Con motivo de la celebración del 400 aniversario de la muerte de Shakespeare se prodigan por las salas de medio mundo actos conmemorativos para honrar al dramaturgo inglés. Una de las mejores propuestas que puede verse en Madrid es la adaptación de Trabajos de amor perdidos, una de las comedias más atípicas de el Bardo de Avon.
El argumento de esta comedia burlesca y extravagante gira en torno a la historia del rey de Navarra y tres de sus caballeros, quienes deciden recluirse en el castillo durante tres años para dedicarse a la erudición y el estudio, evitando el contacto femenino durante ese tiempo. La llegada al castillo de la princesa de Francia y tres de sus damas quebrará la firme determinación de los caballeros.
Su puesta en escena es compartida entre el Shakespeare’s Globe Theatre y Fundación Siglo de Oro –creación del actor español Rodrigo Arribas–, especialistas teatrales en Shakespeare y en el teatro del Siglo de Oro. Además, junto a la Fundación UNIR (Universidad Internacional de la Rioja), se ha llegado a un acuerdo para el patrocinio de las funciones en el teatro Cofidis Alcázar donde permanecerá hasta el 11 de septiembre.
Dirigida a dos manos con delicado preciosismo por el londinense Tim Hoare y Rodrigo Arribas, es destacable la riqueza propia del lenguaje fresco y vivaracho –bravo por la logradísima adaptación de José Padilla– que expresa con garbo el conjunto actoral, seguramente en una de sus mejores interpretaciones corales, en las que cada actor da lo mejor de sí mismo, y en concreto lo mejor de su vis cómica. Porque si esta versión funciona es porque parte de un libreto compacto, bien armado, sin desajustes de ritmo ni de su espacio escénico o sonoro y porque su elenco deja al espectador con la boca abierta durante las dos horas sin descanso.
Trabajos de amor perdidos, además de una de las obras más simpáticas de Shakespeare, es un espectáculo que da mucho más de sí de lo que a simple vista parece, pues es de esas historias con moraleja en clave positiva, donde el perdón, la reconciliación, el sentimiento de culpa o la marginación son tratados abiertamente con inteligencia, sin borrones caprichosos del teatro contemporáneo que todo lo ensucia con su deslenguada verborrea. He aquí, pues, un ejemplo del mejor hacer del mejor Shakespeare que vivamente recomiendo, no solo como diversión ocasional sino como referencia cultural y refinada, es decir, a la contra de lo políticamente correcto. Y para conseguir eso hoy día hay que ser muy valiente. Excelente.