10 de noviembre: san Andrés Avelino, el mentiroso arrepentido que se murió de Misa - Alfa y Omega

10 de noviembre: san Andrés Avelino, el mentiroso arrepentido que se murió de Misa

Este santo italiano creyó haber fallado a Dios en un momento de su vida, tras mentir en un juicio para defender a un sacerdote, pero supo levantarse. «Aquello le empujó a una vida nueva», dice su biógrafo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Andrés Avelino. Ámbito lucano, siglo XIX. Foto: beweb.chiesacattolica.it.

Dice José Tissot en El arte de aprovechar nuestras faltas que, en ocasiones, nuestros pecados «nos sirven mucho para humillarnos y darnos cuenta de lo que somos». Según este clásico de la literatura espiritual, «cualquier pequeño retroceso no tiene más objeto que abandonarse mejor en Dios», y «es muy bueno sentir confusión ante nuestra miseria y nuestra imperfección», para luego «levantar el corazón a Dios con confianza», sabiendo que «nuestro fundamento debe estar en Él, no en nosotros». San Andrés Avelino vivió casi tres siglos antes que Tissot, pero supo muy bien de qué hablaba el autor francés: un pecado le sacó de su zona de confort para vivir, a partir de entonces, una vida santa y de servicio a Dios y a los demás.

Nacido en 1521 en Castronuovo, en el empeine de la península italiana, fue bautizado por sus padres con el nombre de Lancelot. Un tío suyo era el sacerdote del pueblo y de él recibió buena parte de su educación, además de la ayuda que el joven le ofrecía en la parroquia cuando los estudios se lo permitían. Ordenado sacerdote en 1545, a los dos años se marchó a Nápoles para continuar sus estudios en Derecho. Allí dos hechos marcaron su vocación. El primero fue la oportunidad de realizar los ejercicios espirituales dirigidos por Diego Laínez, uno de los primeros compañeros de san Ignacio de Loyola, algo que influyó profundamente en su espiritualidad. El segundo fue un juicio en el que ejerció como defensor de un compañero sacerdote. En un determinado momento se vio obligado a decir una mentira para ganar el proceso, pero ese hecho le afectó mucho: con la conciencia intranquila, al volver a su casa tomó la Biblia y la abrió al azar buscando una Palabra del Señor. «La boca que miente da muerte al alma», leyó. Apesadumbrado, resolvió dejarlo todo y volver a su casa en Castronuovo. «Le entró una pena tremenda», afirma el padre teatino Valentín Arteaga, autor de una biografía sobre el santo, «pero aquello le empujó a una vida nueva».

Cuando logró abandonar el pozo en el que se había metido, salió completamente distinto. De hecho, cuando años más tarde decidió entrar en la orden de los teatinos y tomar el nombre de Andrés, además de los tres votos clásicos hizo otros dos más: negar siempre su propia voluntad y trabajar por adquirir una nueva virtud cada día. «Deja de ser bueno quien no trata de ser mejor», solía decir.

Ya no cedería a los respetos humanos, aun a riesgo de perder la vida, como demostró cuando el vicario general de Nápoles le encargó reformar el monasterio femenino de Sant’Arcangelo di Baiano. Aquel edificio «era un lupanar clandestino», cuenta el padre Arteaga. La vida religiosa se había degradado hasta el extremo, y el santo llegó allí a poner orden, a restringir las visitas del exterior y a aplicar rigurosamente la regla de vida monástica. Eso no gustó a algunos jóvenes, que contrataron a un sicario para que acabara con su vida: una noche, el santo fue atacado con espada y herido en varias partes de su cuerpo, pero, a pesar de quedar en un charco de sangre, se recobró y conservó la vida. Cuando el virrey de Nápoles quiso castigar a los responsables, san Andrés se lo impidió.

Elegido por Carlos Borromeo

En los teatinos, Andrés ejerció como maestro de novicios y poco a poco fue adquiriendo cargos de mayor envergadura. Mientras, los hechos extraordinarios que protagonizaba hacían aumentar en todo Nápoles su fama de santidad. El padre Arteaga refiere una ocasión en la que, bajo una impresionante tormenta, su carruaje se averió. Él se retiró a rezar el breviario mientras arreglaban la rueda y, al volver, el cochero vio que el santo estaba completamente seco.

Se hizo amigo de sacerdotes y obispos, que lo buscaban por su santidad y sus consejos. San Carlos Borromeo, que lo eligió como primer rector del seminario de Milán, decía de él que «es la idea más viva que podemos tener del verdadero apóstol». Por su parte, él aconsejaba a los obispos ser muy humildes, porque «un obispo sin humildad no debería ser obispo».

El 10 de noviembre de 1608, mientras se dirigía al altar para celebrar la Eucaristía, sufrió un ataque de apoplejía que terminó con su vida. «Se puede decir que se murió de Misa», afirma el padre Arteaga. Terminaba así su vida en esta tierra «un santazo que cada día luchó por escalar hasta el cielo».

Su cuerpo se conserva incorrupto en Nápoles y es objeto de una gran devoción popular. Ahora los teatinos están trabajando para que el santo sea nombrado doctor de la Iglesia, debido a su ingente producción teológica y epistolar. «Fue un hombre de oración total, que quiso ser cada día más santo, y sin duda lo consiguió», concluye Arteaga.

Bio
  • 1521: Nace en Castronuovo
  • 1545: Es ordenado sacerdote
  • 1548: Conoce al jesuita español Diego Laínez, compañero de san Ignacio
  • 1551: Inicia la reforma del monasterio de Sant’Arcangelo di Baiano
  • 1556: Es víctima de un atentado
  • 1608: Muere en Nápoles mientras se dirige al altar