La arqueóloga inglesa Penny Spikins ha investigado diversos casos de sociedades originarias en los que las personas con discapacidad o enfermas tenían un lugar privilegiado. Se las cuidaba y eso formó un tipo de sociedad que permitió la aparición de la humanidad. Lo cuenta en su libro Cómo la compasión nos hizo humanos.
La enfermedad, la dependencia, la ancianidad o la vulnerabilidad no solo nos llaman a ayudar, sino que nos acercan al centro de la condición humana. Nos descubren, como comunidad, que todos somos vulnerables y que en un momento u otro vamos a necesitar ayuda. En realidad, toda nuestra vida dependemos de los otros. Desde esta constatación y otros ámbitos feministas y ecologistas, ha ido surgiendo el paradigma de la Sociedad de los Cuidados. Este paradigma nos invita a reconstruir una sociedad mucho más humanizada no solo desde nuestras potencias sino también desde la perspectiva de nuestras debilidades. Una sociedad que trata así a la gente y la naturaleza se humaniza y progresa.
En una sociedad de los cuidados no es suficiente solo con investigar las enfermedades o cuidar a las personas vulnerables, sino que estas deben jugar un papel importante y participativo en el ámbito público. Ahora mismo, están excluidas del mismo –empezando por la falta de accesibilidad–. Estamos acostumbrados a verlas solo en las Paralimpiadas, o cuando han logrado superarse en algo grande; a veces son noticia lamentablemente porque dicen querer poner término a su vida. Pero esa no es la realidad de millones de familias. Como las personas con discapacidades o enfermedades crónicas no pueden estar suficientemente presentes y participantes en la vida pública, se minusvalora no solo su aportación a la sociedad sino el propio sentido de su vida y su dignidad. Esta ocultación nos lleva a hacernos la imagen, falsa, de vivir un mundo de superhombres en el que el fracaso, la enfermedad, la vulnerabilidad o la muerte no existen. Y una sociedad así toma sus decisiones en la línea de la cultura del descarte que el Papa ha denunciado.
En la propuesta de la Sociedad de los Cuidados convergen tanto el mundo cristiano en toda su pluralidad como el pensamiento ecológico, el feminista y sectores de izquierda. Si ponemos en el centro de la innovación y el desarrollo social la calidad de vida de los más pobres –por ejemplo las personas sin hogar–, los aún no nacidos o aquellos que viven una discapacidad o una enfermedad, la sociedad gana en tal sensibilidad que se refleja en una mejora de la sociedad en general. Debemos luchar por los derechos de presencia y participación de las personas con discapacidades en la vida pública: convivir con las personas reales, su dignidad y sus historias de superación nos inspirarán para que todos logremos crear el proyecto de civilización que la humanidad urgentemente necesita.