Orar con santa Teresa: «¡Miradle resucitado!» - Alfa y Omega

Orar con santa Teresa: «¡Miradle resucitado!»

La famosa alegría teresiana no nace del optimismo de una mujer buena y entusiasta, ni siquiera de un Carmelo Descalzo en el que sus monjas se llevan bien. No: nace del sepulcro vacío, y de contemplar a Cristo saliendo de él victorioso. Esa es la idea central de la Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana. Con santa Teresa de Jesús le deseamos una muy, muy, feliz y alegre Pascua: ¡Cristo ha resucitado!

José Antonio Méndez

Pocas actitudes casan tan bien con santa Teresa de Jesús como la alegría y el buen humor. Ya se sabe que a la Santa se le atribuye esa cita tan famosa de «un santo triste es un triste santo», y de su puño salieron otras como «tristeza y melancolía no las quiero en casa mía», o aquella otra de «líbreme Dios de santos encapotados». Pero si su vida estaba marcada, como la de toda carmelita descalza desde hace cinco siglos, por el rigor y la austeridad, y si además ella tenía tanto gusto en deleitarse contemplando los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, haciendo suya la Cruz de Cristo, ¿de dónde le nacía semejante optimismo?

La respuesta la dejó escrita en sus obras: de pensar en el amor de Dios y contemplarlo con agradecimiento. Un Dios que cargó con todo el sufrimiento de los hombres para que los hombres, cuando sufrimos, podamos saber que Dios nos entiende. Un Dios que redimió nuestro pecado gratuitamente porque sabía que nosotros no podríamos redimirnos jamás por nuestros solos esfuerzos. Un Dios que sacrificó a su Hijo por todos los hombres y, más aún, por cada hombre (por la Santa, por cada carmelita, por cada pecador, por el lector de Alfa y Omega, por su redactor, por…) Y un Dios que, no se puede olvidar, ¡resucitó a su Hijo de la muerte!

Si se piensa bien, lo de que Dios resucite a un muerto de verdad, lo de que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, saliese del sepúlcro después de ser flagelado y muerto en cruz, sólo admite dos respuestas: tomarlo por una locura y mirar para otro lado… o exultar de alegría. Y ella optó por lo segundo. Así lo vivió, así lo rezó y así lo aconsejó a sus monjas, y a todos aquellos que se acercan hoy a sus escritos.

Su forma de hablar de la Resurrección no es una mera disertación teórica, ni siquiera un buen consejo espiritual. No. Es una recomendación que nace de la experiencia. De hecho, cuando en Camino de Perfección sugiere a sus hijas espirituales que piensen en el Resucitado, no se limita a hablar de ello, sino que logra con dos líneas que el lector se sitúe ante el sepulcro vacío y, más aún, ante Cristo saliendo de él. Invita a contemplarlo como quien ya lo está viendo. Y a pararse en esa visión. Y a dejarse embriagar por ella. Y a orar entre signos de exclamación. Por eso, nuestra Oración de la Santa para el Año Jubilar Teresiano de esta semana no es, como hasta ahora hemos ido ofreciendo, un texto en el que Teresa se sitúa directamente ante Dios, sino unas líneas en las que, hablando con el lector, consigue llevarle ante el Señor que ha derrotado a la muerte. Merece la pena hacer caso a santa Teresa, caminar tras sus huellas, y disfrutar con la alegría de la Pascua.

Por cierto: incluso el comentario que antecede al texto principal, en el que bromea con sus monjas sobre «la sujeción» de las que se libran las carmelitas por no estar casadas con un hombre (que según ella no hay varón que esté siempre alegre y satisfecho), ayuda a disponer el ánimo a la alegría jubilosa, espontánea, natural, que nace del sentirse amada por Dios. Como la enamorada que presume del Galán que la corteja ante sus amigas cómplices. Definitivamente, el entusiasmo y la alegría de la Pascua es, junto a la Santa, poder rezar con una sonrisa.

+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

Así como dicen ha de hacer la mujer, para ser bien casada, con su marido, que si está triste, se ha de mostrar ella triste y si está alegre, aunque nunca lo esté, alegre (mirad de qué sujeción os habéis librado, hermanas), esto con verdad, sin fingimiento, hace el Señor con nosotros: que Él se hace el sujeto, y quiere seáis vos la señora, y andar Él a vuestra voluntad. Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a Quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?

Amén