Borys Gudziak, eparca de París: «El cambio no se consigue con unos polvos y agua. Es un proceso arduo»
La invasión rusa de Crimea supone una amenaza contra el que se han pronunciado todas las Iglesias en Ucrania. Con todo, monseñor Borys Gudziak, eparca de París y presidente de la Universidad Católica Ucraniana, está convencido de que el movimiento social del Maidan ha sido un gran avance para Ucrania; «una experiencia de conversión» hacia la responsabilidad individual y el compromiso cívico. Para entender la relevancia de este cambio, da importantes claves sobre la historia de Ucrania en el siglo XX. Pero es consciente también de que les espera «un proceso largo y arduo. Las cosas pueden empeorar antes de mejorar». La semana pasada, estuvo en España para participar en un encuentro de la Federación Internacional de Universidades Católicas, y visitó la sede de Ayuda a la Iglesia Necesitada para dar a conocer la situación en su país
¿Cómo ha reaccionado la sociedad ucraniana ante la invasión y el referéndum en Crimea?
Las Iglesias —también la ortodoxa ligada al Patriarcado de Moscú— han hecho un llamamiento por la paz, pidiéndole a Rusia que detenga la invasión. El país es diverso, pero sus ciudadanos, con pequeñas excepciones, quieren que siga unido. Existe un patriotismo cristiano. En defensa de los inocentes, y ante una invasión, los cristianos están llamados a defender a sus familias, su sociedad y su país. Estaremos con los soldados, como capellanes, si el ejército tiene que defender la dignidad del pueblo, de la nación.
En este momento, un país independiente, amante de la paz, en el que hay una gran armonía —los judíos, los musulmanes, y los rusoparlantes en general lo dicen—, hay una ocupación por la fuerza, que amenaza al sistema internacional de seguridad. Ucrania era la tercera potencia nuclear, y en 1994 renunció a su arsenal porque se le garantizó su integridad territorial. Hoy dicha integridad ha sido violada
Y ha ocurrido casi sin dar tiempo a asimilar lo ocurrido en Kiev unos días antes.
La invasión rusa ha agravado el shock postraumático que está viviendo la sociedad tras la masacre del 20 de febrero en el Maidan. Por supuesto, este movimiento ha dado mucho fruto: ha caído un gobierno injusto y se ha reivindicado la dignidad del pueblo. Pero se ha pagado un precio muy alto: hay ya más de 100 muertos, a los que se está llamando los cien del cielo; y mil heridos. Entre los muertos, está un joven profesor de nuestra Universidad. Personalmente, todavía me cuesta dormir.
Desde el principio, los líderes religiosos se unieron en una posición política muy clara. ¿Nos la puede sintetizar?
No es exacto hablar de un posicionamiento político. Este movimiento no ha sido en apoyo a un partido. En los maidanes —que significa plaza en árabe, pero en Ucrania también quiere decir ágora— ha habido millones de personas. La Iglesia, siguiendo la llamada del Papa a ser pastores con olor a oveja, ha estado con el pueblo; también en la noche, durante los ataques. A la luz de la injusticia, de la corrupción rampante, y de la apropiación de los recursos del país por parte del Presidente y su círculo, la Iglesia ha hablado desde la ética, sobre la dignidad humana que procede de Dios, sobre la justicia social y la igualdad ante la ley. Este discurso tiene, por supuesto, ramificaciones políticas. El Evangelio influye en la vida. Las religiones del país están unidas en los principales puntos: el Gobierno debe escuchar al pueblo; no debe haber violencia por parte del Gobierno, que la ha iniciado muchas veces; tampoco por parte de los manifestantes; debe cesar cualquier actividad que trate de dividir el país; y el diálogo es la única salida. El diálogo es difícil, exige una paciencia increíble, no da frutos inmediatos; pero es mejor que la guerra.
Yo tengo que cambiar
¿Qué ha supuesto el Maidan para Ucrania?
El país ha cambiado. Millones de personas han vivido una experiencia de conversión. El sistema estaba corrompido, y la gente tenía que participar en ese sistema; o, al menos, sentía que no tenían libertad para actuar de forma no corrupta. Ahora, quieren que el país cambie, y están asumiendo una responsabilidad personal: Yo tengo que cambiar. Ha sido una peregrinación del miedo a la dignidad. La gente ya no tiene miedo, se siente inspirada por la muerte, a plena luz del día y en el centro de la capital, de gente desarmada. Están llegando a la conclusión de que no hay marcha atrás. 23 años después de la caída de la URSS, se ha dado otro paso importante para dejar atrás el sistema soviético.
¿Está Kiev lleno de nacionalistas de extrema derecha, como ha dicho Putin?
Entre los cien del cielo, los primeros fueron un armenio y un bielorruso, y hay personas de todas las partes de Ucrania. Cuando tienes un millón de personas, hay un amplísimo espectro, de la izquierda a la derecha. Hay algunos grupos de extrema derecha, pero no son determinantes. No ha habido pronunciamientos xenófobos o antisemitas. Todos llaman a la gente a la unidad. ¿Cómo puede este movimiento ser fascista y nazi, si todas las organizaciones judías lo apoyan y participan?
Ha habido armas en el Maidan, pero la seguridad se ha organizado sin armas y había orden, libertad, alegría… Ahora lo que hay es luto, pero durante meses hubo conciertos, poesía, una biblioteca, una Universidad con conferencias, un hospital, un centro de asesoramiento psicológico, y por supuesto las capillas. El Maidan era un lugar muy liberal, de un gran compañerismo, no de una ideología extrema.
Ecumenismo del Maidan
Con un movimiento tan heterogéneo, ¿se mantendrá esa unidad cuando vaya tocando esbozar el futuro del país, y con la presión rusa en el este?
El cambio de régimen no era la meta del Maidan, sino el cambio moral y social. Allí, yo decía mucho que va a ser un proceso largo y arduo, del que sólo estamos al comienzo. Y la gente lo va entendiendo. Se dan cuenta de que las cosas pueden empeorar antes de mejorar, de que el cambio y la conversión no son como el Nescafé: unos polvos, agua hirviendo, y satisfacción al instante. Saben que el nuevo gobierno tiene que ser controlado también. Con la Revolución Naranja, cometimos un error: nos aseguramos de que las elecciones no se manipularan, pero después dimos un paso atrás, la sociedad civil no controló a la elite política. Hoy hay una sociedad civil más madura, con un compromiso cívico y un sentido increíble de responsabilidad individual. Ése es el factor clave.
¿Ha ayudado el compromiso común a acortar distancias entre las Iglesias? Sorprende el apoyo de los ortodoxos del Patriarcado de Moscú.
Ha habido una causa común, el mal era muy claro, y el acercamiento ha ocurrido de forma muy práctica. En el Maidan, el día comienza con la oración, y hay otros momentos de oración ecuménica durante el día y especialmente de noche. Así, mes tras mes. Cuando la gente está junta, reza junta, sufre junta, se congela junta, le disparan junta, se desarrolla un gran sentido de solidaridad. Mi vicerrector, Myroslav Marynovych, ha hablado durante años del ecumenismo del gulag. Esto es parecido.
Este movimiento ha obligado a todo el mundo a reflexionar. También las Iglesias necesitan conversión. El Patriarcado de Moscú ha estado, tradicionalmente, muy cerca del poder. La sociedad le ha llamado a escuchar a la gente. Muchos sacerdotes de este Patriarcado no están satisfechos con la posición de algunos líderes de su Iglesia y con la del Patriarca Kiril respecto a Ucrania: una especie de imperialismo eclesial, una nostalgia del antiguo imperio ruso. Están insistiendo en que el Patriarcado de Moscú no haga apología ideológica de una intervención política de Rusia. En estas semanas, el Patriarcado no ha sido abiertamente crítico con la intervención de Rusia, pero tampoco la ha apoyado. Eso es un paso.
Rezad, y hablad con los políticos
¿Cómo valoran la actitud de Europa?
Europa ha dicho mil veces que está «profundamente preocupada»: cuando se apaleaba a los estudiantes, cuando murieron las primeras personas, después de las masacres… La profunda preocupación está bien, pero no es suficiente. Y la reacción de Europa ha sido lenta. Ha sido sometida a la propaganda rusa; y también es rehén del gas ruso, y de los miles de millones de dólares corruptos que Rusia y Ucrania tienen en los bancos europeos. Con frecuencia, si no sabes cuál es el problema, probablemente sea el dinero. A Europa, hoy, le es difícil decir la verdad porque está mirándose el bolsillo. Ahora se ha empezado a sancionar a los políticos depuestos, pero ellos no son el principal peligro. La pregunta es si Europa sancionará de forma suficiente a los oligarcas rusos que pueden influir en Putin. Las cosas han cambiado en los últimos días, hay declaraciones más claras, pero los ucranianos esperan acciones.
Por otro lado, estamos muy agradecidos a todos los españoles que mostraron su solidaridad, y a la gente que ha rezado, porque ha habido muchos milagros. Hace cuatro meses, cuatro semanas, nadie podía imaginar todo lo que se ha conseguido en Kiev; y es el fruto de la oración. Pero también pedimos a los ciudadanos y a los católicos españoles que hablen a sus políticos, y les pregunten qué está haciendo.
Ha hablado de oración. ¿Han sentido el apoyo de los católicos de otros países?
Sí. Muchas conferencias episcopales, incluyendo la española, han difundido declaraciones convocando a la gente a rezar. El Santo Padre ha hablado varias veces. Estamos agradecidos por ello. Pero como nos damos cuenta de que esta peregrinación acaba de comenzar, pedimos a la gente que está rezando que no pare. Esperamos que en esta ocasión no se sacrifique a Ucrania para mejorar las relaciones con Rusia. Es algo que ha ocurrido a veces en los últimos 50 años, incluso en la Iglesia.
45 años de persecución
¿A qué se refería antes, al hablar de miedo?
En Ucrania, había una cultura del miedo. Está en el ADN de la gente. En el siglo XX, 17 millones de personas fueron asesinadas. Las Iglesias sufrieron represión. La Iglesia greco-católica ucraniana fue ilegal —la Iglesia ilegal más grande— durante 45 años. Hubo un intento de moldear a la gente de acuerdo al ideal de homo sovieticus. El KGB forzaba a la gente a ser informantes. Una de cada siete o de cada cinco personas lo eran.
¿Cómo fueron esos años de persecución a la Iglesia? ¿Su familia la sufrió?
Mis padres huyeron del país, pero una de mis tías fue asesinada por los soviéticos, un tío fue deportado a Siberia, muchos miembros de mi familia fueron exiliados a los gulag… En los tiempos modernos, la Iglesia greco-católica ucraniana ha tenido un papel muy importante en la sociedad ucraniana. Antes de la era soviética, en ausencia de estructuras estatales, la Iglesia —además de la vida religiosa— era también el lugar donde se preservó el ucraniano y la cultura cristiana ucraniana, y donde se pudieron articular las aspiraciones de auto-determinación de los ucranianos. El sacerdote de un pueblo —y también su mujer, pues la mayoría estaban casados— tenía un gran liderazgo moral y era también el maestro, el perito agrícola… La vida sociocultural de la comunidad giraba en torno a la Iglesia.
Cuando la URSS se anexionó la parte occidental de Ucrania al final de la Segunda Guerra Mundial, Stalin comprendió que la Iglesia greco-católica sería un obstáculo. Ya había dejado sólo un pequeño reducto de la ortodoxa. Y Stalin tomó la decisión de liquidar a la Iglesia greco-católica. Todos los obispos fueron arrestados; algunos asesinados inmediatamente, otros murieron en prisión o en los campos de trabajo. Los sacerdotes que se negaron a unirse a la Iglesia ortodoxa rusa y a renunciar al Papa fueron encarcelados, con sus mujeres y sus hijos, y enviados a Siberia.
Un 10 % con un gran liderazgo moral
¿Qué quedaba tras la Caída del Muro?
Cuando salió de las catacumbas en 1989, estaba muy reducida: había pasado de 3.000 sacerdotes en 1939 a 300 en 1989. Pero, como no había colaborado con los soviéticos, tenía una autoridad moral tremenda y ha vivido un gran resurgimiento: hoy vuelve a tener 3.000 sacerdotes, con una edad media de 40 años, y tenemos 800 seminaristas para cinco millones de fieles. Aun siendo minoritaria (un 10 % de la población) tiene mucha autoridad moral, y un liderazgo extraordinario en las personas del cardenal Husar y, hoy, en la de Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk.
Para la reconstrucción, nuestro principal énfasis ha sido la formación, la evangelización, y el desarrollo de una comprensión amplia de la doctrina social. Se ha hecho mucho en el ámbito de la catequesis, pero queda mucho por hacer en la pastoral juvenil. La familia está en crisis en Ucrania: el alcohol es un gran problema, e intentamos llevar curación a la cultura de la muerte fruto de que, durante la época soviética, las mujeres abortaran siete u ocho veces en su vida. Eso no se sana en un día o una década. También es prioritario reconstruir los edificios, crear escuelas, editoriales, monasterios y casa religiosas. También el ecumenismo.
Usted fue seminarista en Roma, bajo la guía del cardenal Josyf Slipyj, una de las figuras eclesiales más relevantes de la era soviética. ¿Cómo le influyó? ¿Busca orientación en ellos en estos momentos?
Le conocía por primera vez con siete años, cuando vino a la ciudad donde vivíamos en Estados Unidos. Como yo hablaba ucraniano bien, fui el que le recibió en el aeropuerto, vestido con el traje típico. Luego volví a verle en mi adolescencia. Nos dijo: «Preparaos para el cambio». Y éramos demasiado jóvenes como para no creerle. Fue director de una academia teológica, y en Roma, en el exilio, fundó la Asociación Santa Sofía para los Católicos Ucranianos, el prototipo de la Universidad Católica de Ucrania. Allí me hice seminarista en 1980, que es como ser seminarista de Marte, porque no podías ir a Ucrania. Él murió en 1984, y poco después de su muerte llegó al poder Gorbachov, y las cosas empezaron a cambiar. Volví a Ucrania en 1992, todavía como laico, y su sucesor me pidió que trabajara en el proyecto de la Universidad Católica. Para mí, el cardenal Slipyj representó valores universales. Plantó cara a los dos grandes desafíos del siglo XX: el nazismo y el comunismo soviético. Era claramente ucraniano, y además un gran estudioso con intuición, y místico. Fue una gran fuente de inspiración para mí, y pienso también en su predecesor y padre espiritual, el metropolita Andrey Sheptytsky, que en algunos aspectos fue incluso más grande que él. Hemos tenido unos líderes extraordinarios. Les miro, y pienso cómo puedo ir en la misma dirección que ellos.