Lamín entró en mi oficina y se sentó enfrente. Lo noté estresado y fue directo al grano: le preocupaban sus cicatrices y los tatuajes porque le recordaban continuamente su pasado de ignominia y vergüenza. Es huérfano de padre y de madre, tiene 21 años y vivió desde pequeño en las calles de Freetown. Lamín aprendió a sobrevivir usando su astucia y su fuerza. En esa etapa probó de todo: alcohol, marihuana, cocaína y sexo con prostitutas. Estuvo dos años en la prisión de Pademba por un robo y cuando salió se acercó a Don Bosco Fambul para pedir ayuda, pero la calle pudo más que él y volvió a robar, esta vez un teléfono.
Cuando lo detuvieron, lo marcaron como es la costumbre en Sierra Leona. Las cicatrices serían su etiqueta para siempre: «Ladrón cazado». Gracias a Dios no le rompieron los brazos ni los dedos, pero sí le hicieron varios cortes con un machete en la cara, en la cabeza y en los brazos y, para que cojeara de por vida, le seccionaron el tendón de Aquiles. Lamín había tocado fondo y lo sabía, así que, cuando lo reconoció comenzó su viaje de vuelta, su rehabilitación y su sanación.
Le dije que en sus cicatrices está su gloria; que no tiene que sentirse avergonzado de ellas, ni de sus tatuajes, ni de su cojera. Que no las oculte. Ellas muestran, junto con su capacidad de rehabilitación, que siempre existen segundas oportunidades en la vida y que no importa lo bajo que hayas caído. Su vida es un ejemplo de superación: está terminando Secundaria y quiere estudiar Trabajo Social para ayudar a los chicos de la calle en el futuro. «¡Quiero ser santo!», me dijo finalmente. Su determinación me estremeció porque sus ideales iluminaban su pasado de sufrimiento y su historia adquiría sentido con el nuevo rumbo.
Cuando un periodista le pregunto a Nelson Mandela si se consideraba un santo contemporáneo, él contestó: «Si un santo es un pecador que sigue intentándolo, que nunca tira la toalla, entonces sí, soy un santo». ¡Lamín sigue esforzándose!, porque Jesús no vino a «buscar a los justos, sino a los pecadores» (Lc. 5, 32) y afirmó que «hay más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido que por 99 justos que no necesitan del perdón de Dios» (Lc. 15, 7). Por eso, si te pesa tu pasado, o tu conciencia te reprocha algo, no te desanimes, que «Dios es más grande que nuestra conciencia» (1Jn. 3, 20) y mira a Lamín, que si él lo ha logrado, ¡tú también puedes hacerlo!