Lutero, con ojos nuevos - Alfa y Omega

Lutero, con ojos nuevos

Durante siglos, Martín Lutero fue visto por los católicos como «la encarnación del diablo». El responsable del cisma. El artífice único de la ruptura en la Iglesia. Pero la historia es mucho más compleja. Por ello, el Papa instó a «mirar el pasado sin rencores», liberándolo de los prejuicios y las «polémicas ideológicas». Apenas unos días atrás el Vaticano acogió un congreso inédito sobre la figura del teólogo alemán. Una nueva mirada, para rescatar los «elementos positivos» de la Reforma protestante

Andrés Beltramo Álvarez
Foto: REUTERS/Stefano Rellandini

«Yo creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador», dijo Francisco, en junio de 2016, durante su vuelo papal de Armenia a Roma. En una conversación con periodistas agregó: «En ese tiempo la Iglesia no era un modelo que imitar, había corrupción, mundanidad, apego al dinero, al poder, y por eso protestó».

A la luz de estas consideraciones, no resultó extraño que el Pontificio Comité de Ciencias Históricas decidiese convocar el congreso Lutero 500 años después. Una relectura de la reforma luterana en su contexto histórico y eclesial. Un seminario que reunió durante tres días a especialistas católicos y luteranos en un salón ubicado a unos pasos de la plaza de San Pedro.

Originalmente no estaba prevista una audiencia de los participantes con el Obispo de Roma. En el último momento Jorge Mario Bergoglio quiso intervenir. Confesó su alegría por la realización de ese encuentro, que «no mucho tiempo atrás habría sido totalmente impensable». Una referencia explícita al clima de «mutua desconfianza y rivalidad» que, por demasiados años, caracterizó las relaciones entre los católicos y los protestantes.

Aunque Francisco aclaró que todos son «muy conscientes que el pasado no puede ser cambiado», sugirió mirar hacia delante, porque la acción del Espíritu Santo «supera toda barrera y transforma los conflictos en ocasión de crecimiento en la comunión». Una actitud positiva, de «gratitud a Dios».

«Hoy, tras 50 años de diálogo ecuménico entre católicos y protestantes, es posible cumplir una purificación de la memoria, que no consiste en realizar la imposible corrección de lo ocurrido 500 años atrás», sino «más bien relatar esta historia de modo distinto, sin más huellas de aquel rencor por las heridas sufridas que deforman la visión que tenemos los unos de los otros», indicó.

«Como cristianos, estamos todos llamados a liberarnos de los prejuicios hacia la fe que los otros profesan, con un acento y un lenguaje diverso, a intercambiarnos mutuamente el perdón por las culpas cometidas por nuestros padres e invocar juntos de Dios el don de la reconciliación y la unidad», añadió.

Un instrumento valioso para esa purificación de la memoria consiste en el estudio «atento y riguroso» de la historia. Esto permitirá –siguió Francisco– «discernir y asumir cuánto de positivo y legítimo existe en la Reforma», tomando distancia de «los errores, exageraciones y fracasos», reconociendo los pecados que llevaron a la división.

Múltiples precedentes

Si bien estas palabras del Papa podrían sorprender, en realidad tienen múltiples precedentes, tanto en Francisco mismo como en anteriores Pontífices. Ya en 1989 Juan Pablo II destacó la «profunda religiosidad» de Lutero, quien –según dijo– «ardía de ansia abrasadora por el problema de la salvación eterna».

Benedicto XVI fue más allá. En 2008 dedicó varias audiencias públicas de los miércoles a la figura del dominico alemán y, en 2011, visitó el convento donde el dominico alemán estudió en Erfurt (Alemania). En esa oportunidad, precisó: «Lo que no lo dejaba en paz era la cuestión de Dios, que era la pasión profunda y la fuerza de su vida y de todo su itinerario». «El pensamiento de Lutero, toda su espiritualidad, estaban completamente centrados en Cristo».

Ya entonces Ratzinger había recibido críticas. Quizás menos encendidas que algunas lanzadas contra Bergoglio en los últimos meses, especialmente por su decisión de viajar a Suecia el año pasado para conmemorar el quinto centenario del inicio de la Reforma protestante en Lund. Francisco asumió las quejas, aunque la idea original de ese acto había surgido de durante el anterior pontificado.

«Las interpretaciones negativas siempre existen, en todos lados. No debemos dejarnos condicionar», advirtió Bernard Ardura, presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, consultado sobre este asunto. «Nosotros hacemos un trabajo de historiadores, no reaccionamos a las críticas. Es un riesgo que existan, por eso debemos ser prudentes en nuestras palabras, pero vale la pena», añadió en entrevista con Alfa y Omega.

Gracias a la relectura de los acontecimientos –explica– se puede descubrir que, en tiempos de Lutero, existieron muchos malentendidos. Recordó, además, que no se pueden olvidar los «elementos no teológicos» que empujaron la Reforma: la política y la economía. Entre estos destacan las tensiones que enfrentaron a hombres de poder en Alemania, y el deseo de echar mano sobre los cuantiosos bienes de la Iglesia.

La «chispa que hizo explotar la pólvora» fue la venta de indulgencias, una práctica que «no estaba en consonancia con la realidad espiritual», reconoció Ardura.

«Lutero fue percibido, en los siglos pasados, como la encarnación del diablo, el que rompió la comunión y otras cosas. Hoy no se trata, para nosotros, de decir que lo que hizo fue algo bueno, pero podemos explicar cómo sucedió. Al principio, él quería hacer una reforma dentro de la Iglesia. Hubo una evolución y presiones de todas partes que desembocaron en la ruptura. Pero es claro que, en los inicios, él buscó un camino espiritual», precisa.

También los aspectos psicológicos tuvieron un peso importante en el camino reformador del teólogo, quien vivió su «propio drama personal», el del «hombre pecador» que dejó la consagración sacerdotal y se casó con una religiosa. Una rehabilitación de Lutero, ¿es posible? «No puedo hablar al respecto, porque simplemente no lo sé», aclara Ardura.

Y añade: «Cinco siglos de lejanía no pueden ser resueltos en poco tiempo. [La división] es todavía una herida abierta, pero la mirada ya no es la mismo. Tenemos una mirada nueva, de caridad recíproca, de quien ve en el otro a alguien de buena voluntad que busca de responder a su fe».