«Pablo venció a su enfermedad muriendo»
La lucha contra la leucemia de Pablo Ráez conmovió a miles de españoles. «De un modelo de cuerpo, se convirtió en un modelo de persona», cuenta el sacerdote que acompañó en este duro proceso al joven y a su familia, a quienes da las gracias por haberle permitido «tocar sus corazones»
Su enfermedad tuvo en vilo a miles de españoles. Su testimonio a través de las redes sociales logró que miles de personas se decidieran a convertirse en donantes de médula, argumento que hizo que, en Madrid, todos los grupos municipales aprobaran por unanimidad ponerle su nombre a un parque. Su mensaje de «fuerza» sigue siendo una gran inspiración en las plantas pediátricas de los hospitales, todo un referente en fechas como este 13 de mayo, Día nacional del Niño Hospitalizado.
Poco antes de cumplir los 20 años, la leucemia terminó el 25 de febrero de 2017 por derrotar a Pablo Ráez… ¿O quizá no? «La leucemia no pudo con Pablo. Pablo venció a su enfermedad muriendo», afirma con rotundidad el sacerdote José López Solórzano, padrino del chico y amigo de la familia. Y sus argumentos son contundentes.
Un adolescente zalamero
La portavoz de la diócesis de diócesis de Málaga, Ana Medina, ha entrevistado al sacerdote de Marbella que acompañó al joven durante la enfermedad. Pablo –asegura– fue «como un regalo que Dios puso en mi vida».
Un buen día sus padres se presentaron en la parroquia porque querían bautizar a su hijo. «Yo entendí que se trataba de un bebé, pero resultó que era un mozalbete de 14 años». Así que el párroco pidió hablar directamente con él.
Acudió al día siguiente. «No tenía nada en contra ni nada a favor» de bautizarse. «Yo creo que lo hacía por darle gusto a los padres. Era como un folio en blanco», «un chaval muy vivo, muy alegre». Y también «muy zalamero». «Nunca había visto a un cura» y «me preguntaba si los curas fumábamos, si decíamos palabrotas, si nos confesábamos…», rememora.
El sacerdote lo puso en contacto con un grupo de chavales de la parroquia. Al margen, cada 15 días, mantenía un encuentro con él. Así se fue forjando una sólida relación de amistad entre ambos. Al llegar el día del bautismo y la confirmación, Pablo le pidió que fuera su padrino.
La vida de Pablo da un vuelco
A los 17 años, la vida del joven dio un vuelco. Tras someterse a un duro entrenamiento para una competición deportiva en Valencia, una lesión menor en una rodilla le llevó al hospital. En el preoperatorio le detectaron la leucemia.
«Era un chico con 17 años, no estaba preparado para eso, nadie está preparado para eso», afirma el sacerdote. Sin embargo, en ese «largo proceso» lleno de «noches oscuras», algo empezó a cambiar por dentro en Pablo, que desde niño había sido un «enamorado de la vida», un niño «muy vital» y «lleno de felicidad».
La enfermedad se convirtió en una escuela para él. Y así «empieza a descubrir que hay otro Pablo dentro de él. La palabra no es “espiritual”…. Está el corazón de Pablo, que está como capsulado, y brota a partir de ese proceso» durante esos duros días en «aquella fría sala de aislamiento del Carlos Haya», con la única compañía de sus padres, su hermana Esther y el propio José López Solórzano.
Cuando le dieron el alta, se propuso retomar su vida anterior. «Hace un esfuerzo titánico para volver a poner su cuerpo en forma, y lo consigue», prosigue el sacerdote. «Empieza otra vez a hacer deporte. Otra vez saca el musculo, otra vez se pone fuerte». Pero ahora «lo hace mas con el corazón que con el musculo». Pablo ha empezado a «madurar».
La recaída
«El segundo trasplante [de médula] fue mucho más doloroso que el primero. Él estaba más cansado pero, a diferencia del primero, estaba más fuerte por dentro. Fue ese momento en el que él empieza a hacer pública su interioridad» y «saca ese testimonio de vida a través de las redes», con un grito de guerra que se hizo viral: «siempre fuerte».
El sacerdote ve claramente reflejada la evolución en el Facebook de Pablo. «Las primeras fotos son un modelo de cuerpo. La segunda parte es un modelo de persona».
«El quería dar un testimonio, ser ayuda» para los demás, prosigue. «Pablo nunca pidió para él. El quería hacer una campaña de donación de médula, pero no para encontrar donante para él, sino para que la gente se hiciera donante. Creo que esa fue su grandeza».
A veces el joven se derrumba. Lo hace ante su familia y con su padrino, que no faltó prácticamente ningún día al hospital.
«En los momentos duros siempre me hicieron participe de todo el proceso», cuenta. «En eso es vedad que los sacerdotes, cuando podemos tocar el corazón de una familia, cuando la familia nos deja tocar su corazón, cuando nos sientan en la mesa y nos abren todos sus miedos…, un cura ahí puede sentirse muy agraciado. A mí no me cabe mas que darles las gracias a los padres de Pablo, a su hermana, a él mismo.. porque me hicieron sentir parte de ellos».
Por eso, califica a Pablo de «un regalo en mi vida sacerdotal». «Me ha enseñado a ser más bueno, me ha enseñado a luchar, me ha enseñado a no venirme abajo en muchas contrariedades… Yo lo hecho mucho de menos».
«La muerte es la gran mentira de este mundo»
Llegan los momentos finales, «cuando la casa de Pablo se convierte en un tabernáculo sagrado, donde están su madre, su madre, su hermana… y un servidor».
«Pablo se va en paz. Se va muy en paz. En ningún momento se va derrotado. Pablo ha derrotado a la enfermedad porque la enfermedad en ningún momento ha podido con el. Ni le ha quitado la esperanza, ni las ganas de hacer el bien».
«Es verdad que para morirse hay que ser muy valiente», reflexiona el sacerdote. «Pablo fue muy valiente muriéndose. Hay mucha gente que se está muriendo y son muy valientes. Quizá por el hecho de estar cerca los sacerdotes de personas que dejan este mundo vemos la fuerza y la valentía con la que mueren, y cuando mueren, mueren en paz. Es verdad que los que nos quedamos aquí nos quedamos muy rotos, muy tristes. La muerte hace mas daño a los que nos quedamos que a los que mueren. Es que no mueren. Pablo no muere. La muerte no es verdad. La muerte es la gran mentira de este mundo».