Francisco le señala a Europa el camino para «una nueva juventud» - Alfa y Omega

Francisco le señala a Europa el camino para «una nueva juventud»

Ricardo Benjumea
Foto de familia de los líderes europeos con Francisco ante el Juicio Final de Miguel Ángel, el día 24. Foto: AFP Photo/Osservatore Romano

Francisco ofreció el viernes la inyección de esperanza que necesitaba una Unión Europea alicaída, sin demasiado que celebrar en su 60 cumpleaños; una desmoralizada Unión que, al comienzo del duro proceso de divorcio con el Reino Unido, debate hoy incluso acerca de su propia supervivencia.

La audiencia con el Papa en la Sala Regia del Palacio Apostólico fue el acto central de las conmemoraciones de los Tratados de Roma el pasado fin de semana en la capital italiana. Participaron los líderes de los 27, ausentada la británica Theresa May. El primer Papa no europeo en la era contemporánea reiteró «la cercanía de la Santa Sede y de la Iglesia» al proyecto comunitario y habló de los logros conseguidos y de los retos de futuro desde una perspectiva amplia y ecuánime como solo podía aportar la varias veces milenaria Roma. Europa –dijo– no está al final de su camino, sino en un «principio muy incipiente». «La UE no tiene ante ella una inevitable vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud». Pero para eso tiene que recuperar sus ideales, o de lo contrario sucumbirá al miedo y a la parálisis. La palabra clave es «solidaridad», a la que Jorge Bergoglio aludió como «el antídoto más eficaz contra los modernos populismos». Solidaridad hacia adentro, la que nace de «la conciencia de formar parte de un solo cuerpo», y solidaridad hacia el resto del mundo, sin pretender aislarse como una fortaleza de bienestar asediada.

Bienestar y alas cortadas

El Papa mencionó explícitamente el fracaso en la gestión de «la grave crisis migratoria de estos años», un asunto que no se puede afrontar «como si fuera solo un problema numérico, económico o de seguridad», ni desde «el temor a que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comunidades adquiridas» y «ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado con frecuencia solo en el bienestar material». Hoy a Europa –lamentó– «parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada», haciéndole olvidar que «tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad».

Desde esas claves, Francisco invitó a construir «sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente», algo que sí será posible en una Europa que se reconozca en sus raíces cristianas y ponga a la persona «en el centro y en el corazón de las instituciones».

En un nivel más práctico, el Obispo de Roma se refirió a la «separación afectiva entre los ciudadanos y las instituciones europeas», y se mojó aludiendo a Europa «como una familia de pueblos» en la que, «como en toda buena familia, existen susceptibilidades diferentes». Pero la unidad se materializa «en las diferencias». «Por eso las peculiaridades no deben asustar –dijo–, ni se puede pensar que la unidad se preserva con la uniformidad». De esta manera, el Sumo Pontífice defendió una integración a la medida de cada país.

Tras los discursos el Papa condujo a sus huéspedes a la Capilla Sixtina para la foto de familia. Situándolos ante la imponente escena del Juicio Final de Miguel Ángel, de algún modo parecía quererles advertir de que la historia pronunciará un día su veredicto sobre cómo esta generación de líderes responde a la primera gran crisis del proyecto de integración europeo.