Abusos: el Papa ante su desafío más insidioso
Perdón. Perdón. Perdón. Hasta diez veces pronunció esa palabra el Papa, desde el altar de su multitudinaria Misa en Dublín, el domingo 26 de agosto. Perdón por los abusos sexuales. Por el abandono. Por el engaño y la traición. Esta escena fue el resumen más representativo de un verano caliente en el Vaticano. Francisco afronta la hora más difícil de su pontificado. Está sereno en las dificultades, como atestiguan sus colaboradores. Decidió afrontar los problemas con gestos y acciones, dejando que las polémicas mediáticas se topen con su silencio
Originalmente, la visita apostólica por Irlanda debía concentrarse en la celebración festiva del IX Encuentro Mundial de las Familias. Pero los acontecimientos de las últimas semanas desbordaron al Pontífice y a sus colaboradores. Primero explotó el caso Theodore McCarrick, el exarzobispo de Washington responsable de abusos contra jóvenes seminaristas. Luego se difundió un informe de un Gran Jurado de Estados Unidos que sacó a la luz los escalofriantes abusos de unos 300 sacerdotes contra mil víctimas en las diócesis de Pensilvania.
En un hecho sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia, el 28 de julio Francisco determinó quitarle la dignidad de cardenal a McCarrick, de 87 años, ordenándole suspender todo ejercicio público del ministerio e imponiéndole una vida de oración y penitencia hasta que las acusaciones en su contra sean aclaradas en un proceso canónico. Más tarde, el Vaticano aseguró públicamente que toma «muy en serio» las revelaciones en Pensilvania y que la voluntad del Pontífice es que los responsables de los abusos rindan cuentas, incluso los obispos encubridores.
Ante la inminente gira irlandesa y las críticas públicas, el Papa envió una Carta a todo el Pueblo de Dios en la cual reconoce, entre otras cosas, el fracaso de la Iglesia en el proteger a los más pequeños de esos delitos. Corría el 20 de agosto, apenas cinco días antes de su llegada a Dublín. En Irlanda el problema era ineludible, ya que fue el epicentro de una de las más grandes crisis por abusos que se destapó más de una década atrás con la difusión de dos minuciosos informes independientes. En su momento, Benedicto XVI afrontó las turbulencias convocando a los obispos del país al Vaticano, desplazando a varios de ellos, ordenando investigaciones canónicas y escribiendo una carta a todos los católicos.
Desde su primer discurso en suelo irlandés Francisco abordó el problema. Se reunió durante más de 90 minutos en privado con un grupo de ocho víctimas en la nunciatura de Dublín. Las confortó, escuchó sus historias y, sobre todo, sus recomendaciones. Como le sugirieron algunas de ellas, la mañana del domingo 26 y antes de iniciar la Misa conclusiva del Encuentro de las Familias ante una multitud en el Phoenix Park, pronunció un inhabitual acto penitencial.
«Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia. De manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipos de instituciones dirigidas por religiosos y religiosas y otros miembros de la Iglesia. Y pedimos perdón por los casos de explotación laboral a que fueron sometidos tantos menores», exclamó. Siguió un mea culpa por la falta de compasión, de justicia y de verdad. Por las madres separadas de sus hijos en orfanatos católicos. «Perdón, perdón, perdón», insistió.
Heridas que no prescriben
Así, en pocas semanas, el papado y la Iglesia parecieron caer involuntariamente en una especie de déjà vu. La reedición de una crisis que parecía, más bien, del pasado y que Benedicto XVI había abordado tortuosamente. Para Davide Cito, experto canonista y profesor de la Pontifica Universidad de la Santa Cruz, el problema de los abusos se torna recurrente porque no basta enfrentarlo únicamente con respuestas jurídicas.
«No se trata solo de un desafío jurídico sino cultural, una sensibilidad de respuesta ante estos hechos. Los instrumentos existen, ahora hay que usarlos. De hecho, lo que el Papa dice es que hay que responder inmediatamente. Es una cuestión cultural, de preparación, de un clima de transparencia que poco a poco se está realizando en la Iglesia», explica en entrevista con Alfa y Omega.
Si bien la gran mayoría de los casos revelados en las recientes semanas son precedentes al año 2002, Cito afirma que no se debe minimizar su impacto. «Aunque sean antiguos nos deben interrogar aún hoy sobre la gravedad de los hechos. Porque podría decirse: “Prescribió, pasó mucho tiempo, me olvido”. No, no es verdad, estas heridas no prescriben. Asumir esto es parte de un proceso que lentamente está llegando a la Iglesia de rechazo a este tipo de abusos y violencia».
El experto reconoce como evidente que el Papa Francisco ha ido asumiendo poco a poco, desde el inicio de su ministerio, la magnitud del problema y ha comprendido la gravedad, por ejemplo, del abuso de conciencia, que en la Iglesia «tiene un peso enorme». Por eso escribió su Carta al Pueblo de Dios en la que deja en claro que, en muchas latitudes, la Iglesia no pone en práctica las medidas establecidas ya por Benedicto XVI.
Cito cree que aún muchos episcopados subestiman el problema para no ser acusados de «obsesión por la pedofilia». Por eso considera fundamental encontrar un equilibrio que, sin caer en obsesiones, evite minimizar estas situaciones. Al mismo tiempo advierte de que muchas iglesias locales deberían asumir de verdad el desafío y afrontarlo antes que sea demasiado tarde.
«El Papa fue inteligente al decidir que, para juzgar a los obispos, no se necesita un tribunal eclesiástico universal. Lo que quisiera es claridad cuando un obispo es apartado por este motivo, que se diga: “Esta persona falló y por eso ha sido separada”. No iría contra la buena fama de las personas, sino a favor de la justicia», considera.
Al mismo tiempo, reconoce que aún prevalece la desconfianza, sobre todo en aquellos países donde los obispos tienen gran presencia social y gozan de respeto público, como en África. «Allí donde el párroco es jefe de todo, se complican las cosas».
Trasladar los casos a la justicia civil
Davide Cito constata que tanto en la sociedad civil como en la Iglesia ha cambiado la consideración tenida a las víctimas, muchas de las cuales apenas ahora se animan a hablar. De allí que la Iglesia debe prepararse para futuras nuevas revelaciones. Estas acabarán, según el canonista, cuando exista mayor sensibilidad y conciencia sobre el flagelo. Algo que la Iglesia está adquiriendo lentamente, no sin dificultades.
«Francisco, por desgracia, ha heredado lo que ahora se está viviendo. Pero también pone la cara y asume la responsabilidad. Está mirando cuál debería ser la respuesta evangélica de la Iglesia a estos problemas. Todos estos temas deberían ir a la justicia civil, no ser juzgados en la Iglesia. Son crímenes, como el homicidio. La Iglesia no tiene los instrumentos para hacer investigaciones profundas», pondera.
Por lo pronto, la crisis por los abusos no parece querer aplacarse y es ya el más grande desafío en el pontificado de Jorge Mario Bergoglio. También por los imprevistos señalamientos del ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, quien disparó directamente contra el mismo Papa y contra sus colaboradores más cercanos, a quienes acusa de haber encubierto los abusos de McCarrick y de otras cosas más en dos memoriales y múltiples entrevistas.
Pero Francisco afronta sereno las dificultades, según ha dicho el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin. El purpurado reconoce que en la Curia romana prevalece un ambiente de «amargura» e «inquietud». Pero el Papa prefiere el silencio, sabiendo que la verdad se impone, antes o después. Él mismo lo explicó en la homilía de su Misa matinal en la residencia de Santa Marta, el lunes 3 de septiembre: «La verdad es humilde, la verdad es silenciosa, la verdad no es ruidosa. Con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solo la división, el único camino a transitar es el silencio».