¿Qué significa «tolerancia cero»?
El Papa y los obispos han mostrado con fuerza su determinación para acabar con los abusos, pero el término «tolerancia cero» no ha aparecido por ninguna parte en la cumbre
En el reciente encuentro sobre protección de menores en el Vaticano se ha producido una paradoja: el Papa y los obispos se han mostrado más decididos que nunca en acabar con la plaga de los abusos sexuales a menores por parte del clero católico y, al mismo tiempo, la expresión «tolerancia cero» ha brillado por su ausencia.
¿Un paso adelante y otro atrás? Diría más bien que dos pasos adelante. El término «tolerancia cero» se acuñó en Estados Unidos a partir de la crisis en aquel país. Los obispos, reunidos en asamblea extraordinaria en Dallas en 2003, acordaron aplicar una política de «zero tolerance» con los clérigos que hubieran abusado de menores. Esa política fue aceptada por la Santa Sede para EE. UU., y, a continuación, extendida al resto de la Iglesia.
El término tiene una enorme fuerza retórica. Pone el énfasis en la decisión incuestionable de atajar el problema. Además, se ha mostrado eficaz: en los países donde se han tomado medidas serias de investigación del pasado, de escucha a las víctimas y de transparencia, el problema remite. Pero eso no es universal: quedan muchos países donde los protocolos aprobados –cuando los hay– son un papel lleno de buenas intenciones, pero ni se han realizado investigaciones, ni se busca activamente atender a las víctimas, ni se practica la transparencia.
El término «tolerancia cero» es, sin embargo, equívoco. En primer lugar, confunde el todo con la parte. Lo más importante en la respuesta de la Iglesia no es castigar al culpable, sino atender a la víctima y prevenir que haya más casos.
En segundo lugar, se entiende a menudo como un castigo ejemplar a quien sea culpable de un crimen abominable. En realidad, no es una norma jurídica que impone automáticamente una pena única. Eso, además de ser antijurídico –y todo es poco para que en la Iglesia reine el derecho y no la arbitrariedad–, contradice todo el sistema canónico. No tiene sentido aplicar la «tolerancia cero» solo en este delito y no en otros supuestos muy graves.
El verdadero significado del término no es penal, sino prudencial: en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, quien ha abusado de un menor puede ser ministro de la Iglesia.
El Estado le pondrá la pena que corresponda; y el proceso canónico también: la expulsión del estado clerical, el confinamiento en un lugar preciso para llevar una vida de oración y penitencia, etc. La pena sí puede y debe adaptarse al caso concreto, pero retirar del ministerio ha de ser una medida de precaución inmediata.
Es más, la medida prudencial se tiene que tomar, aunque no haya sentencia condenatoria por insuficiencia de pruebas o por prescripción, si la autoridad eclesiástica estima que hay indicios de que existen riesgos. En cambio, si un sacerdote abusador tiene 90 años o ha perdido la razón, no tendría mucho sentido obligarle a colgar la sotana. Pero quien le atiende ha de asegurar que no tendrá trato con menores.
Por último, «tolerancia cero» tampoco describe la respuesta de la Iglesia ante un obispo que haya encubierto abusos de un sacerdote. El documento del papa Francisco titulado Como una madre amorosa, de 2016, tipifica esa acción como error muy grave, que puede llevar a la remoción del cargo. Pero aún no está claro ni el procedimiento ordinario para exigir esa responsabilidad, ni si basta un solo error. La Santa Sede ha dicho que «estas conductas ya no serán toleradas», pero no ha dicho más. Entiendo que se irá caso por caso, atendiendo a las circunstancias y al escándalo producido (aparte de que el Papa no necesita esa norma para quitar a un obispo que haya cometido errores graves).
Las autoridades de la Iglesia han repetido durante el encuentro que el modo preciso de entender la «tolerancia cero» es como sinónimo de las conocidas palabras de san Juan Pablo II cuando descubrió la gravedad del problema en Estados Unidos: «No hay sitio en el sacerdocio ni en la vida religiosa para quien hace daño a la juventud». Esas palabras constituyen el principio inspirador que ha de regir a los obispos para enfrentarse a este drama, sin excepción alguna.
El encuentro no ha rechazado el término –que incluso fue usado por el Papa Francisco en 2016, en una carta a los obispos norteamericanos–, pero no ha querido usarlo porque ha progresado en su entendimiento del problema y de su solución. La justicia y misericordia van más allá que castigar al culpable: la prioridad es escuchar a las víctimas y lograr que cualquier institución eclesial sea un lugar seguro para los menores.