Rosa y Pedro Pablo acogen a adolescentes y a enfermos mentales: «El Resucitado es quien hace posible nuestra entrega»
La llamada a la vocación matrimonial a veces llega por caminos nada sencillos. Rosa y Pedro Pablo lo saben bien: ella era adoratriz y él fraile franciscano. Hoy sacan adelante a jóvenes con problemas de conducta y consumo de drogas y a personas con enfermedad mental. Para que se sientan en familia, han creado la Fundación Cauces
Rosa, Pedro, ¿cómo os conocisteis?
Pedro: Ambos colaborábamos con Proyecto Hombre, yo en un piso de hombres y ella en otro de mujeres con problemas de drogas. Una de las chicas que estaba en el piso de Rosa tenía a su marido en prisión, y yo hacía de enlace para comunicarse con él.
Rosa: Este chico salió de la cárcel y ambos lograron salir de las drogas y formar una familia.
P.: De hecho, estuvieron en nuestra boda. Aunque nosotros decimos que tuvimos tres bodas y un funeral.
¿Y eso?
P.: Nosotros habíamos hecho unos ejercicios espirituales juntos en Buenafuente del Sistal, y allí pasó algo entre nosotros. Descubrimos una vocación a compartir, más allá de nuestro trabajo juntos. Esos ejercicios fueron una segunda llamada para nosotros. Pasados los años decidimos casarnos allí; después, lo celebramos en nuestra parroquia, y más adelante en Caná de Galilea.
¿Y el funeral?
P.: El de Marcos, uno de los chicos a quien ayudábamos. Su madre era prostituta y él había crecido en la cárcel; vivió después en la calle, debajo de un puente, y lo acogimos, pero a los tres años de conocerle se murió en nuestra casa. Ha habido más: Alfonso, José Antonio… Son los santos de nuestra Iglesia doméstica, y ellos son la clave de nuestro matrimonio.
¿Fue complicado dejar vuestras respectivas órdenes?
P.: Nuestro proceso de discernimiento, en comunión con nuestras congregaciones, duró dos años. Yo no quería llegar a ser sacerdote ni profesor, el que parecía mi futuro en la orden. Pasaba mucho tiempo atendiendo a los chicos y vimos que había que arreglar eso. Después entendí que mis inquietudes vocacionales solo podían encajar en una persona como Rosa.
¿Cómo fue ese tiempo antes de casaros?
P.: Íbamos a Misa en la iglesia del Inmaculado Corazón de María, en Madrid. Allí hay una Piedad que era para nosotros la imagen de nuestra relación: Cristo muerto sostenido por María, como queríamos que nuestro matrimonio sostuviera y diera vida a tantos sufrimientos que conocíamos.
¿Qué añadió el matrimonio al trabajo que ya veníais haciendo?
P.: Ha sido una experiencia de entrega total. El matrimonio te actualiza permanentemente, no te puedes esconder ni vivir a medio gas. Nuestra vocación de entrega a Dios y a los demás se disparó hasta el infinito. El matrimonio ha sacado de nosotros nuestra mejor versión.
R.: Vives la pobreza de manera real, y hace que te entregues hasta el fondo, con obediencia y con amor. Para mí, la entrega ha sido mucho más real, con un sacrificio y una desinstalación mayor, de vivir más en las manos de Dios.
No tenéis hijos, pero vuestro matrimonio es muy fecundo.
R.: Ahora trabajamos con adolescentes con problemas de conducta y de drogas. Es muy duro, pero nos volcamos con ellos.
P.: Este proyecto nadie lo quería asumir. Nadie los quiere, pero nosotros dijimos que sí. Y no lo podríamos hacer sin todo el recorrido que tenemos detrás, y si no tuviésemos a Jesús en medio de nuestro matrimonio.
R.: Estos chicos necesitan referencias, sobre todo la de los padres, y las encuentran en nosotros. En nosotros encuentran el límite que necesitan y la acogida que nunca han tenido.
Eso desgasta mucho. ¿Dónde descansáis?
P.: La Eucaristía es nuestro momento de descanso más necesario, es lo que nos alimenta. Y los ejercicios espirituales que hacemos cada año.
R.: Es muy distinto acoger a alguien cuando lo haces desde la Eucaristía. Si solo fuéramos profesionales, esto se quedaría cojo.
P.: En Buenafuente hay un Cristo románico con el costado exageradamente abierto. Para nosotros esa es la buena fuente que hace posible nuestra entrega: el agua y la sangre del Resucitado.