Aunque los partidos políticos mayoritarios hayan abandonado la defensa del derecho a la vida del no nacido, por convicción abortista o por comodidad, sigue habiendo esperanza para la vida. Y esa esperanza radica en ti y en mí, pues tenemos en nuestras manos hacer por nuestra cuenta lo que los gobernantes y parlamentarios ya no quieren hacer: luchar contra el aborto, apoyar la maternidad y considerar responsabilidad nuestra que todo embarazo a nuestro alrededor culmine en un feliz parto. Que el Estado no quiera apoyarnos mermará la eficacia y extensión de nuestro esfuerzo, pero no anula sino que acrece nuestra obligación de ser garantes del derecho a la vida en el entorno en que nos movemos.
Nos toca a los ciudadanos corrientes asumir la responsabilidad de –como ha escrito Francisco en la Evangeli gaudium– «trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos […], ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. […] Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad».
¿Y cómo se hace eso? Se puede hacer desde la política, pero también desde los entramados ordinarios de lo más cotidiano. Por ejemplo, el 17 de octubre de 2009, en la puerta de Alcalá ante casi un millón de personas que se manifestaban bajo el lema Cada vida importa propuse el siguiente plan de trabajo que conserva actualidad: «Esta manifestación no acaba ahora, cuando dentro de unos minutos se cierre este acto, sino que:
– continuará en un compromiso de todos y cada uno de nosotros de enseñar y mostrar una y otra vez al niño no nacido como el ser humano que es, hasta que se incorpore a la visión de la vida de todos nuestros conciudadanos esta evidencia científica.
– continuará con el compromiso personal de todos nosotros de hablar bien de la vida, de la maternidad y de la mujer embarazada en todas las ocasiones que se nos presenten.
– continuará con la asunción por cada uno de nosotros de la responsabilidad de preocuparnos y ocuparnos de cualquier mujer embarazada que en nuestro entorno pase por situaciones problemáticas o conflictivas para que ninguna se sienta sola, para que ninguna esté abandonada y para que ninguna se vea abocada al aborto».
Lo que todos podemos hacer
Todos –jóvenes y mayores, sanos y enfermos, sabios e iletrados– podemos generar cultura de la vida a nuestro alrededor y ayudar a las mujeres embarazadas que, en nuestro entorno, pasan dificultades. Todos podemos, por ejemplo, poner al servicio de la defensa de la vida el poder de la palabra, hablando bien de la vida y la maternidad, y eso con ocasión y sin ella, en todas las oportunidades. No podemos permitir que caiga un muro de silencio sobre el drama del aborto a nuestro alrededor, como no podemos permitir que ninguna embarazada se sienta sola ante sus problemas si está cerca de nosotros.
Todos podemos y debemos dar testimonio con nuestras vidas de que hacer familia y dar vida es una gozada y fuente de felicidad. A todos atraen las vidas sólidas y alegres, las familias unidas donde todos se quieren y unos se ocupan de los otros, los ambientes donde suenan las risas de los niños y se cuida y quiere a los mayores. Todos podemos ser testigos de que la vida merece la pena.
Todos podemos echar una mano a alguna de las asociaciones que cuidan de la vida y la mujer embarazada. Con nuestro dinero, con nuestro tiempo, prestando servicios de voluntariado, etc., podemos ayudar a crear una urdimbre social de respeto y compromiso con la vida. Es la hora de la responsabilidad. No basta con quejarse de lo que otros –los políticos, por ejemplo– no hacen; hay que ponerse manos a la obra. Existe un «poder de los sin poder» (expresión de Vaclav Havel) que puede hacer revoluciones: cuando muchas personas aparentemente irrelevantes se ponen en la vida ordinaria y por todos los rincones a hacer algo bueno, pueden transformar el mundo si tienen «convicciones claras y tenacidad». Hay muchos ejemplos en la historia.
Todos podemos y debemos remover los corazones y las conciencias de los más cercanos, generando así ondas como las que crea la piedra arrojada al lago. Si así lo hacemos tú y yo y aquel y el otro –«sin obsesionarse por los resultados inmediatos»–, se irá preparando una verdadera revolución cultural, que es lo que nuestra época necesita en materia de defensa de la vida.