Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio - Alfa y Omega

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio

Viernes de la 10ª semana de tiempo ordinario / Mateo 5, 27-32

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Mateo 5, 27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna.

Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna. Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”.

Pues yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se case con la repudiada comete adulterio».

Comentario

En nuestro mundo hipersexualizado Jesús puede sonar exagerado cuando dice que «todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón». Sin embargo, este mensaje no es muy diferente del que publicó Manuel Jabóis en El País (a priori no es posible sospechar mojigatería ni del medio ni del periodista): «Hay más cuernos en un “buenas noches”». Hay adulterio para el periodista siempre que hay esa intimidad que facilita la mensajería instantánea Hay cuernos porque, aunque no haya relaciones íntimas, hay una relación sentimental que es más duradera, profunda e intensa que llega realmente a dividir el corazón y suplantar al cónyuge.

En ese sentido, lo que dice Jesús es todo menos una pudibundez: la mirada no es menos adúltera que el resto del cuerpo, porque la mirada nace del interior. Con nuestra manera de mirar nos entregamos ya antes e incluso sin necesidad de cualquier contacto físico. El problema no es la pureza tal y como solemos entenderla, sino la integridad del corazón. La mirada unificada preserva la unidad del corazón, y la entrega unitaria de la vida. Azorín lo explicaba de forma hermosa cuando decía que aquellas mujeres que miraba salir del balneario «al marcharse se ha llevado algo que nos pertenece y que no volveremos a encontrar jamás».