Zemio: la misión católica masacrada por radicales que monseñor Aguirre quiere resucitar
En Zemio (República Centroafricana) se inició en los años 50 una de las primeras misiones de la diócesis de Bangassou, dirigida actualmente por el español Juan José Aguirre. En 2013 dos grupos violentos perpetraron allí una masacre y «convirtieron Zemio en una ciudad fantasma». Ahora monseñor Aguirre ha restaurado la misión, donde se ha abierto una escuela para que los niños aprendan a convivir en paz
Zemio es el último avispero en el que se ha metido el español Juan José Aguirre, obispo de Bangassou (República Centroafricana). Allí se inauguró una de las primeras misiones de su diócesis en los años 50, explica el prelado en una carta. Y fue próspera hasta hace un lustro. Hasta entonces, «teníamos una escuela para 2.100 alumnos, un rebaño de vacas, un proyecto de la Iglesia americana para la ganadería y la agricultura que nos daba al mismo tiempo luz e internet todo el día».
Especialmente significativa era, según Juanjo, la labor de las monjas. «No solo se ocupaban de la escuela, sino que tenían proyectos de corte y costura, llevaban la caritas parroquial donde atendían cientos de ancianos, enfermos de sida y personas rotas por la dureza de la vida, llevaban las catequesis, ponían películas en la Iglesia por las noches, hacían pan para el barrio y estaban muy cerca de los dos curas de la parroquia…».
Pero, en 2013, «la llegada de milicianos musulmanes radicales y jóvenes libertadores mal armados y mal encarados convirtieron Zemio en un baño de sangre». La llegada de los violentos, denuncia el obispo, responde a «un plan urdido en 2013 desde fuera de Centroáfrica para hacer de él un país ingobernable —o dividirlo en dos—, crear el caos y enfrentar musulmanes y no musulmanes» y, así, «poder robar de aquí los minerales, ganado, petróleo y toda la riqueza…».
De esta forma, 25.000 habitantes de Zemio huyeron al Congo «mientras los violentos de un lado y de otro quemaban sus casas, sus graneros, sus sueños» y «robaban sus cosechas». Los pocos que se quedaron abandonaron el pueblo y se refugiaron en la misión católica.
Los radicales también quemaron el hospital local, lo que provocó que un gran número de personas dependieran de las pocas medicinas que aun quedaban en casa de los sacerdotes de la misión. Pero estas también se agotaron. «La escuela cerró, la casa de las monjas fue saqueada» y las religiosas, impotentes, volvieron al Perú». Zemio se convirtió así en «una ciudad fantasma», tomada por «dos grupos armados peligrosos como víboras. Por cualquier cosa saltaban chispas en forma de tiros y la población civil pagaba los platos rotos», asegura monseñor Aguirre en la carta.
En esta situación, el obispo español decidió sacar de la misión a los dos curas que todavía permanecían al lado de la población civil. Estaban «extenuados, delgados como palillos y en estado de shock». Los llevaron a la capital para seguir un curso para «destraumatizar. Habían enterrado decenas de cadáveres en fosas comunes y dormido en medio de una multitud aterrorizada durante meses».
Antes de salir, los sacerdotes aconsejaron a la gente que huyeran al Congo y «la misión quedó vacía, silenciosa, acosada por los bandidos que se servían a sus anchas».
Regreso a la misión
Después de un tiempo prudencial, en diciembre de 2017 monseñor Juan José Aguirre propuso a los responsables de la misión volver a ella y celebrar allí la Navidad. «Aceptaron y se juntaron a los que quisieron volver del Congo para vivir cerca de la misión». De vuelta en el nido de víboras, decidieron reabrir la escuela para que niños musulmanes y no musulmanes convivieran juntos y en paz. «Era el principio de la cohesión social. Lograron que los niños musulmanes dejaran sus cuchillos en casa y que los profesores empezaran sus clases distendidos y animosos».
Juan José Aguirre se encuentra actualmente en Zemio, a donde decidió acudir para apoyar y animar a los sacerdotes de la misión. «La gente me ha recibido con mucha alegría y durante 10 días he rezado y hablado con todos los grupos parroquiales, autoridades, imanes y militares. Se duerme bien con tanto calor humano pero hay ruido de sables y la gente mira de reojo a su espalda por si acaso. Con esa tensión, se va viviendo, pero es un vivir sin vivir, la esperanza puesta solamente en Aquel que nos sostiene», concluye.