«El desarrollo es el nuevo nombre de la paz» - Alfa y Omega

«El desarrollo es el nuevo nombre de la paz»

Se cumplen 50 años de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI. Fue una llamada de atención a las teorías que identificaban e identifican crecimiento con desarrollo. El progreso debía ser fruto de la transformación de las realidades injustas

María Teresa Compte Grau
Foto: CNS

La encíclica Populorum progressio (PP) (26-3-1967) nació de la estela de la Gaudium et spes (8-12-1965) con el propósito más que evidente de promover un diálogo serio entre la teología y las ciencias humanas y sociales, tal y como revelaban las citas en notas a pie de página de dominicos como Chenu y Lebret, jesuitas como Nell-Breuning y De Lubac, filósofos como Maritain, padre del «humanismo teocéntrico o integral», y economistas como Clark, el primero en usar el índice del Producto Nacional Bruto (PNB) para estudiar las economías nacionales. Sin ningún género de dudas, solo estos datos hacían presagiar, ya en 1967, que estábamos ante un programa de cambio que podía y debía tener una especial trascendencia.

PP partía de una tesis central: el progreso no es el fruto espontáneo del incremento de los bienes económicos, tal y como rezaba el canon desarrollista, sino de la transformación de las realidades injustas. El desarrollo exigía, por lo tanto, el justo equilibrio entre acción y reflexión, técnica y política.

¡Cuánto calado y profundidad tenía y sigue teniendo la súplica contenida en PP 20! «Se necesitan técnicos», escribió Pablo VI, pero «más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación».

Como todo el mundo comprendió, Populorum progressio fue una llamada de atención a las teorías de la modernización que identificaban e identifican crecimiento con desarrollo. Lo que no significaba que el Papa traicionara nada, ni estableciera alianza alguna con el marxismo. PP era un modo nuevo de acercarse al mundo, a los problemas humanos y a la realidad.

Las llamadas de Pablo VI contra la injusticia fueron incómodas, como lo fueron las de monseñor Larraín, presidente del CELAM y autor de la carta Desarrollo: éxito o fracaso en América Latina, publicada en 1965 y citada en PP 32, y las del padre Arrupe en su carta Apostolado social en América Latina, publicada en diciembre de 1966. Defender la justicia, ni ayer ni hoy, nada tiene que ver con revolucionarias proclamas marxistas. Pablo VI era consciente de estas interpretaciones sesgadas. Su magisterio social se edificó sobre el eje vertebrador del diálogo y jamás dejó de denunciar como falsas las tentaciones de quienes creyeron encontrar un interlocutor idóneo en doctrinas materialistas y ateas que propugnaban soluciones violentas para vencer situaciones objetivamente injustas.

Pablo VI se atrevió a hablar del deber de eliminar las causas que comprometían el desarrollo, habló de reformas estructurales, de superar las mentalidades economicistas, de enfrentar los riesgos más que evidentes de la tecnocracia y de reparar las injusticias que claman al cielo. La promoción del desarrollo integral y solidario, del desarrollo del hombre y de todos los hombres fue un verdadero programa de cambio de un enorme valor intelectual, moral y teológico, que situó a la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en un plano de absoluta igualdad para el diálogo con el mundo y con las ciencias humanas y sociales.

Pensando en España, PP fue un revulsivo para la conciencia social del catolicismo. Y si no acabó de cuajar fue porque desgraciadamente, como en otras tantas ocasiones, el magisterio de Pablo VI fue reducido a arma arrojadiza, ya fuera para pontificar, ya para excomulgar.

Han pasado 50 años desde entonces. Populorum progressio es hoy el programa sobre el que Francisco ha creado el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Sus méritos, como señaló en 1987 Juan Pablo II, son más que evidentes: subrayar el carácter ético y cultural del desarrollo, ampliar el horizonte de la DSI y demostrar que la exigencia de la justicia solo puede ser satisfecha en el plano mundial. El Papa Montini lo había dejado escrito en 1967: la promoción del desarrollo es una tarea urgente, entre otras razones, porque cuando la injusticia persiste, «la tentación se hace tan violenta, que amenaza arrastrar hacia los mesianismos prometedores, pero forjadores de ilusiones» (PP 11).