El año de las 216 parroquias misioneras
Grupos de jóvenes en el cuarto de calderas, misas en un bar, o en una clase de colegio… Las 216 parroquias creadas en Madrid en 1965, tras el Concilio Vaticano II, se alzaron de la nada y empezaron a andar como pudieron. 50 años después, celebran sus Bodas de Oro. Lo hacen, como entonces, «anunciando la fe a los que están más lejos, más heridos»
«Me llamó un día el arzobispo a su despacho y me dijo: Vamos a fundar una parroquia nueva entre Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo, en esa zona en la que empieza a haber mucha gente. Éstos son los límites. No tienes ni parroquia, ni casa, ni nombre para la parroquia. Apáñate como puedas». Don Manuel Díaz Soto se puso manos a la obra. Se fue a recorrer los límites de la parroquia. Cerca estaba el Cottolengo del Padre Alegre, donde se atendía a enfermas incurables y pobres. «Fui a ver a las monjas y les pedí la capilla para celebrar Misa mientras conseguía poner en marcha la parroquia. Me dijeron que por supuesto», explica el sacerdote, que hoy tiene 86 años. Ya tenía parroquia, pero no tenía nombre ni feligreses. «A aquella zona emigró mucha gente de Toledo. Entonces pensé que el nombre de la parroquia tenía que ser la Patrona de Toledo: Nuestra Señora del Sagrario», cuenta. Sólo le faltaba la gente. Tenía que salir a la calle a buscar feligreses. «Cogí mi 600, le puse un altavoz y me recorrí todas las calles de la parroquia anunciando la nueva parroquia: ¡Tenéis una nueva parroquia! ¡Está en esta calle! ¡Se llama la Virgen del Sagrario! ¡El 10 de abril se inaugura y viene el señor obispo!».
Don Manuel y su altavoz consiguieron movilizar al barrio, y a la inauguración «vinieron muchísimas personas. Organizamos un buen follón. Pusimos un arco e hicimos pancartas».
Con parroquia y con feligreses, lo siguiente que puso en marcha fue la Cáritas parroquial. «El barrio era de pobres. La gente había venido a Madrid sin nada, con una mano delante y la otra detrás y, encima, tenían que pagar sus casas», explica don Manuel. «Las monjas tenían otro chalet en ruinas. Se lo pedí. Lo arreglamos como pudimos y puse en marcha allí Cáritas, un hogar de ancianos y el hogar de los jóvenes». Los primeros voluntarios y monitores fueron las mismas enfermas del Cottolengo, que «venían con su andador a dar las clases o para ayudarme en lo que les pidiera».
El 11 de abril, pero de 2015, don Manuel volvió a la parroquia que puso en marcha en 1965 para celebrar las Bodas de Oro. «Me encontré con uno que fue del grupo de jóvenes y me contó que, de aquel grupo, salieron 34 matrimonios y que todavía hoy el grupo se sigue viendo», cuenta orgulloso el sacerdote.
En el cuarto de calderas
La parroquia Nuestra Señora de la Misericordia tenía también su grupo de jóvenes. Lo que les faltaba era un techo para cobijarse cuando llovía. «Los primeros cuatro muros que se pusieron en la parroquia fueron los del cuarto de calderas, y allí nos reuníamos los jóvenes. No había techo, y cada vez que llovía nos empapábamos. Pero nosotros podíamos más que la lluvia y seguíamos con nuestras reuniones», recuerda Charo Guerrero, una de las primeras feligresas de la parroquia.
Nuestra Señora de la Misericordia siempre estaba abierta, y no sólo por las ganas de evangelización que tenía el párroco, sino porque, simplemente, no había puertas. Cuando se inauguró el templo, la Misa se celebró entre andamios, sin puertas ni ventanas. A pesar de las estrecheces, don Rafael Hernando estaba feliz, veía cumplido su sueño de ser misionero y atender a los pobres. El párroco estudió en el Seminario Hispanoamericano para irse de misiones. Lo mandaron a Florida, «pero no era lo que yo esperaba, porque allí la gente no pasaba necesidad. Me dije: Aquí hay abundancia de todo. Para estar aquí me voy a Vallecas», asegura el sacerdote. Al llegar a Madrid, don Casimiro Morcillo, recién nombrado primer arzobispo de Madrid, le llamó a su despacho y le mandó de misiones a Vallecas.
Rafael sólo llevaba tres años de sacerdote cuando el arzobispo le pidió que sacara adelante una parroquia. Y eso fue todo, «sólo conocía los límites parroquiales, pero no existía nada más. No había templo, ni feligreses, ni dinero», asegura don Rafael. Tuvo que buscarse la vida, y lo hizo gracias a la caridad de las Madres dominicas. «Como no tenía templo, le pedí una clase a las monjas donde poder celebrar Misa», recuerda. «Teníamos que esperar a que terminaran las clases y recoger las sillas para poder tener Misa», cuenta Charo Guerrero. Esta andaluza, que ahora lleva 53 años en Madrid, fue una de los millones de españoles que emigró a la capital. Fue testigo de cómo la parroquia se creó de la nada. «La clase era tan pequeña que la gente tenía que seguir la Misa por la ventana, a través de una reja», recuerda.
Una Iglesia en salida
«Al ser un cuarto tan pequeño, la vida de la parroquia era hacia fuera. Era una Iglesia en salida casi por obligación, porque no cabíamos. Yo paseaba mucho por el barrio, iba conociendo a las familias y anunciando la nueva parroquia», cuenta el sacerdote. Y lo que él empezó hace 50 años, lo continúa ahora don José Luengo, actual párroco de Nuestra Señora de la Misericordia, que hace un mes celebró las Bodas de Oro parroquiales junto al actual arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro. Y si la creación de parroquias en el año 65 le sirvió a don Casimiro para salir en misión a su propia diócesis, la celebración de los 50 años de la creación de estas parroquias, lo utiliza el actual arzobispo, monseñor Osoro, para alentar a las comunidades a la evangelización. «Don Carlos nos dijo que seamos una parroquia misionera, que no miremos hacia dentro, sino que salgamos hacia fuera. Que anunciemos la alegría de la fe y del Evangelio. Que los actos del 50 aniversario deben servir para celebrar la fe y anunciársela a los que están más lejos, más heridos, a los que necesitan más del amor del Señor», explica don José.
Jesús presente en las periferias
De las 216 parroquias que se crearon en 1965, son 186 las que, en 2015, celebran sus Bodas de Oro [el resto de parroquias o han desaparecido o se han unido a otras]. Es decir, que hay 186 oportunidades para, al igual que en 1965, abrir las puertas del templo para salir a por la gente. «Los 50 años de las parroquias es una buena ocasión para la renovación espiritual y para salir en misión», asegura don Luis Domingo Gutiérrez, primer secretario de monseñor Morcillo y hasta ahora Vicario Territorial de la Vicaría II. Y ése es precisamente el objetivo que se ha marcado don José Luengo para el aniversario de la parroquia Nuestra Señora de la Misericordia: «Aprovechar estos 50 años para dar gracias a Dios y, al mismo tiempo, para que seamos testigos suyos en este barrio del Puente de Vallecas».
En la parroquia Nuestra Señora del Sagrario ya lo están llevando a la práctica. «Queremos que las Bodas de Oro nos sirvan para revitalizar la vida parroquial. Nuestra parroquia nació para hacer presente a Jesús en las periferias, y una de las iniciativas que hemos puesto en marcha y que están teniendo mucho éxito son los grupos de acercamiento al Evangelio siguiendo su lectura. Son los fieles de la parroquia los que, por grupos, van haciendo una lectura directa del Evangelio, a partir de unos materiales que se les facilitan», asegura don José Andrés Sánchez, actual párroco de Nuestra Señora del Sagrario.
Religiosos y párrocos
También los religiosos contribuyeron, y lo siguen haciendo, a la evangelización de Madrid. «Os anuncio, pues, mi propósito de llamar también a los religiosos a tomar parte activa en el trabajo común», decía don Casimiro en su toma de posesión. Y los religiosos respondieron «con absoluta entrega. No sólo convirtieron sus iglesias en parroquias, sino que, además, construyeron nuevos templos en las periferias de Madrid y cedieron locales para que muchos sacerdotes diocesanos tuvieran un lugar en el que celebrar Misa», asegura don José María Berlanga, secretario de don Casimiro.
Fue el 27 de agosto de 1965 cuando el arzobispo les propuso a los religiosos sacramentinos la constitución de la actual parroquia del Santísimo Sacramento. Tras su sí, ahora cumplen 50 años. Para celebrarlo, han organizado una serie de actos que «queremos que nos sirvan como recuerdo de este acontecimiento y, en lo posible, sean un impulso para otros 50 años más de presencia», explica su párroco, don José Antonio Rivera.
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Inauguraciones de dos en dos
En 1940, la provincia de Madrid tenía 1,5 millones de habitantes; en 1950, eran ya unos 2 millones; y en 1965, la población superaba los 3,2 millones. La población se multiplicaba, pero las parroquias y los sacerdotes eran los mismos.
«Habremos de multiplicar las parroquias hasta el número que sea necesario, para que el pastor conozca a sus ovejas y eso es sólo posible en la ciudad de su tiempo, con estas nuevas creaciones… Antes quiero tres parroquias pequeñas con uno o dos sacerdotes cada una, que una sola parroquia mastodóntica con diez sacerdotes», aseguró don Casimiro en su toma de posesión. Tras estas palabras, se puso manos a la obra. En sólo seis meses, desde el 15 de marzo al 27 de agosto de 1965, se crearon, en Madrid, 216 nuevas parroquias. Ante semejante declaración de intenciones, «no era raro ver al arzobispo designar varios nuevos párrocos, inaugurar dos templos y hacerlo todo el mismo día», recuerda el que fue también secretario de monseñor Casimiro Morcillo, don José María Berlanga.
La primera parroquia que pisó el nuevo pastor fue la de San Fernando. Sin embargo, fue su antecesor, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, el que la puso en marcha. Lo hizo tras la presión de los vecinos de la zona, «que entregaron más de cien firmas pidiendo que la nueva parroquia se creara cuanto antes», explica don Antonio Arroyo, actual párroco de San Fernando. «Nació entonces la parroquia [que no tendría el templo definitivo hasta 1973] con el ánimo de suscitar la fe y hacerla más viva y comprometida», añade el sacerdote, párroco desde 1987. Y esos deseos se han materializado, a lo largo de 50 años, en 4.541 bautizos; 1.517 Confirmaciones; o 2.244 Bodas.
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Se sabía el Concilio de memoria
Fue un sábado de Dolores de 1965 cuando se produjo la autorización para celebrar, por primera vez en la Historia, los oficios de Semana Santa en lengua vernácula y, por lo tanto, también en español. Los efectos del Concilio Vaticano II empezaron a verse en España. Ese mismo día, don Casimiro Morcillo firmaba el Decreto de creación de la parroquia Nuestra Señora del Sagrario. Esta firma era también consecuencia directa de los aires del Concilio, que llegaron inmediatamente a Madrid gracias a su nuevo arzobispo.
Don Casimiro fue Subsecretario durante el Concilio Vaticano II. El Papa Pablo VI le encargó escuchar a todo aquel que quisiera hablar durante las sesiones, agruparlos por temas y nombrar a un portavoz para la exposición. «Esto provocó que don Casimiro se supiera el Concilio casi de memoria», asegura don Luis Domingo Gutiérrez, secretario del arzobispo.
En la última sesión le nombraron arzobispo de Madrid. Fue entonces cuando redactó su Plan Pastoral, que significó la refundación de la diócesis de Madrid. En él figuraba, entre muchas cosas más, la creación de todas aquellas parroquias, que, como la de Nuestra Señora del Sagrario, se dedicaron a hacer presente a Jesús en medio de los nuevos barrios, en los suburbios, en las periferias. Todos debían conocer a Jesús, y hacerlo en su propia lengua.
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Trabajador, humilde y bromista
Cuando don José María Berlanga recuerda a don Casimiro, se emociona, y no por vivir su última etapa de la vida en la misma residencia en la que murió el arzobispo, sino porque «era una gran persona, muy trabajador, que se puso al servicio de los madrileños hasta el final de sus días», asegura el que fuera su secretario. Otra cualidad suya era la humildad, que le llevó a «pedir ser enterrado en el pasillo central de lo que hoy es la Colegiata de San Isidro, para que todo el mundo pudiera pasar por encima de él».
También era un hombre alegre. Su infatigable trabajo no le hizo perder nunca la sonrisa. «Recuerdo que el obispo de La Rioja presumía de que tenía el mejor vino, y un día, don Casimiro le invitó a comer. Le cambió la etiqueta por la de un vino de La Rioja. En la comida, le preguntó: ¿Está rico?, y cuando el obispo empezó a alabar las cualidades del vino, le descubrió la trampa y le dijo para risa de todos: Este vino es de Madrid. Veo que no entiendes nada de vinos», recuerda José María.