1 de octubre: santa Teresa del Niño Jesús, la niña francesa que democratizó la santidad
Al conocer la historia de un asesino que había matado a tres mujeres en París, comenzó a ofrecer sacrificios por él. Antes de ser ejecutado, ese hombre besó el crucifijo. Fue su «primer hijo espiritual»
El de Teresa de Lisieux es uno de esos casos en los que el deseo sirve de motor a una persona para lograr su objetivo vital. En el caso de Teresa eran la santidad y el cielo. Y para alcanzarlos inventó un modo que revolucionó la Iglesia por estar abierto a todo el mundo.
Teresa nació el 2 de enero del año 1873 y su crecimiento y formación fueron buena muestra de que un santo saca a otro santo, sobre todo si el caldo de cultivo de la fe es el de una familia creyente y piadosa como fue la suya. De hecho, sus padres, Luis Martin y Celia Guérin, fueron beatificados ya en el año 2008 por el Papa Benedicto XVI y posteriormente canonizados en 2015 por el Papa Francisco. Una de sus hermanas, de nombre Leonia Martin, está también en proceso de beatificación.
La infancia de Teresa fue todo lo normal que se puede esperar en la vida de una niña en la Francia del siglo XIX. Quizá el hecho más destacado y que marcó su vida posterior fue que recibió una curación que ella atribuyó a la Virgen en 1883. Un año después, decidió entregarle a Jesús su vida y seguir los pasos de dos hermanas suyas que habían entrado al Carmelo… cuando tuviera la edad.
- 1873: nace el 2 de enero en Alençon (Francia).
- 1883: gravemente enferma, se cura de forma extraordinaria al recibir la sonrisa de la Virgen María.
- 1887: comienza a rezar por el asesino Henri Pranzini.
- 1887: le pide al Papa León XIII permiso para entrar en el Carmelo.
- 1888: entra en el Carmelo de Lisieux, con solo 15 años.
- 1895: inicia la redacción de su autobiografía espiritual, que después se publicará como Historia de un alma.
- 1897: muere de tuberculosis en Lisieux.
- 1925: es canonizada por el Papa Pío XI en Roma.
En 1887, al conocer la historia de un asesino que había matado a tres mujeres en París, Teresa comenzó a rezar y a ofrecer sacrificios por él, con el firme deseo de librarlo del infierno. Ese hombre, Henri Pranzini, fue juzgado y condenado a morir en la guillotina. Sin embargo, en el instante final, antes de ser ejecutado, besó el crucifijo. Al enterarse, Teresa se conmovió hasta las lágrimas y desde entonces se refirió a él como «mi primer hijo espiritual».
En una peregrinación a Italia, con solo 14 años, se atrevió a acercarse al Papa León XIII y pedirle permiso para ingresar en el Carmelo. El Pontífice le dio una respuesta evasiva y ella se llevó un cierto desencanto. Sin embargo, la llama estaba firme en su corazón y su decisión estaba tomada. Finalmente, su obispo le dio permiso para entrar en religión el 9 de abril de 1888, ya cumplidos los 15. Ahí la esperaban sus hermanas Paulina y María, a las que después se sumó Celina.
Frío espiritual
En el convento le esperaba la austeridad característica de las carmelitas. También un cierto frío de tipo espiritual, porque en el ambiente pesaba la visión de un Dios duro y justiciero al que había que complacer con esfuerzo y sacrificio, cuando el anhelo de Teresita iba por un lado muy distinto.
Vicente Martínez-Blat, traductor de las Obras completas de la santa en la BAC, explica que «en su tiempo la santidad parecía estar reservada a seres privilegiados, héroes que descollaban en la mística y fenómenos sobrenaturales; o en el campo de la ascesis y las grandes penitencias y mortificaciones, o en el campo del apostolado, de hacer cosas por Dios en las misiones». A Teresa estas sendas le resultaban «inalcanzables», pero era consciente «de que Dios no da deseos irrealizables y de que si Él le dio el deseo de ser santa, también le daría el modo de poder hacerlo».
Así, Teresa inventó lo que después se daría en llamar su «caminito», una apuesta por la infancia espiritual que consistía en cuatro actitudes: confianza, humildad, abandono y amor. «Se trata de un caminito muy recto, muy corto y completamente nuevo —explica Martínez-Blat—, que al difundirse abrió la posibilidad del cielo para todos. De alguna manera, democratizó la santidad a partir de entonces».
Su vida en el Carmelo transcurrió sin sobresaltos, haciendo las tareas cotidianas como cualquier otra monja. En 1895 le confiaron la oración por un padre blanco misionero en África y, al año siguiente, por otro sacerdote destinado a China, a quienes enseñó su particular caminito.
En la noche del Jueves al Viernes Santo de 1896, la joven escupió sangre por primera vez. Lejos de asustarse, vio en ello «un suave y lejano murmullo anunciándome la llegada del Esposo». El 30 de septiembre del año siguiente, murió a la temprana edad de 24 años. «No muero, entro en la vida», decía cuando ya era consciente de su destino. Para ella no era el final, sino el principio de una nueva aventura, la de «emplear el cielo haciendo el bien en la tierra». De ello se provechan hoy todos aquellos que han recibido alguna gracia por su intercesión, y también aquellos que han llevado a su vida el caminito.