El obispo de la lucha y la contemplación - Alfa y Omega

El obispo de la lucha y la contemplación

María Yela
Obispo Alberto Iniesta. Foto: Javier Prieto

María Yela, delegada de Pastoral Penitenciaria de Madrid, define el encuentro de este sábado en torno a la figura del obispo auxiliar de Madrid monseñor Alberto Iniesta, como un encuentro «profundo, fecundo, catártico, expresando quejas y debilidades, valorando logros y fortalezas». Las decenas de participantes en la jornada propusieron alternativas de mejora «como responder a los interrogantes de los jóvenes, los mayores, los enfermos, los emigrantes, los homosexuales, los divorciados, los que profesan otra religión, los no creyentes, los curas obreros…». También, señala Yela, saltaron a la palestra temas como «el papel de la mujer, los laicos y los religiosos en la Iglesia, el celibato opcional, reforzar el contacto con los medios de comunicación o impulsar la formación».

Este sábado nos reunimos en el colegio de la Ciudad de los Muchachos, donde hace 42 años quisimos (y no pudimos) celebrar la I Asamblea Cristiana de Vallecas, para desarrollar una jornada de reflexión y convivencia en torno a nuestro obispo Alberto Iniesta, fallecido el año pasado, y en medio del jolgorio de los chiquillos jugando en el patio, como tanto le gustaba a él.

Empezamos con una oración, recordando también a monseñor Oscar Romero, otro profeta de la Iglesia actual, del que se cumplen 37 años de muerte, y pasamos posteriormente a trabajar en grupo tres cuestiones: ¿Qué nos llega del compromiso de Alberto Iniesta? ¿Qué tipo de Iglesia trató de animar? ¿Qué propuestas de mejora aportamos para seguir caminando?

Muchos de nosotros conocimos a Alberto Iniesta, su pequeña figura bondadosa y cercana, su austeridad, su espíritu crítico-conciliador dentro de una Iglesia que bebía en la fuente del Concilio Vaticano II: implicada, plural y acogedora. Conocimos también su capacidad intensa de unir lucha y contemplación, razón y corazón, y cómo abrió caminos de mediación pese a encontrarse a veces en situaciones difíciles, en las que sintió la carga del cargo.

Hubo testimonios directos acerca de su transición personal dentro de la etapa de Transición política, y muchos nos preguntamos si supimos acompañar su etapa de retiro en Poblet. Hablamos también del Papa Francisco y del cardenal Tarancón. Ha sido éste un encuentro profundo, fecundo, catártico, expresando quejas y debilidades, valorando logros y fortalezas, proponiendo alternativas de mejora en nuestra Iglesia como estas: responder a los interrogantes de los jóvenes, los mayores, los enfermos, los emigrantes, los homosexuales, los divorciados, los que profesan otra religión, los no creyentes, los curas obreros, otros modelos de comunidades cristianas… Replantear el papel de la mujer, los laicos, los religiosos, el celibato opcional, reforzar el contacto con los medios de comunicación, impulsar la formación en los Seminarios, los consejos pastorales, las parroquias, las comunidades religiosas. Alimentar nuestra confianza a través de la oración…

Todo ello con las claves que aprendimos de él: revisando criterios, viviendo cada día plenamente pero sin ahogarnos en la tarea, co-laborando en la construcción de una Creación común, ayudando al cercano, como Jesús nos enseña.

Ángel Lafuente recitó poemas de nuestro pastor Alberto antes de la conferencia de José María Castillo sobre el seguimiento de Jesús, seguimiento entregado del que brotan recursos ignorados. Y finalizamos con la presentación del libro Alberto Iniesta, la caricia de Dios en las periferias, con Emilia Robles como recopiladora; y junto a ella, Luis Aranguren, Nicolás Castellanos y José Lorenzo.

Consideramos que este libro es una buena herramienta de acercamiento a aquel contexto y a aquella primavera eclesial, que podemos trabajar en pequeños grupos ahora todos nosotros, contribuyendo a deshelar el invierno, con el fermento y la creatividad que Alberto aún propone.

Nos despedimos, camino de la Pascua, cantando No se puede sepultar la luz, convencidos de que Alberto no morirá nunca porque vive en nosotros si sabemos mirar con sus ojos, con sus gafas, escuchar el eco de su entrega y su confianza en acercar cada día la utopía cristiana.