El futuro está en los niños - Alfa y Omega

El futuro está en los niños

Maica Rivera

Este clásico iniciático en la literatura de ciencia ficción narra la épica del nacido para salvar la Tierra. Para protegerla de la amenaza extraterrestre, de los grimosos insectores, para más señas. Cuenta la aventura de alguien pequeño, Andrew Wiggin, Ender, sobre quien, paradójicamente, cae la mayor responsabilidad jamás imaginada. Su vida está vendida a un experimento del Gobierno diseñado para preparar el enfrentamiento definitivo contra la raza exterior, enemiga. De primeras, sufre el estigma de ser un Tercero, vástago no deseado en un mundo en el que se ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes por familia, alumbrado bajo excepcionales instrucciones gubernamentales por proyectar un perfil competitivo de combate. Es decir, antes incluso de ser reclutado en la infancia por la Escuela de Batalla, se le despoja de toda libertad (al final, no: él es dueño de sus esperanzas, como dicen los famosos versos de Martín Descalzo).

No podía ser de otra forma, esta distopía («representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana») empieza, se desarrolla y finaliza como drama. Pero concluye con la mirada alta, más allá de todas las fronteras. Por el camino, Ender sufre estoicamente el rechazo de sus iguales (incluso violento, de su propio hermano) y la profunda soledad del marginado, fomentada sin piedad durante su dura formación cuyo programa militar entiende, erróneamente, la bondad presente como la semilla de la debilidad futura. Sin embargo, a cada momento, este niño prodigio sabe escapar del asfixiante entrenamiento para hacer triunfar el ingenio y, sin darse cuenta, la amistad y el amor al prójimo como la verdadera fuerza salvífica.

La novela es en sí misma una enorme emoción contenida. Crece en un tono sobrio muy meritorio. Genera buena reflexión sobre el liderazgo y los valores del trabajo en equipo. Es un discreto canto a la paz universal del hombre con el hombre y del hombre con todas las criaturas. Habla del respeto a todas las vidas. Deja claro que la victoria de Ender radica en su apuesta valiente por la esperanza, metaforizada en un capullo de alienígena.

Hace seis años, en el transcurso de una entrevista, Orson Scott Card me presentó así al protagonista de su exitosa saga: «Joven, entrenado en un contexto de altas expectativas sobre sus futuros logros y el destino del mundo, depende de las decisiones que tome. Lo que le hace muy similar a la mayor parte de los niños». ¿Perogrullada? No, es necesario que los artífices de nuestras ficciones contemporáneas sigan recordándonos estas obviedades. No quedó atrás en el empeño David Hood, encargado de la adaptación cinematográfica, que la pasada semana pudo verse por televisión. Lo corroboran las declaraciones que me concedió, dos años después, para subrayar del argumento otras «temáticas de actualidad, candentes entre los jóvenes: el juego como realidad, la guerra como juego, el juego como guerra y la gravedad de que sus líneas de delimitación sean cada vez más convergentes».

El juego de Ender. Edición XXX Aniversario
Autor:

Orson Scott Card

Editorial:

Ediciones B