«¡El divino Rey ha triunfado en las calles de esta ciudad!»
Entre los años 1901 y 1915, no se pudo celebrar la procesión del Sagrado Corazón en la capital malagueña, porque el anticlericalismo hacía peligrar su seguridad. Un hombre desafió al miedo, y ahora la procesión ha cumplido un siglo
Desde 1901 no se celebraba la procesión del Sagrado Corazón en la capital malagueña. La situación social era proclive a altercados, por el clima adverso a lo religioso que se había extendido en algunos sectores de la población. Fue el jesuita Tiburcio Arnáiz quien, tras varios años de apostolado en la ciudad, decide organizar de nuevo la procesión. Uno de sus biógrafos, el también jesuita Vicente Luque, lo relata así: «El padre Tiburcio se encontró con las opiniones contrarias de quienes hacía catorce años que habían determinado suspenderla hasta que la situación cambiase; cambio que desgraciadamente no se había producido». Dicen que los santos poseen total seguridad para lo que la Divina Providencia pide; por eso el Siervo de Dios siguió con su propósito. Él mismo había sido nombrado director del Apostolado de la Oración. Nos situamos en junio de 1915.
La procesión salió de la iglesia de San Agustín, puesto que la actual iglesia de los padres jesuitas aún no había sido inaugurada.
El resultado fue brillante, con la participación de todo el pueblo malagueño que honró al Divino Corazón. Los diarios de la época se hacían eco de que se habían congregado multitudes vitoreando al Corazón de Cristo.
«Esto es lo que se hace en el cielo»
En el Boletín del Obispado de Málaga se lee: «A los atronadores vivas y a las entusiastas aclamaciones, siguió un gran silencio, y entonces el humilde y fervoroso jesuita dijo: Esto que acabáis de hacer, cantar a Dios Rey, es lo que se hace en el cielo: tributar alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Málaga ha dado una prueba de amor grande, de amor inmenso al divino Rey, que hoy ha triunfado en las calles de esta ciudad. Por la misericordia de este amantísimo Corazón, los que ahora nos encontramos aquí aclamando a Jesús, Rey Inmortal, continuaremos nuestras alabanzas a las tres personas de la Santísima Trinidad, como así lo deseo, a la vez que os doy mi bendición».
La devoción al Corazón de Cristo era una de las señas de Tiburcio Arnáiz. Se podría decir que era el centro de su vida espiritual y apostólica. De esta pasión surgía su entusiasmo por el Apostolado de la Oración, que fomentaba y erigía donde no existiese.
Fruto de este amor, el padre Arnáiz también se dedicó a misionar por muchos y variopintos rincones de Andalucía, y destacaba su labor en los barrios humildes de la capital malagueña y en los pueblos de la provincia. A él se debe la Obra de las Doctrinas Rurales, un grupo de seglares consagradas que, desde entonces, trabajan en zonas periféricas de ciudades y poblaciones recónditas a lo largo y ancho de la geografía nacional, llevan la Palabra de Dios y promocionan la cultura humana allá donde trabajan.
El proceso de beatificación del padre Tiburcio Arnáiz sigue su curso en Roma de manera favorable, y su tumba, en la iglesia del Sagrado Corazón de Málaga, está acompañada constantemente por fieles que no cesan de acudir para pedir su intercesión.