«No somos enemigos, trabajemos juntos»
La Campaña Noviolencia2018 ha reunido en Madrid a algunos de los principales referentes mundiales en el activismo social pacifista. Su trabajo fundamental consiste en ofrecer apoyo y formación a miles de organizaciones en defensa del medioambiente, los migrantes o la igualdad de la mujer. Cualquier causa justa la hacen suya, siempre que la lucha reniegue taxativamente de la violencia
El legado de Martin Luther King
¿Cómo definir la lucha no violenta? La argentina Verónica Pelicaric, miembro del comité directivo de la organización estadounidense Pace e Bene, extiende las manos con las palmas abiertas a modo de barrera. «Primero digo no a la injusticia, no al racismo, no a las guerras, no a la pobreza… Pero a continuación bajo una mano [se la muestra tendida a un adversario imaginario] y añado: “No somos enemigos. No te voy a expulsar de mi corazón. Propongo que trabajemos juntos”».
Pelicaric fue una de las expertas y activistas de diversas partes del mundo que reunió del 23 al 25 de marzo en Madrid el I Congreso Noviolencia Martin Luther King, a pocos días del 50 aniversario del asesinato del pastor norteamericano, el 4 de abril de 1968. La vida de King dio un giro cuando, procedente de Boston, se instaló en el sur de EE. UU. para liderar la campaña contra la segregación racial. Para su lucha puso en práctica a conciencia la metodología con la que Gandhi había logrado la independencia de la India. Un problema hasta entonces ignorado por una mayoría de norteamericanos ocupó en unos pocos años el centro de los debates de la política nacional. Una serie de acciones de gran impacto, como la negativa de Rosa Parks a ceder el asiento a un hombre blanco en un autobús, fueron creando las condiciones que desembocaron en la Gran Marcha sobre Washington de 1963, con el famoso Tengo un sueño de Martin Luther King. Parks, puntualiza Pelicaric, sabía bien lo que hacía; era «una activista bien entrenada en Tennesse en las técnicas de no violencia».
No fue un paseo de rosas, explica la experta a Alfa y Omega. «La no violencia significa jugársela. No basta con agitar unas banderitas en la calle». Para que las acciones tengan incidencia, hay que estar dispuesto a pagar un precio personal.
Lo que inclinó la balanza en la lucha contra la segregación racial fue la persistencia de miles de afroamericanos durante el año largo que duró el boicot a los autobuses públicos, caminando largas distancias al trabajo hiciera frío o calor. Con el tiempo, algunos se impacientaron por la falta de resultados y se produjeron escisiones violentas, pero la inmensa mayoría siguió comprometida con los métodos pacíficos que propugnaba el reverendo King, a pesar del aumento la represión policial y de los atentados de grupos como el Ku Klux Klan. O de las desmedidas sentencias de cárcel –a adolescentes y niños incluidos– por acciones de protesta como sentarse en mesas de restaurante reservadas a blancos.
Se necesita constancia, pero la estrategia no violenta, a la larga, es el doble de efectiva que la armada, prosigue Verónica Pelicaric, citando la célebre investigación de Erica Chenowen y Maria J. Stephan (Why Civil Resistance Works), que examinaron más de 300 revoluciones a lo largo de un siglo.
Lo primero es cambiar el foco. «Fracasamos cuando pensamos que tenemos que convencer a las élites. Estamos perdiendo el tiempo, porque las élites saben exactamente lo que quieren. A quien tenemos que convencer es a la gente normal, conseguir que salgan de la indiferencia y se movilicen. El poder reside en las personas normales; lo que pasa es que no lo saben».
Esa es la filosofía que sigue Pace e Bene, organización fundada por frailes franciscanos a finales de los años 80 en respuesta a los ensayos nucleares en el desierto de Nevada, que hoy da apoyo y formación a organizaciones sociales en campos tan variados como la ecología, la igualdad de la mujer o la lucha contra el racismo.
Pace e Bene reunirá a representantes de más de 2.000 de esos grupos en la Semana de la No Violencia que organizará en septiembre en Washington. Se hablará de cómo preparar acciones que tengan realmente incidencia política y social. Pero antes de la estrategia –dice Pelicaric– «insistimos en la importancia de la fuerza del alma. A medida que uno crece en espíritu, ve con mayor claridad qué tipo de proyectos está llamado a desarrollar», como regla general en su entorno más próximo e inmediato. En ese camino de «purificación interior», como lo llama la responsable de Pace e Bene, «la persona gana en convicción y solidez, se vuelve como una roca. Por eso Gandhi decía que la no violencia es la fuerza más grande que existe sobre la tierra, con mayor poder incluso que un arma nuclear».
Simultáneamente, la organización es un referente eclesial en EE. UU. en temas de paz y desarme. A la Santa Sede ha llevado la petición de que se replantee la justificación de «guerra justa», concepto que a juicio de Pelicaric relativiza el compromiso de la Iglesia por la paz y que, desde Juan XXIII –pero especialmente ahora con Francisco– el magisterio ha comenzado a revisar.
Sinisa Sikman fue uno de los líderes del movimiento de jóvenes serbios Otpor! (Resistencia), un grupo clave en la caída de Slovodan Milosevic en los años 90. Su sede en Belgrado se convirtió en los años siguientes en lugar de peregrinación para opositores de todo el mundo en busca de consejo. Y la experiencia acabó cuajando en la Academia Canvas, una novedosa iniciativa que ha formado ya a activistas de unas 50 revoluciones pacíficas. Entre sus pupilos más aventajados se encuentran algunos de los protagonistas de la Revolución Naranja en Ucrania y de las revueltas pacíficas en Georgia, las Maldivas o Myanmar.
Antes de aceptar una petición, aclara Sikman a Alfa y Omega, comprueban el historial no violento de la organización. No se trata tanto de decidir qué partido tomar en determinado conflicto, sino de empoderar a quien esté dispuesto a «buscar soluciones pacíficas y justas». Canvas no excluye por eso formar simultáneamente a grupos en bandos distintos, como ha sido ya el caso con palestinos e israelíes.
Ha habido también revoluciones apoyadas por Canvas –reconoce Sikman– que no han terminado como se esperaba. Pasó con las revueltas contra el régimen militar de Mubarak en Egipto. Jóvenes formados por la academia serbia lideraron las movilizaciones iniciales en la plaza del Tahir, pero «faltó unidad» entre ellos. Tampoco sintonizaron con buena parte de la población, y acabaron capitalizando las protestas los Hermanos Musulmanes («muy compactos y disciplinados tras muchos años de represión»), hasta que un golpe de Estado devolvió nuevamente el poder al ejército.
En cualquier caso, para Sikman el activismo no violento es más una forma de ejercer una ciudadanía activa que un método para conseguir un resultado político concreto. Incluso, en circunstancias extremas, cuando se consigue derribar una dictadura, sería un error «pensar que ya está todo conseguido y desmovilizarse».
Reírse del poder
La no violencia consiste en que la gente tome «conciencia de que está en su mano cambiar las cosas». Pero para eso lo primero es «perder el miedo al poder». El humor, dice, es un arma muy poderosa contra los opresores.
Una prueba de fuego consiste en mantener los métodos pacíficos «cuando la otra parte utiliza la fuerza contra nosotros». Hay que tener claro que «recurrir a la violencia deslegitima la lucha y la lleva a un terreno en el que los estados se sienten más cómodos y tienen mayores posibilidades de triunfar». Una regla básica en una acción de protesta es vigilar que no haya «un idiota» que «tire piedras a la Policía». En no pocos casos quienes lo hacen son agentes de las Fuerzas de Seguridad infiltrados, asegura Sinisa Silkman.
De Gandhi o Martin Luther King, los jóvenes serbios que se levantaron contra Milosevic aprendieron que el otro no es «un enemigo» sino «un oponente». A «los altos mandos» tal vez sea difícil llegar, pero los policías, militares y miembros de distintas organizaciones sobre las que se sustenta el poder «son personas normales». «Un policía es solamente un hombre con uniforme, un vecino con el que nos cruzamos a diario, con el que nos encontramos en la calle, en la iglesia…», insiste Sikman. «Si nuestra actitud hacia estos funcionarios es hostil, solo conseguiremos que se defiendan de nosotros y se acerquen más al poder. Es mucho más efectivo hacerles ver que tus propuestas para el futuro son buenas para toda la población, también para ellos».
Los marginados de todo el mundo se unirán en 2020 de forma algo más que simbólica en una lucha global por la justicia y la paz. Ese el objetivo de la marcha Jai Jagat, que conectará a pie Nueva Delhi con la sede de la ONU en Ginebra, atravesando inicialmente Pakistán (enemigo secular de la India) y Afganistán.
Ekta Parishad, el principal movimiento de personas sin tierra en la India, es la alma mater del proyecto. Tras participar en el I Congreso Noviolencia Martin Luther King, Ramesh Chandra, coordinador nacional de la organización, se reunió con los organizadores del Jai Jagat en España para hablar de las acciones paralelas en diversas partes del mundo. Las relaciones con América Latina están muy avanzadas, a través del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), del premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y varios grupos de Justicia y Paz.
El reto es más difícil es África. De la mano de la Alianza Africana por la Tierra y de varias organizaciones locales, se pretende organizar en 2020 una marcha desde Senegal que confluya en Ceuta con otra procedente de Madrid. Los trámites burocráticos no son sencillos, pero la iniciativa serviría para denunciar tanto la situación en muchas fronteras, como «la explotación del agua, los bosques, los minerales… que están haciendo las multinacionales occidentales, y también las de China o India», afirma Chandra.
Se hablará mucho de descolonización: de «poner fin a la usurpación de tierras» y del «proceso interno de colonización en las sociedades ricas» a través del consumismo. «Ese grado extremo de consumo es causa de desigualdad, de injusticia y de violencia», prosigue el coordinador de Ekta Parishad. «Descolonizarnos a nosotros mismos es el gran reto en el mundo de hoy. Si somos capaces de liberarnos, ya nadie nos podrá colonizar».