Este 30 de mayo se conmemoran los 100 años de la inauguración del monumento al Sagrado Corazón en el cerro de los Ángeles, momento escogido por el rey Alfonso XIII para consagrar España al Corazón de Jesús. Se trata de una efeméride de gran importancia que nos ayuda a comprender mejor el contexto del movimiento católico de principios del siglo XX, a la vez que nos permite hacer una panorámica de lo que ha supuesto este siglo para la vida de la Iglesia de nuestro país.
Los datos nos pueden servir de ayuda. Aunque no podemos de hablar de un clima bélico, la sociedad española comenzó el siglo XX de una forma convulsa, marcada por la crisis del 98 (la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español y del estatus de potencia europea). Muchos pensaron que la postración social se había debido al abandono de las esencias católicas. Otros muchos pensaron que precisamente se debía soltar el lastre de un pasado marcado por el oscurantismo y la superstición. En gran medida, unos y otros olvidaron la esencia del cristianismo, reduciéndolo a arma arrojadiza o barrera ideológica.
Por ello, no es de extrañar que, desde los movimientos católicos, se quisiera dar un salto cualitativo que mostrara con claridad la espiritualidad católica como factor de regeneración. Con los años, esta necesidad se concretó en el deseo de paz para los corazones, las familias y toda la nación, avivado por la I Guerra Mundial y los millones de muertos que produjo la contienda.
Desde 1911 se acariciaba la idea de construir en la capital de España un santuario o monumento nacional que recordara el Congreso Eucarístico Internacional de 1911, acontecimiento que estuvo muy unido a la propagación de la devoción al Corazón de Jesús, las consagraciones personales y las entronizaciones de imágenes en las casas. El lugar escogido tenía una gran carga simbólica. El cerro de los Ángeles, aparte de ser una elevación que permite ver sus construcciones desde muchos puntos de Madrid, es el centro geográfico de la península ibérica, el centro de España. No había que hacer grandes esfuerzos para entender que un monumento en semejante ubicación invitaba a pensar que el Corazón de Jesús debía ocupar el centro de la vida de todos los españoles.
El desarrollo de la guerra (1914-1918) hizo imposible llevar a cabo la construcción de manera inmediata. España se había declarado país neutral, y se veían con buenos ojos las labores humanitarias que tanto el Papa Benedicto XV como Cruz Roja, estaban desarrollando a favor de los prisioneros, y la ayuda a las familias que perdían a sus seres queridos. Junto a estas iniciativas, los padres Mateo Crawley y José María Rubio, ayudados por la Unión de Damas, las Marías de los Sagrarios, la Guardia de Honor y, sobre todo, el Apostolado de la Oración, motivaron la edificación del monumento. La primera piedra se puso el 30 de junio de 1916.
Desde ese momento, y de forma sorpresivamente rápida, comenzó la recaudación de fondos para la construcción. En pocos meses se había recogido suficiente para el proyecto, sobrando una cantidad importante. Se decidió que con ese dinero se construiría un monasterio para monjas de clausura que atendiera el culto y garantizara la asistencia espiritual.
En esos mismos años tuvo que decidirse qué tipo de construcción realizar. Como arquitecto se escogió a Carlos Maura, y como escultor a Aniceto Marinas. Lo más importante de la construcción debía ser la imagen del Sagrado Corazón, que debía ser al mismo tiempo regia e invitar a la misericordia. Después de valorar varios proyectos (uno incluía una escalera desde la base del cerro hasta el arranque del monumento), se escogió elevar un gran pedestal en el que se levantara la imagen del Sagrado Corazón. Debajo de él, el título histórico de la gran promesa hecha por el Corazón de Jesús al beato Bernardo de Hoyos: «Reinaré en España». Y en la plataforma, la imagen de la Inmaculada con los ángeles subiendo el escudo de España. Completaban la construcción dos grupos escultóricos que representaban la Iglesia peregrina y la Iglesia triunfante.
Dado el amplio presupuesto, las dimensiones del monumento fueron verdaderamente majestuosas: 28 metros de alto, 13,5 de ancho y 16 de fondo. Un auténtico monumento. Pero una vez inaugurada la obra, quedaba el punto más difícil: mantener lo conseguido y que no se apagara la llama. No bastaba con afirmar el reinado de Cristo, había que procurar por todos los medios que fuera un reinado real. Inaugurar el monumento nacional no era la conclusión, sino el inicio de una época en la cual se recupera el terreno perdido para la fe católica. Esto se expresaba, fundamentalmente, en el paso de los actos públicos y masivos al trabajo personal de cada cristiano, que interiorizara el contenido de la consagración y le hiciera ponerse en camino de conversión. Por eso, desde hace 100 años, el cerro de los Ángeles ha tenido una función capital: que Cristo habite en las almas y en el mundo la paz.
José Ramón Godino
Delegado episcopal para las Causas de los Santos de la diócesis de Getafe