la mujer en cuanto mujer, para apoderarse de algo que se considera un derecho exclusivo, recurriendo a la humillación y a la violencia, ya sea física o psicológica. El aborto selectivo, el infanticidio, las mutilaciones genitales, los delitos de honor, los matrimonios forzados, la trata de mujeres, abusos sexuales, violaciones, –que en algunas zonas del mundo se convierten en violaciones de masa o étnicas– son algunas de las heridas más profundas infligidas cotidianamente al alma del mundo pasando por el cuerpo de las mujeres y de las niñas, víctimas silenciosas e invisibles. Es necesario potenciar la formación de cuantos viven en contacto con la violencia, pero hay que promover también una cultura de la convivencia entre varones y mujeres, conscientes de que el mundo está confiado a unos y otras en igual medida.

La «violencia doméstica» –la que ejercen los varones de casa, padres, maridos o hermanos–, es la primera causa de muerte en el mundo para las mujeres entre 16 y 44 años. La fría estadística plantea dos preguntas: ¿por qué una mujer es asesinada por un marido, compañero o ex-compañero de años de vida, padres de hijos que han criado juntos? ¿Por qué una mujer, al primer empujón o a las primeras palabras brutales no aleja de sí para siempre al hombre que la amenaza, y que quema, destroza y profana el amor conyugal hasta el extremo?

«La cirugía estética es como un burka de carne». Un definición tan acertada como hiriente, dada por una mujer. Salvaguardando la libertad de elección de cada uno, ¿no estaremos bajo el yugo cultural de un modelo femenino único? ¿Pensamos en las mujeres usadas en la publicidad y en la comunicación de masa?

De generadores de vida a productores. El horizonte científico nos interpela: un escenario donde se engendra sin tener en cuenta el cuerpo, sobre todo femenino, donde la llamada a la existencia de un ser humano acontece sin relación, primero con los padres y después entre madre e hijo, ¿no significa una deriva hacia el cuerpo como productor y no como engendrador? ¿Podemos ignorar la sofisticada interacción entre cultura, biología y tecnología?

El cuerpo expresa el ser de una persona, más que una dimensión estética autoreferencial. ¿Cómo evitar un acercamiento puramente funcional (seducción, mercantilización, utilización con fines de mercado) al cuerpo de la mujer?

TEMA IV. Las mujeres y la religión: ¿fuga o nuevas formas de participación en la vida de la Iglesia?

De las mujeres vienen preguntas dolorosas y sinceras. Tratemos de escuchar su desazón espiritual ante una iconografía femenina obsoleta en la que no logran reconocerse y verse reflejadas. Podremos abrir esta última sesión de trabajo con una serie de preguntas: ¿qué anuncio kerigmático, que no se reduzca a una visión moralista, puede haber para las mujeres? ¿Qué indicaciones para una praxis pastoral renovada, para un camino vocacional hacia el matrimonio y la familia, hacia la consagración religiosa, considerando la nueva conciencia de sí que han adquirido las mujeres? ¿Por qué hay tan pocas respuestas y tan inadecuadas a la valorización del cuerpo, del amor físico, a los problemas de la maternidad responsable? ¿Por qué una presencia tan grande de mujeres en la Iglesia no ha incidido en sus estructuras? ¿Por qué atribuir a la mujer en la praxis pastoral sólo aquellas tareas que le asigna un esquema algo rígido de residuos ideológicos y ancestrales?

Ayer: «Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga. (Mensaje del Concilio a las Mujeres). Y también: «[Hombres y mujeres] aporten la riqueza del proprio dinamismo a la construcción del mundo», porque «hoy es urgente, tanto en la sociedad civil como en la Iglesia, un trabajo para despertar y promover a la mujer. Se trata de proteger la dignidad de la mujer respetando siempre lo que es genuinamente femenino (esta es la verdadera igualdad), y evitando que la mujer, en su legítimo esfuerzo por hacer reconocer su igual dignidad con el varón, en el esfuerzo por insertarse responsablemente en una sociedad marcadamente machista, pierda su feminidad. En el respeto de esta originalidad de la mujer se basa el verdadero desarrollo de la posición de la mujer» (Comisión de Estudio sobre la mujer en la sociedad y en la Iglesia). A través de esta concisa evocación del Concilio Vaticano II y del trabajo de la mencionada Comisión cerramos nuestra mirada al pasado reciente que todos recordamos.

Hoy: La mirada al presente nos hace correr el riesgo de la retórica o de los lugares comunes. Son las mujeres las primeras que han creído, son ellas las primeros testigos. Y es precisamente a ellas, a las madres y a las abuelas en primer lugar, a quienes el Papa Francisco ha pedido que sigan llevando el anuncio de esperanza y de resurrección. Las mujeres, en efecto, han representado siempre para la Iglesia la fortaleza silenciosa de la fe, a ellas se ha pedido siempre que se ocupen de educar los niños a la vida de fe. Constituyen un ejército de maestras, catequistas, madres y abuelas que, sin embargo, mirando de cerca la realidad de la Iglesia de hoy, son figuras que parecen pertenecer a un mundo antiguo en vía de extinción. La crisis se va afirmando a partir de las jóvenes. En Occidente, las mujeres de edad entre 20 y 50 años van menos a misa, optan cada vez menos por el matrimonio religioso, pocas siguen todavía una vocación religiosa y en general muestran una cierta desconfianza hacia la capacidad formativa de los hombres de religión.

¿Qué es lo que no funciona hoy, cuando la imagen de mujer que tienen los hombres de Iglesia en general no corresponde ya a la realidad? Hoy las mujeres ya no pasan la tarde rezando el rosario o en devociones pías. Muchas veces son trabajadoras, directivas ocupadas como los hombres, y a veces más, porque muchas veces recae sobre ellas además la cura de la familia. Son mujeres que han alcanzado, a veces con esfuerzo, puestos de prestigio en la sociedad y en el mundo del trabajo, a las que no corresponde ningún rol de decisión o de responsabilidad en la comunidad eclesial. No está en discusión el sacerdocio femenino, cosa que, por otra parte, según las estadísticas, interesa más bien poco a las mujeres. Si como dice el Papa Francisco, las mujeres tienen un papel central en el Cristianismo, este papel tiene que tener correspondencia en la vida ordinaria de la Iglesia.

Mirada al futuro: El terreno aparece minado por el prejuicio y el encastillamiento en posiciones ancestrales, alimentadas con el combustible de la tradición y de una excesiva presencia masculina, muchas veces refractaria a cualquier confrontación. Ya ha pasado la hora de calificar automáticamente toda petición femenina con la etiqueta de feminismo, en el que a menudo hay reivindicaciones más o menos aceptables. Toda época histórica está marcada por conflictos y esperanzas que hoy revelan de forma inderogable la complementariedad entre varón y mujer. Un terreno difícil de labrar, pero que daría frutos abundantes también en la misma Iglesia.

No se trata de poner en marcha una revolución contra la tradición. Las voces femeninas con sentido común no pretenden ni piensan en arrancar trajes o puestos a los varones, subvirtiendo la relación de poder entre sexos ni, mucho menos, ponerse una birreta púrpura, a costa del reconocimiento de las mujeres con todas sus peculiaridades femeninas. El objetivo realista podría ser abrir a las mujeres las puertas de la Iglesia para que ofrezcan su competencia, sensibilidad, intuición, pasión y dedicación, en plena colaboración e integración con la componente masculina.

¿Qué espacios se proponen a las mujeres en la vida de la Iglesia? ¿Son acogidas teniendo en cuenta la nueva y diferente sensibilidad cultural social, identitaria? ¿Se siguen proponiendo modalidades de participación a partir de esquemas masculinos que no les interesan?

¿Nos hemos preguntado qué tipo de mujer necesita hoy la Iglesia? ¿Su participación, se piensa y se elabora junto con ellas? ¿O se les entregan modelos ya elaborados que no responden a sus expectativas o responden a preguntas hoy superadas?

¿Están las mujeres escapando de la Iglesia? Quizá en algunas áreas esto sea cierto. Otras, en cambio, podrían sugerir elementos preciosos para proponer y nuevos horizontes hacia los que dirigir la mirada. El debate pastoral entre experiencias diversas, en los que las mujeres tienen la posibilidad de hacer sentir su voz y ofrecer su disponibilidad al servicio, ¿no podría convertirse en una modalidad sinodal de vivir la fe y habitar en la Iglesia?

¿Cuáles son las características de la presencia de las mujeres en las diversas sociedades y culturas de las que podríamos tomar inspiración para una renovación de la pastoral y que permita una participación activa en la vida de la Iglesia?