El Tumbo A muestra cómo la España cristiana miraba a Compostela - Alfa y Omega

El Tumbo A muestra cómo la España cristiana miraba a Compostela

Uno de los tesoros del Archivo de la Catedral de Santiago recoge los privilegios recibidos entre los siglos IX y XIII. Siguieron otros hasta la Edad Moderna

María Martínez López
Tumbo A (ca. 1130-1140). Archivo de la catedral de Santiago de Compostela.
Tumbo A (ca. 1130-1140). Archivo de la catedral de Santiago de Compostela.

«En nuestros días se nos reveló el preciado tesoro del bienaventurado Apóstol, es decir su santísimo cuerpo…. Y ordenamos construir una iglesia en su honor». Este relato de Alfonso II de Asturias (791-842) sobre el hallazgo en el año 829 de la tumba de Santiago abre el Tumbo A, uno de los principales tesoros que custodia el archivo de la catedral compostelana. «En Galicia llamamos “tumbos” a lo que en general se denominan “cartularios”», explica Francisco Buide, canónigo archivero. Son un tipo de volúmenes muy habituales en la Edad Media, en los que se copiaban documentos con privilegios, donaciones y otros textos oficiales —incluso bulas papales— que «fundamentan el origen, propiedades y territorios de una fundación eclesiástica, como una catedral o un monasterio». Tienen gran valor, en primer lugar porque son copias de originales en muchos casos perdidos.

En este caso, el Tumbo A se empezó en 1129 por mandato del obispo Diego Gelmírez con documentos desde el siglo IX. Al terminar esta labor se siguieron incorporando copias casi durante un siglo más, hasta la época de Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII. En el XIV, el obispo Berenguel de Landoria comenzó un segundo tumbo. Luego se sucedieron otros seis, prácticamente hasta la Edad Moderna. Paradójicamente, tratándose de unos hechos y un lugar que han marcado profundamente la historia de la Iglesia, una de las principales características que diferencia al primer tumbo de los últimos es que «no es tan narrativo» ni tan descriptivo de cuestiones relacionadas, por ejemplo, con las peregrinaciones, explica Buide. Esto, aunque en cierto sentido es una limitación, tiene también la ventaja de que su información es más material y objetiva, sin «el punto de vista de un narrador». Con ello «hacemos una historia más crítica e imparcial».

Alfonso III el Magno, rey de Asturias (848-910), retratado en una miniatura. A la derecha: Representación más tardía, en el mismo tomo, de Alfonso VIII de León y Galicia (1171-1230)
Alfonso III el Magno, rey de Asturias (848-910), retratado en una miniatura. A la derecha: Representación más tardía, en el mismo tomo, de Alfonso VIII de León y Galicia (1171-1230). Fotos: Wikimedia Commons.

En ella, el peso de la devoción jacobea se refleja en los abundantes privilegios citados en el tumbo. Se deben sobre todo al Voto de Santiago, que se atribuye al rey Ramiro I de Aragón tras vencer a los musulmanes en la batalla de Clavijo (844), supuestamente gracias a la intervención milagrosa del Apóstol. Con el voto no solo se le nombraba patrón de España sino que «las diócesis que iban renaciendo se volcaban en él», hasta el punto de «tener que mandar una renta determinada» a la Iglesia gallega, explica el archivero. Otras muestras de su importancia son el nombramiento de Gelmírez como delegado papal para los reinos hispanos; que la diócesis se extendiera hasta Salamanca y Coimbra (Portugal) o que llegara a acuñarse allí moneda real.

Los documentos que recogen todo esto permiten asimismo «hacer un mapa de la región en la época», pues «reproducen muy bien los lugares, las parroquias, la hagiotoponimia, a qué santos estaban dedicadas». Esto permitió, ya durante la Reconquista, resolver controversias sobre los límites de antiguas diócesis visigóticas que renacían. Ahora, hace posible «intuir de dónde vienen algunos nombres»; por ejemplo, que Olaya, Baia o Santaia pueden aludir a santa Eulalia. También «seguimos el rastro de los monasterios y su influencia». Y al incluir copias realizadas en distintos momentos, es posible estudiar la evolución de estos «libros vivos», desde el tipo de letra a los usos lingüísiticos del latín o del gallegoportugués, lengua de buena parte de la documentación real a partir del siglo XIII.

Buide con un facsímil del Tumbo A. Contiene unos 200 folios

Buide con un facsímil del Tumbo A. Contiene unos 200 folios. Foto: Archivo de la catedral de Santiago.

Además, si bien en el primer tumbo no hay mucha información directa sobre el auge de las peregrinaciones, Buide matiza que sí la ofrece de forma indirecta. «Algunas de las propiedades» a las que hace referencia «están vinculadas a la acogida y a los hospitales» de peregrinos; como el de Santa María del Camino y «otro situado cerca de la entrada norte de la catedral».

Más allá del A, los tumbos más recientes ahora «están siendo estudiados porque reflejan un periodo convulso, el de la Baja Edad Media, con muchas dificultades, epidemias». O los problemas derivados de la gestión de algunas propiedades por señores locales, que llevó a la Iglesia a tener que defenderse o derivó incluso en pequeñas guerras como la Revuelta Irmandiña (1467-1469), «versión gallega de las revueltas populares».

Pórtico de la Gloria

Otro valor del Tumbo A es su decoración, miniaturas entre otros temas de los reyes citados con «aplicaciones de oro y plata y un colorido muy vistoso». Su estudio facilitó la restauración del Pórtico de la Gloria, terminada en 2018. Comparando sus materiales gracias a la espectrografía y comparándolos con los del pórtico, explica Francisco Buide, canónigo archivero de Santiago, «se diferenciaron las capas de pintura medieval de las modernas».

Por otro lado, en ellas se ve el cambio de estilo de las primeras, románicas, a la expresividad» más gótica de las últimas. Y la arquitectura de fondo «refleja el estilo de cada momento».