La quinta edad - Alfa y Omega

La quinta edad

Estos días surge una pareja abulense afincada en Madrid que atraviesa la barrera del siglo con las Bodas de Diamante cumplidas. El matrimonio lleva 76 años en Madrid y está formado por Frutos del Nogal, de San Esteban de los Patos, y Ezequiela, la muchacha que conoció en el vecino pueblo de Muñopepe. El matrimonio es candidato al excepcional título de ser el más longevo de España

Alfredo Amestoy
Un momento del acto de homenaje a Frutos del Nogal, de 105 años. Foto: José Luis Bonaño

Siempre hubo centenarios en España, pero lo ocurrido durante la última década no tiene parangón, ni en España ni en el mundo. Si hace solo diez años los centenarios apenas superaban los 5.000, ahora se acercan a los 18.000 y, a este ritmo de 300 %, en la próxima década llegarían a ser 50.000. Es decir, no cabrían en Ibiza y superarían la población de varias capitales españolas como Soria o Teruel.

¿Cuántos de estos 50.000 centenarios superarán con su cónyuge la suma de más de 200 años? Parece que muy pocos. La diferencia de esperanza de vida entre varones y mujeres (solo uno de cada tres centenarios son hombres), la multiplicación de los divorcios en España y los matrimonios cada vez más tardíos, si no la llegada a centenarios, sí va a dificultar que se alcancen los 75 años de casados.

Sí los han cumplido Frutos y Ezequiela, que se casaron cuando el novio volvió a casa después de tres años de pegar tiros en todos los frentes de nuestra contienda. En una larga existencia suele haber grandes dosis de felicidad que contribuye de manera decisiva a que el matrimonio sea longevo. En el caso de nuestros amigos abulenses, los datos son elocuentes: un amor temprano y siempre fiel; una vida sencilla y austera, sin más ingresos que la conserjería de una casa de vecinos en una posguerra española donde los padres daban el filete de hígado a su hijo y ellos se alimentaban con sardinas arenques de las cajas de madera. Pero todo fue posible en un país que supo administrar lo poco que había. El hijo del matrimonio pudo estudiar Medicina y, qué duda cabe, que su celo y sus cuidados han contribuido a que sus padres lleguen a centenarios.

Hoy, ya jubilado, el doctor del Nogal permite que sus padres coman con vino y disfruten gracias a una envidiable salud de platos tan serios como cordero o cochinillo y no se priven ni de torreznos, manjar cuyo solo nombre hace que a los 105 años a todo un Matusalén como es su progenitor se le haga la boca agua.

El elogio de la vida sencilla

El bueno de Frutos piropea como un mozo a su cuidadora, Lidia, una hondureña providencial en la familia y a la que el centenario le pide que algún día le suba a un avión y le lleve a América con ella. Naturalmente Ezequiela no se lo tiene en cuenta. Ella cumple 100 años, pero es la que hace y deshace en la casa y la que pasea a su marido, cogido del brazo, como cuando eran novios. En ellos quizás se cumpla lo que recomienda Simone de Beauvoir cuando en La Vejez, un auténtico tratado sobre cómo envejecer, recuerda a su propio abuelo. Observa que quienes siempre han llevado una vida sencilla se adaptan mejor a tener que reducirse y cuidarse de viejos. «No se fatigaba en exceso y no tenía preocupaciones, porque no se tomaba las cosas a pecho. Tuvo lo que se llama una hermosa vejez». Y añade que «cierta pobreza afectiva e intelectual» suele hacer aceptable el resto de carencias. Otras condiciones como «mesura en los placeres», «frugalidad alimenticia» y vida reglamentada se dan en esta pareja que, en el caso del marido, se enriquece con el ejercicio físico.

Frutos ha montado en bicicleta hasta los 94 años y su afición al ciclismo se traduce en que Federico Martín Bahamontes siga siendo su ídolo. Otros deportistas que admira son Paco Gento y, sobre todo, Vicente del Bosque. No son extrañas estas devociones, porque «desde antes de la guerra» este centenario es madridista. Como es aficionado a los toros y seguidor de los buenos toreros, sobre todo de Paco Camino y El Viti.

Crecen como un tsunamis

El ejemplo de esta pareja, hoy de actualidad porque su caso se cuenta con los dedos de una mano, pronto dejará de ser singular, pero no paradigmático. La que me atrevo a llamar quinta edad crece como un tsunami que invadirá los cinco continentes. Este término aún no solo está inédito, sino que altera el significado que le dio san Isidoro de Sevilla en el siglo VI, cuando llamó la quinta edad a lo que los griegos conocieron como la presbicia, que iba desde los 50 a los 70 años, edad considerada entonces el final de la existencia.

La necesaria actualización del término, y que no supone la pérdida de su primer significado, nos lleva a incluir hoy en la quinta edad a quienes, habiendo superado la tercera –que correría desde los 65 a los 85 años–, y la cuarta edad, que acogería a quienes se encuentren entre los 85 y los 100, inician de centenarios el recorrido del último tramo.

No pertenece a la ciencia ficción aventurar las consecuencias que, en materia de pensiones, asistencia médica y social, alteración de trabajo, ocio, familia y pareja, va a suponer este acontecimiento histórico, pero limitémonos por el momento a señalar que nos encontramos ante un hecho solo equiparable por su trascendencia a los dos sucesos que, fuera de la mitología y que asumidos por la tradición y la historia de las civilizaciones, han podido marcar más al género humano en los último milenios: la torre de Babel y el diluvio universal.

Como la torre de Babel y el diluvio universal

La torre de Babel y su mitificación judeocristiana para explicar la aparición y confusión de idiomas encontraría en la quinta edad una nueva consagración de la metáfora, ahora enriquecida por la presencia de una generación que representaría un nuevo idioma ininteligible para el resto de las generaciones que pueblen el planeta e indescifrable para unas gentes que, en el conocimiento y hasta en la vida cotidiana, se comunicarían en lenguajes con claves hoy imprevisibles.

Esa posibilidad no remota de cinco generaciones que hablen cinco idiomas distintos, además de condenar a la más antigua quinta edad a una incomunicación casi absoluta, augura el destino para esa población centenaria de un limbo donde sea imposible convivir.

Un momento del acto de homenaje a Ezequiela, que este lunes cumplió los 100. Foto: José Luis Bonaño

En cuanto a la otra metáfora que nos sugiere, el diluvio universal, no tiene que ver con el cambio climático ni con el tsunami con el que hemos comparado el crecimiento exponencial de centenarios en las próximas décadas. El famoso diluvio, único suceso histórico que lleva el calificativo supremo, el epíteto de universal, se ha convertido para mí en una obsesión después de conocer por dentro el conocido trasatlántico Queen Mary, al que comparo con el Arca donde Noé puso a salvo de las aguas por mandato divino a una representación de todas las especies humanas, animales y supongo que vegetales.

Tripulantes del Arca de Noé

Ignoro el número de pasajeros y la carga del Arca de Noé que, según el Génesis, tenía una eslora de 150 metros. El Queen Mary dobla esta longitud y, entre pasajeros y tripulación, supera las 5.000 personas. Animales, que yo recuerde, creo que no pueden viajar más de una docena de perros. Esa es la capacidad de sus perreras. Estos perros son invisibles. No salen nunca ni siquiera a la cubierta. A excepción de los tripulantes, que son jóvenes y casi 2.000, los más visibles son más de 3.000 pasajeros que, en su mayoría, están en la cuarta edad, no faltando representantes de la quinta.

Parece que es en este barco, por varias razones –incluidas las económicas–, donde el panorama anticipado de lo que será el mundo de la quinta edad se pone más en evidencia. Y no solo porque se trate de un geriátrico especial, mitad limbo, mitad buque salvavidas; mitad Arca de Noé, mitad carro de Elías o de Ezequiel para viajar al cielo, sino porque en esa muestra anticipada de la quinta edad se respira ese olor donde no hay aspiraciones ni inspiraciones, sino exhalaciones y suspiros.

Vicente del Bosque le pone la bufanda del Real Madrid a Frutos del Nogal, sentado entre su esposa y el arzobispo de Madrid. Detrás, Jaime Suárez observa la escena Foto: José Luis Bonaño

Felicidades, Ezequiela

El carro de Ezequiel que hemos recordado nos devuelve a Ezequiela, que al cumplir ahora 100 años y poder celebrarlo con su marido, que tiene 105, se convierte quizá en la esposa de uno de los pocos matrimonios que, en España, han sumado más de 200 años e integrados por una pareja de centenarios. Felicidades Ezequiela y Frutos. Y que cumpláis muchos más … Sois los pioneros de un nuevo mundo plagado de iconos de la quinta edad. Casi una vida… eterna.

¡Qué obsesión por alargar la vida! Mi paisano Unamuno lo vio claro: «Y si no hubiese otra vida después de esta… Es que acaso esta en sí no fue vasta y bastante. Qué afán por dilatar la suerte sin dejar que haya un final que por qué llamarla muerte. Por qué ha de seguir nuestra codicia y, como si de bienes se tratara, querer más días, horas y minutos. Para qué acumular más tiempo y soñar eternidades en vez de conformarse en entregar el cuerpo a quien lo hizo de barro y el alma a quien un día la soplara».

Cumpleaños con el cardenal Osoro y Del Bosque

El mismo día en que Ezequiela cumplía 100 años –el lunes 3–, el matrimonio fue homenajeado por iniciativa del periodista Alfredo Amestoy, la Asociación de Establecimientos Centenarios y Tradicionales de Madrid y la Fundación Villa y Corte de Madrid.

En el acto participó el cardenal Osoro, que entregó al matrimonio la bendición apostólica del Papa Francisco. «El amor es la mejor medicina. El amor lo sana todo», dijo el prelado durante el breve acto de homenaje.

Frutos y Ezequiela estuvieron acompañados por otras personalidades, entre las que se encontraban el exseleccionardor nacional de fútbol Vicente del Bosque, que puso sobre los hombros de Frutos una bufanda del Madrid; la cantante Mari Pepa de Chamberí, que cantó a la pareja el mítico chotis Madrid; Jaime Suárez, hermano del expresidente del Gobierno; o Isabel Vigiola, viuda de Mingote, que les obsequió con un grabado del dibujante.

Durante el acto, Ezequiela confesó a Alfa y Omega parte del secreto de su longevidad vital y matrimonial: «Me he apoyado en Dios para todo. Yo le pedía y al día siguiente lo tenía. Sobre todo, siempre le pedía que en vez de ayudarme a mí ayudara a otras personas».

José Calderero @jcalderero