Un testigo que predicaba - Alfa y Omega

Un testigo que predicaba

La Europa que cruzó del siglo XIV al XV padeció el estirón que la hizo crecer. En medio de las mayores pestes, el cisma de Aviñón, el Papa Luna, el Compromiso de Caspe y los cambios sociales del medievo, un dominico valenciano tiró de esa Europa con sus predicaciones y milagros hacia una radical conversión. La Editorial Algar, continúa con su tradición de obras de gran formato, que sirven de repaso de nuestra historia y nuestro patrimonio. Con su último libro: San Vicente Ferrer. Vida y leyenda de un predicador, escrito por Joan F. Mira, nos acerca a la vida del predicador de masas. Una extensa obra de 128 páginas, con el atractivo de 200 ilustraciones a color

Carmen Imbert
La predicación de san Vicente ante los compromisarios de Caspe, de Bartomeo Matarana (1597-1605), en el Museo del Patriarca, de Valencia

No era un orador amable -escribe Joan F. Mira-. No quería complacer, ni entretener, ni divertir a su público (orador que arrebataba auditorios masivos. Quería conmover, atraer, impresionar y, si era necesario, infundir en la audiencia un saludable terror. A nosotros, lectores modernos y distantes, nos puede resultar divertido algún pasaje o alguna expresión efectista de sus sermones; pero sus multitudinarios oyentes seguro que se rieron bien poco, o sólo incidentalmente. Cuando san Vicente dice que, el día del juicio, los condenados caerán haciendo un: ¡chop! en las calderas infernales, nosotros sonreiríamos al leerlo, pero los que lo escuchaban temblaban. Y las informaciones contemporáneas sobre el efecto de sus sermones no hablan de muchas risas por parte de la audiencia: hablan, invariablemente, de lágrimas y llantos».

Fragmento del Retablo de san Vicente Ferrer, representa una predicación del santo donde se aprecia a los taquígrafos que, por turnos, recogían sus palabras, gracias a los cuales se conservan buena parte de los sermones

Fiel dominico y de la Iglesia, muy valenciano e internacional, predicador de grandes masas y testigo de lo que predicaba, san Vicente Ferrer conmocionó a toda una Europa en crisis. Con un apocalíptico dedo en dirección al cielo, san Vicente alertó a la cristiandad del error en el que se sumía, un error latente también hoy, y la urgente necesidad de conversión para su salvación. Le llamaban, y así lo recoge Joan F. Mira, el ángel del Apocalipsis. De la Orden de predicadores, cumplió con su misión de una forma extraordinaria.

En cuatro capítulos ilustrados con fotografías de cuadros, esculturas y distintas obras de arte, este libro de Joan F. Mira desarrolla la vida del santo, así como la época que le tocó vivir, una descripción salteada de textos de las predicaciones y las conmovedoras relaciones de milagros que se le atribuyen por su intercesión.

Retablo de san Vicente Ferrer, del maestro del Grifó (1520), en el Museo de Bellas Artes, de Valencia

Nace en 1350, dos años después de la primera gran peste que recorre y asola Europa desde el Mediterráneo oriental, por Italia y hasta la Península Ibérica. Una población diezmada, que queda marcada por una impresión mortal de impotencia y a la que san Vicente anima a la penitencia. Es tiempo también del cambio del medievo. Los campesinos se trasladan a las ciudades, se quiebra la estructura feudal. Los mercaderes promueven el valor del dinero como fuente de poder frente al antiguo orden aristocrático. Son incesantes las guerras en Francia e Inglaterra; en el cisma de Occidente la Iglesia se encuentra con tres cabezas, tres Papas. Uno de ellos en la Península, el Papa Luna.

Y, en todo ello, san Vicente Ferrer tuvo su papel, como con el voto, decisivo, en el Compromiso de Caspe donde se decidió la nueva monarquía para la Corona de Aragón.

A este valenciano internacional se le conoce por los múltiples milagros que, incluso antes de nacer, conseguía arrancar de Dios. Milagros de curaciones e incluso de resurrecciones, pero los más importantes fueron las conversiones: esos corazones que consiguió mover del error a la fe mediante sus duras palabras acerca de las verdades eternas; en especial, puso gran hincapié, como su misión personal, en el juicio final. «Ahora bien -indica el autor de esta obra, que ha reconstruido la vida del santo-, la proximidad del juicio final no impide, antes al contrario, que el predicador intente poner remedio a los males concretos del mundo presente, de la sociedad y de la Iglesia: el remedio es la fe, el ejemplo del Evangelio, frecuentar los sacramentos, la piedad y la práctica de la virtud».

Puerta reconstruida de la casa natal de san Vicente, en la calle del Mar en Valencia

Los testigos convencen más que los maestros; sin embargo, san Vicente reunía las dos virtudes, predicador por vocación dominica y testigo por coherencia a la misma. El lector conoce, desde las páginas de esta obra, la preocupación de una Europa que parece acabar, que se agarra a la fe, y que consigue salir de la crisis.