«No soy un ángel. Solo un simple mortal al que Dios ayudó»
Luis Alfonso Mora rescató a 15 personas de entre los escombros segundos después del terremoto que asoló el centro de Italia hace dos semanas
El reloj del campanario de Amatrice se paró a las 3:38 horas de la madrugada del 24 de agosto dejando constancia para siempre del momento en el que todo se vino abajo. A día de hoy, Luis Alfonso Mora lo puede contar. Por desgracia, hay 292 personas que no. Este colombiano de 59 años se convirtió en el héroe involuntario de la tragedia del terremoto en el centro de Italia. Rescató de entre los escombros a 15 personas, doce de ellas ancianos con movilidad reducida. También a tres religiosas de la orden de Le Ancelle del Signore, entre ellas a sor Marjana Lleshi, la monja albanesa de 32 años cuya imagen con la cabeza ensangrentada y recostada en el suelo se ha convertido en uno de los símbolos del drama. Ella definió a Luis como un ángel, pero él se describe tan solo como «un simple mortal que tiene fe, un pecador como todos al que en ese momento Dios ayudó para hacer lo que hice».
«Dios existe y nos acompaña»
Cuando nos encontramos todavía se resiente de una rodilla contusionada por los golpes y por el esfuerzo de levantar cascotes y ayudar a varias personas que no podían moverse por sí mismas. Pero el dolor físico tarde o temprano desaparecerá. Las heridas psicológicas son otro cantar. En la pequeña localidad de Amatrice no quedó prácticamente ni una casa en pie. Solo allí perecieron 231 personas en lo que se asemejaba a un escenario de guerra tras un bombardeo. Aún con los sentimientos a flor de piel, Luis afirma que, pese a que le cuesta, quiere relatarnos la historia de aquella noche: «¿Por qué nos quieres hablar de ello? Es normal que otras personas que ha pasado por lo que tú has pasado se nieguen a explicar lo que vivieron». «Lo quiero contar para que todo el mundo sepa que Dios existe y que nos acompaña», responde sin dudar un segundo.
No es la primera vez que la vida le pone a prueba. Natural de Medellín, en Colombia, tuvo que emigrar hace 18 años a Italia por la situación de violencia que atravesaba su país. Por aquel entonces la guerrilla ya había asesinado a uno de sus hermanos, dos primos y un tío. Una vez en Europa su vida tampoco fue fácil pero, con la perseverancia del corredor de fondo, logró cierta estabilidad y también la realización profesional como cuidador de ancianos: «La asistencia de personas mayores me da una gran satisfacción personal porque puedo darles amor, ya que muchos están solos o faltos de calor humano».
Precisamente, la noche del terremoto estaba con el matrimonio de ancianos del que se ocupa. Viven en Roma y este año decidieron veranear en Amatrice, en la residencia que gestiona la orden religiosa de Le Ancelle del Signore. En el ala derecha del edificio dormían los huéspedes y en la izquierda las hermanas. «El terremoto hizo un ruido espantoso. Caí sobre la mesilla, me levanté e intenté abrir la puerta pero no se abría», relata Luis. Mientras mantenemos esta conversación diluvia en la Ciudad Eterna. El estruendo provocado por un trueno corta la respiración a Luis, que detiene por unos instantes su relato y, cariacontecido, nos confiesa que no duerme bien y que aún escucha las voces de las personas a su alrededor pidiendo auxilio: «A veces me levanto sobresaltado porque pienso que el suelo se mueve. Es una tragedia. Una cosa es contarla y otra es vivirla».
Regresó 16 veces bajo los escombros
Aunque se empeñe en repetir que no hizo nada extraordinario, no todo el mundo regresa hasta 16 veces a un edificio en ruinas para rescatar a las personas que han quedado atrapadas. Eso y mucho más: «Una de las ancianas lloraba y me decía que no podría comer nada porque su dentadura postiza estaba en la habitación destrozada. Así que volví para buscársela». No puede precisar cuánto tiempo pasó mientras entraba y salía de los restos del desastre. Dice que pudieron ser segundos o minutos, y que hizo lo que hizo «porque no había nadie más que pudiera hacerlo, aunque me decían que no regresara, que era peligroso». Luis no es un hombre robusto. Aunque hace deporte, su complexión es más bien menuda y roza los 60 años. Con estas condiciones físicas fue capaz de cargar a sus espaldas a varios ancianos en sucesivos viajes escaleras arriba y abajo, tumbar puertas, indicar a los equipos de rescate dónde había supervivientes y hasta buscar mantas para que los mayores a los que socorrió no pasasen frío. Todo eso con la única ayuda de la tenue luz que ofrece un teléfono móvil cuando se pulsa una tecla, ni siquiera con una linterna.
Al mismo tiempo él intentaba reponerse del shock del momento: «Yo lloraba y temblaba porque todo era horrible». Además, las réplicas se sucedían. Hubo centenares desde el mismo instante del terremoto hasta varios días después. Junto a sor Marjana, a la que prácticamente sacó inconsciente del edificio derrumbado, salvó a sor Giuseppina y a sor Maria. No pudo hacer nada por otras tres religiosas que murieron en el acto, así como cuatro de las ancianas que se hospedaban en la residencia. No cabe más que admiración ante una persona como Luis Alfonso Mora y así se lo hacemos saber. Él sonríe con humildad y niega con la cabeza. «Los hombres increíbles solo existen en el cine», apostilla. Por suerte, en ocasiones, la realidad supera a la ficción y es solo ante hazañas como esta cuando más se agradece.