El santo que besó el Corán
Fue inmediato, como la reacción de asombro ante la traca final. En el instante en que subí la famosa fotografía del 14 de mayo de 1999, en la que san Juan Pablo II abrazaba y besaba el Corán, los usuarios de Facebook me posteraron de todo: «Yo no puedo confiar», «a mí me dan miedo», «fue el gesto más desafortunado de su pontificado», «el islam es el enemigo, no podemos caer en el buenismo».
No todos los comentarios, gracias a Dios, tuvieron este cariz, pero es llamativa la refracción de muchos ante el islam, refracción y desconocimiento, como también sucede a la inversa. Por eso, recientemente, líderes ortodoxos, evangélicos y católicos redactaron unos Principios básicos del cristianismo, para que los musulmanes conozcan el cogollo del hecho cristiano.
«Gracias a su monoteísmo, los creyentes de Alá nos son particularmente cercanos»: son palabras de Juan Pablo II. Tan es así que ha habido musulmanes, incluso imanes, que se han convertido al cristianismo profundizando en el Corán. Circula por Internet el caso de un imán que dice: «No fue ningún cristiano quien me convenció de mi fe en Jesucristo, sino el santo Corán». Decía que, en el Corán, Mahoma es profeta, pero Jesús, al que se nombra muchas más veces que a Mahoma, es el que, «lleno de espíritu de Dios, hizo milagros y ascendió a los Cielos». No aparece el nombre de una sola mujer en el Corán salvo el de Nuestra Madre, de la que se da fe de su virginidad. El eximán llega a decir que, si el musulmán no descubre en el santo Corán al Hijo de Dios, deja coja su fe.
Como del Corán nacen cientos de interpretaciones, se hace imprescindible una guía canónica para que las derivaciones salafistas no solo no blasfemen el nombre de Dios, tampoco el del hombre. Jonathan Sacks, ex rabino jefe de la Commonwealth, ha dejado escrito que es fundamental una tradición interpretativa «y una autoridad que la ordene. Si no, resultará mucho más difícil recuperar la verdadera voz del islam».
Los ataques del viernes 13 dejaron un reguero de cadáveres de infieles occidentales. Fueron una muestra de la disputa existente entre corrientes chiíes y sunníes, pero además fueron una advertencia a los musulmanes que buscan aproximarse al Occidente que reconoce sus raíces cristianas. Intelectuales y creyentes que quieren reconocer con nosotros la sacralidad del ser humano como fundamento de sus derechos (punto en el que el estricto laicismo occidental se pierde).