La inteligencia artificial abre un mundo lleno de oportunidades, pero, a la vez, lleno de riesgos. Por ello, es uno de los retos éticos más apasionantes y, a la vez, más difíciles al que el ser humano se enfrenta hoy en día. La inteligencia artificial, definida como el diseño y desarrollo de tecnologías capaces de emular la inteligencia humana, también presenta numerosos desafíos, no solo éticos y jurídicos, sino también sociales y religiosos.
A todas estas cuestiones han tratado de dar respuestas Albert Cortina, abogado, urbanista y experto en transhumanismo; María Jesús González-Espejo, abogada y socia directora del Instituto de Innovación Legal y Emprendelaw; y José Luis Calvo, director de Inteligencia Artificial en Sngular y experto en las aplicaciones de las tecnologías más avanzadas al mundo de la empresa, moderados por el Letrado del Tribunal Supremo, Raúl Cancio; todos ellos reunidos en la Fundación Pablo VI en el Foro de Encuentros Interdisciplinares.
En el campo del derecho, por ejemplo, es una tecnología cada vez más utilizada, principalmente en despachos de abogados privados. María Jesús González-Espejo es una de las mayores expertas en el mundo latino en innovación, marketing jurídico y tecnología aplicada precisamente a este mundo del derecho. En este campo la inteligencia artificial se aplica para tratar de analizar las probabilidades de éxito en un determinado caso, para ayudar a analizar toneladas de documentos, para la gestión financiera. Y en el ámbito público es una herramienta de detección de delitos, de prevención, para identificar falsas denuncias, delitos de fraude, etc. Pero, ¿puede dirimir mejor una máquina para una sentencia judicial que una persona? «Se puede utilizar como herramienta de apoyo cuando hay mucha objetividad, explica, pero en determinados contextos puede caer en sesgos, por motivos de raza o situación social. Y es ahí donde están los principales riesgos».
Tal y como funcionan los sistemas de inteligencia artificial, la forma de eludir estos sesgos sería introduciendo datos con un sistema prueba-error, hasta que conseguimos automatizar una decisión sin necesidad de entenderla. Es lo que se llama inteligencia estrecha o específica, explica José Luis Calvo. Hoy por hoy «añadir consciencia a la Inteligencia Artificial, es decir, generar inteligencias múltiples es pura ciencia ficción. Porque no somos capaces, ni siquiera, de entender cómo funciona la consciencia humana».
Pero hasta que ese momento llegue, con lo que ya tenemos, alerta el humanista Albert Cortina, «es necesario empezar ya a regular», porque de momento hay sólo una autorregulación en el ámbito de la comunidad científica. Pero, ¿qué ocurre en el campo de los valores? ¿Qué ocurrirá cuando las máquinas tomen decisiones basadas única y exclusivamente en la eficacia económica?, se pregunta el autor del libro «¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano». Antes de llegar a esa delegación humana en la inteligencia artificial «hay que establecer un código ético pre regulatorio».
No solamente ética, añade María Jesús González Espejo, también normas jurídicas. Porque no hay que tener miedo a la inteligencia artificial que vemos, como los robots androides, sino «a la que no vemos y está decidiendo por nosotros». «Quizá no nos estamos enterando de nada: de qué ocurre con nuestros datos, con nuestras vidas, con nuestros gestos o con nuestros pensamientos». Y hay ya un peligro: que «se está cercenando de una manera muy sutil la capacidad de decidir que tenemos los seres humanos, aquello que nos diferencia de otros seres vivos». Precisamente porque hay multinacionales que están invirtiendo mucho dinero en este desarrollo tecnológico, afirma la experta en Legaltech, son necesarios «todos los mecanismos regulatorios, éticos e incluso informáticos posibles».
Impacto de la Inteligencia Artificial en el empleo
Otro gran riesgo, alerta la directora de Emprendelaw, es el impacto en el empleo. Según datos recientes, la aplicación de estas tecnologías «puede suponer de media la pérdida de hasta el 50 % de los empleos o de las tareas que hoy en día pueden ser automatizables, aumentando además las brechas entre los países desarrollados y los que tienen presupuestos ni para hacer carreteras». En este sentido, añade Albert Cortina, es llamativa la tendencia que hay cada vez mayor a la especialización y la eficiencia. «Hemos fragmentando tanto nuestras capacidades y nuestras tareas que podemos ser fácilmente sustituibles por esa inteligencia artificial débil». Hay que reflexionar sobre si no estamos preparando a nuestros hijos para unas tareas que en futuro serán sustituidas por este tipo de sistemas. Por otra parte, se pregunta ¿dónde queda el sentido del trabajo? Porque «puede crear mucha frustración que en una empresa haya personal que sea solo ejecutor puro y duro».
Algunos ejemplos de este impacto de la inteligencia artificial en el ámbito laboral ya se están dando, afirma José Luis Calvo, director de Sngular. «No hay duda de que todos los trabajos, tal y como lo conocemos ahora, van a ser automatizados» y más pronto que tarde. Como ejemplo, la lucha entre los conductores de taxi y los Cabify: «el verdadero problema, asegura, lo van a tener estos últimos porque, dentro de nada, ni siquiera harán falta». En ese momento, «habrá que replantearse el modelo de sociedad».
¿Qué organismo debe regular?
¿Va a soportar la Democracia occidental la falta de control de un sistema que no tiene límite? ¿Hay algún organismo regulador internacional que pueda ampararnos en este momento? Albert Cortina cree que de momento el control está basado en una ética muy utilitarista y secular y hay que poner de acuerdo cosmovisiones muy diferentes. Por eso, añade, hay instituciones, como «La Iglesia católica que están viendo en esto un gran desafío. Porque afecta a muchos aspectos relacionados con la dignidad del ser humano». Por tanto, concluye, «hay que hacer este debate universal, sin ir necesariamente a la contra».