Monseñor Blázquez«Europa ya no es el centro» - Alfa y Omega

Monseñor Blázquez«Europa ya no es el centro»

El presidente de la Conferencia Episcopal será uno de los cinco representantes europeos en el consistorio del sábado. El centro de gravedad en la Iglesia se desplaza a otros continentes, y la vieja Europa vuelve a ser tierra de misión, reconoce. Es tiempo de volver a sembrar y a evangelizar, «con alegría» y actitud «servicial». El modelo: el Papa, que se acerca a todas las personas y «hace que se sientan acogidas», afirma monseñor Blázquez

Redacción
Monseñor Ricardo Blázquez Pérez, en la sede de la Conferencia Episcopal Española

Pocas púrpuras han sido tan celebradas como la suya…
¡Eso me han dicho! Para mí, la designación ha sido una gran sorpresa, que he acogido con una gratitud profunda —porque, evidentemente, es un signo de confianza del Papa—, y como un estímulo para una mayor disponibilidad y fidelidad a la Iglesia. Pero creo que también es un reconocimiento del Santo Padre hacia la Iglesia en España, al ser yo ahora Presidente de la Conferencia Episcopal. También en Valladolid se han sentido muy reconocidos, porque hacía un siglo que la diócesis no tenía cardenal.

¿Le va a cambiar mucho la vida?
Todavía tengo que resituarme. Uno se queda un poco descolocado. Me pasó también con el nombramiento de Presidente de la CEE. No sé qué trabajos, qué encomiendas me va a hacer el Papa. Será lo que él crea oportuno.

El nombre de purpurado hace referencia a la sangre.
El martirio es el test de calidad de la fe, del amor al Señor y de la esperanza en Él. La fidelidad y el amor se sellan supremamente con la entrega de la vida, con el sacrificio, que normalmente va ser el sacrificio diario. El amor al Señor se sella con ese sacrificio diario, pero puede haber también situaciones excepcionales. Si llegan, que el Señor nos dé fuerza.

Será usted una de las pocas excepciones, en el consistorio de cardenales, procedentes de la vieja Europa.
Sí, uno de los subrayados en este consistorio es la universalidad de la Iglesia católica, la centralidad de la misión y la prioridad de las periferias, tanto geográficas como existenciales y humanas. Pensemos en Cabo Verde, o en la antigua Birmania, que nunca habían tenido un cardenal. Y tenemos los casos de los arzobispos de Agrigento, donde está Lampedusa, o de Ancona, que no son sedes tradicionalmente cardenalicias, como puedan serlo, en cambio, Venecia o Turín. Aquí se ve que el Papa ha subrayado especialmente el encargo a personas, y menos a sedes históricas. Me ha parecido también un gesto bien bonito que cinco obispos ya mayores, que no podrán participar en un eventual cónclave, hayan sido nombrados cardenales, como gesto de gratitud a su dedicación y su solicitud pastoral.

¿Qué lectura hace usted desde España del desplazamiento del centro de gravedad en la Iglesia hacia el Sur?
Se ve que Europa no es el centro ya de todo. Evidentemente, Europa es Europa, y tiene una historia con sus fracasos, pero también una historia, en su conjunto, de grandes servicios a la Humanidad, aunque ahora nos encontramos con una situación de secularización, una especie de olvido —no sé si intencionado— de nuestras raíces, y con cierto cansancio, envejecimiento y falta de entusiasmo. Esto lo debemos ver como una llamada misionera, un mensaje en el que también el Papa insiste continuamente.

¿Qué radiografía haría usted del presente de la Iglesia en España?
Tengo la impresión de que, en las diócesis españolas, se trabaja mucho, por ejemplo, en la cuestión vocacional. Nunca como en estos años se ha trabajado tanto y con tanta intensidad en la pastoral vocacional, aunque los resultados, por lo general, son más bien escasos. En otros momentos de nuestra historia, había una serie de convergencias, de modo que la conexión familia, parroquia, escuela, seminario menor…, en una situación social también muy distinta a la actual, hacía más fácil el desarrollo de una vocación. Ahora nos damos cuenta de que cada vocación es un don de Dios, e incluso un hecho providencial y milagroso.

¿Cuáles van a ser las prioridades del nuevo Plan pastoral de la CEE?
Lo primero, hay que aclarar que no es un plan para las diócesis en España; es un plan de la Conferencia Episcopal, unas orientaciones que después ofrecemos a las diócesis. Para este Plan ha sido muy importante la Exhortación apostólica Evangelii gaudium. También, lógicamente, nuestra experiencia, por ejemplo, con respecto a la secularización, una secularización a veces muy grande, que se extiende a las expresiones sociales y culturales, o a la misma secularización de la conciencia. A veces, hay una hipersensibilidad que todavía nos impide vivir la secularidad realmente con normalidad, sin que ésta sea polémica ni agresiva contra nadie. Que la vivamos normalmente. Todavía creo que necesitamos madurar en este campo.

El Plan tiene una introducción sobre el ámbito en que la Iglesia vive y la Exhortación apostólica del Papa, insistiendo en el gozo de la fe. El Evangelio es buena noticia, y no se puede anunciar una buena noticia con rostro de funeral. Evidentemente, hay fases en que la dureza de los acontecimientos nos impactan, ¡cómo no nos va a impactar!, pero no puede ser un impacto permanente. En el Nuevo Testamento, nos encontramos con alusiones permanentes a la alegría de la fe, incluso en medio de la persecución. Es compatible, y necesitamos subrayarlo.

De este modo, debemos impulsar una evangelización que no es una imposición, sino una oferta, una oferta de existencia nueva, una existencia servicial, con una gran cercanía a los pobres y necesitados. El modelo es la forma del Papa de acercarse a las personas y hacer que se sientan acogidas. Por ejemplo, con ese abrazo a un señor con el rostro desfigurado por una enfermedad de la piel, que recuerda al abrazo de san Francisco de Asís al leproso. Eso es evangelizador. Entonces, queremos estar cerca de las personas, del sufrimiento de las personas. También el Sínodo de la familia, ante tantos problemas y desafíos matrimoniales, quiere subrayar la misericordia, que evidentemente es compatible con la verdad del Evangelio. La verdad y el amor forman una unidad en el Evangelio, y esto lo queremos reflejar también en el Plan pastoral.

Habla usted de vivir la secularidad con normalidad. ¿Qué puede poner de su parte la Iglesia para superar las barreras que la separan del mundo moderno?
Los católicos somos hijos de nuestro tiempo, ¿o es que vivimos en el siglo XVIII? No somos peatones de las nubes; vamos caminando por la tierra, pero con la luz de la fe. Por eso queremos, deseamos, ofrecemos, buscamos en la predicación, intentamos siempre en la evangelización, que se una nuestra fe con la situación actual, con los problemas concretos personales, familiares, sociales de cada momento, con una mirada amplia. De ahí la atención que el mundo está prestando al Papa Francisco. La Humanidad mira con esperanza a un hombre frágil, como es el Papa, pero que tiene una palabra de sabiduría inspirada en el Evangelio y de amor a la Humanidad, y ve que su forma de vivir, lo que dice y lo que hace, están en profunda sintonía.

¿Qué va a cambiar en el próximo Sínodo sobre la familia con respecto al anterior?
Digamos que es un mismo Sínodo dividido en dos Asambleas. La primera se centró en los desafíos de la situación presente. Teniendo en cuenta lo que se dijo y se reflexionó, ahora veremos positivamente qué respuesta pastoral ofrecemos desde la fe cristiana, desde la tradición de la Iglesia, a situaciones tan diversas, y muchas de ellas muy graves, en relación con la familia. Ésa es la encomienda que el Papa confía a la Asamblea próxima. Hay en nuestras diócesis, por otra parte, muchas experiencias muy ricas. Estoy pensando, por ejemplo, en las mujeres a las que se ayuda a poder llevar a término la maternidad en situaciones muy angustiosas.

Parece que, ante el Sínodo, el Papa estuviera buscando reabrir ciertos debates, o mejor dicho, poniendo encima de la mesa cuestiones no plenamente asumidas en toda la Iglesia desde la publicación de la encíclica Humanae vitae
Recuerdo cómo fue recibida la Humanae vitae. Yo estaba pasando unos meses en Alemania cuando se publicó esta encíclica, que marcó uno de los momentos fuertes del pontificado de Pablo VI, que, cumpliendo su responsabilidad de pastor, dijo lo que dijo ante Dios. Después se ha ido reconociendo el valor de esta encíclica. Incluso se ha dicho que fue profética.

¿Está en disposición el Sínodo de cerrar aquellas heridas?
Yo creo que sí. El cristianismo coloca siempre en el centro a la persona, como hacía Jesús. El Evangelio, se puede leer como una especie de empedrado, si se puede decir así, de encuentros del Señor con personas concretas en situaciones determinadas. Y del Señor aprendemos cómo, en el centro de nuestra atención pastoral, está la persona.

Alfonso Simón y Ricardo Benjumea

Victoria Blázquez, hermana de don Ricardo. El hermano mayor que prefiere el julepe al móvil

Don Ricardo nació en una familia humilde, en la población abulense de Villanueva del Campillo. Sus padres, labradores, tuvieron ocho hijos, de los que hoy sólo viven seis; y aunque él nació el segundo, ahora es el mayor. La menor, doña Victoria, vive en Fuenlabrada (Madrid), y habla de su hermano con indisimulado orgullo: «Para nosotros, es una satisfacción ver cómo el Papa se ha fijado en él, porque todo lo que ha logrado en su vida ha sido fruto de su esfuerzo. Mi hermano es un fiel reflejo de nuestras raíces familiares humildes; es de una sencillez enorme, y también muy trabajador y sacrificado». Su austeridad castellana no es sinónimo de sequedad: «Él es muy afable, y comparte con el Papa su cercanía a los débiles. Si tiene algún día libre, va a visitar enfermos, o a gente que está sola, o a sacerdotes mayores que están en residencias». Y también aprovecha para cuidar a los suyos: «Cuando viene a Madrid, aunque salga tarde de sus reuniones, viene a casa a vernos. Y aunque no podemos juntarnos tanto como queremos, rara es la semana en que no hablamos un par de veces. Cuando mi madre estaba mayor, él cuidó de ella como el resto. Y cuando nos juntamos todos, nunca impone su opinión, bromea con sus sobrinos, y siempre les dice que no anden tanto con el móvil, que lo normal en una familia es hablar, jugar una partida de julepe, charlar…, no estar cada uno a lo suyo. Para él, lo importante son las personas».

Iñaki Benito, sacerdote formado en Bilbao. «Le debo mi sacerdocio»

Cuando Iñaki Benito era sólo un joven con inquietud sacerdotal, se acercó hasta el Seminario de su diócesis. Sin embargo, según le dijo su obispo, tenía vocación, «pero el Seminario estaba cerrado y, además, por mi perfil, quizás no era idóneo para una labor pastoral en mi diócesis». Gracias a la mediación de un sacerdote de Cursillos de Cristiandad amigo de Iñaki, y que era Rector del seminario de Bilbao, la noticia llegó a oídos del entonces obispo bilbaíno, monseñor Ricardo Blázquez, «y él pidió conocerme. Me reuní con él y tuvo un trato exquisito. Me dijo que la Iglesia es universal y que no se podía perder una vocación por esas razones. Me acogió en su seminario y me trató como un padre, con ternura y delicadeza. Le debo mi sacerdocio», cuenta. «Don Ricardo habla de la oración porque él mismo tiene muchos e intensos momentos de oración. Como le relaja conducir, si un día tenía un rato libre, se iba a cualquier monasterio sin decir nada a las monjas, y pasaba horas en oración. Siempre en sus labios estaba la palabra comunión y de él he aprendido a intentar vivir con todos en comunión. No había entrevista con él en que no tuviera un detalle, como la vez que se me pincharon las ruedas del coche, y él me dio un sobre con dinero para arreglarlas, dentro de un libro». Al final, Iñaki regresó a su diócesis de origen, y «tanto en mi ordenación diaconal, como hace seis meses, para la sacerdotal, me llamó para decir: Felicidades, Iñaki, soy Ricardo. Ha sido como un padre».

Justo García, amigos desde el Seminario. Días de tienda de campaña

En una tienda de campaña en la montaña de Gredos, en una clase de Teología en Salamanca, celebrando misa en un pueblito de Ávila, o comiendo con otros amigos. En éstos y en otros muchos lugares se ha fraguado la estrecha amistad entre don Ricardo y el sacerdote Justo García, a quien conoció cuando eran seminaristas de 4º curso. «Desde entonces, somos muy amigos. Cada vez que viene a Ávila, intentamos vernos; y una vez al año quedamos a comer los cinco que nos ordenamos en el mismo curso, también los que se han secularizado». De hecho, Justo ha organizado un viaje a Roma para los diocesanos de Ávila que quieran acompañar a su convecino: «Vamos 100, y hay quien se ha quedado fuera. Aquí se le quiere mucho, porque es muy cercano; no le gusta hacerse notar; saluda, escucha, se preocupa por los problemas de la gente. Es muy paciente, y aunque tiene mucho trabajo, saca tiempo para los amigos». Algo que viene de lejos: «De joven, era muy normal, pero destacaba por su inteligencia y su piedad. Se veía que estaba destinado a altos vuelos. Lo mismo ayudaba a su padre a regar el campo, que echaba horas estudiando, o te ayudaba con las dudas. Para él, lo importante es el Señor, y su trabajo es reflejo de su corazón de sacerdote».