Francisco ha realizado su trabajoso viaje a Chile y Perú de la mano de los santos. No pretendo hacer una reflexión piadosa ni creo que para Francisco se haya tratado de un recurso para favorecer el fervor o escapar de las tierras pantanosas de la actualidad. Por el contrario, el Papa considera las vidas de los santos, arraigadas en la historia cercana y concreta de los pueblos a los que visita, como una clave para explicar la fe e interpretar las vicisitudes de la Iglesia, como una palanca para abrir el futuro.
En Chile no ha dejado de citar a San Alberto Hurtado, un testigo contemporáneo de la fe que a Francisco tiene que resultarle especialmente sugerente. Este jesuita chileno que vivió en la primera mitad del siglo XX ilustra bellamente cómo la fe plasma todas las dimensiones de lo humano. El padre Hurtado se conmovía frente un mendigo tendido en plena calle y esa conmoción se convertía en un juicio histórico, en una pista para forjar una obra como el Hogar de Cristo, en la que se observan perfectamente unidas la caridad y la misión. Lo mismo se inclinaba sobre el rostro sufriente que encontraba en una esquina que sondeaba el compromiso político y social de los católicos en la Europa de la posguerra. Francisco ha usado sus palabras para invitar a los líderes chilenos a construir una patria acogedora para todos, para reverdecer el impulso de construir una ciudad a la medida del hombre; pero también ha querido proponerlo como modelo a los jóvenes, al decirles que sólo mirando a Jesús, teniéndolo realmente presente como factor de su experiencia, podrán mantener encendido el corazón y ser protagonistas del cambio.
En la Plaza de Armas de Trujillo el Papa dijo que cada rincón del suelo peruano está asociado al rostro de un santo. «Donde haya una comunidad, donde haya vida y corazones latiendo y ansiosos por encontrar motivos para la esperanza… ahí está el Señor, ahí encontramos a su Madre y también el ejemplo de tantos santos que nos ayudan a permanecer alegres en la esperanza». De Perú ha dicho Francisco, con evidente conmoción, que es una tierra ensantada, el pueblo de Latinoamérica que tiene más santos, y santos de alto nivel como Toribio, Rosa, Martín, Juan…
Entre todos ellos, el que ha evocado con mayor detenimiento ha sido Santo Toribio de Mogrovejo, al que describió como «un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo». Toribio no se conformaba, quería siempre «llegar a la otra orilla», y no sólo a la otra orilla geográfica (de hecho recorrió la inmensa diócesis limense de punta a punta, sin ceder a la tentación de «quedarse detrás de su escritorio») sino también a la otra orilla cultural, promoviendo los catecismos en lenguas indígenas y la formación incansable de su clero. El Papa ha recordado que a Santo Toribio no le tembló el pulso para excomulgar al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción que se basaba en el abuso de las poblaciones originarias. De esta forma invitaba a los obispos del Perú a denunciar los abusos y excesos que se cometen contra su pueblo, aunque ello suponga ganarse la enemistad de muchos.
Durante el Ángelus dedicado a los jóvenes, en Lima, Francisco mostró a los santos como la verificación concreta de la verdad del Evangelio, como el cauce a través del cual nos llega la tradición viva de la Iglesia como un río: «hay momentos donde pueden sentir que se quedan sin poder realizar el deseo de sus vidas, de sus sueños… En esos momentos donde parece que se apaga la fe no se olviden que Jesús está a su lado… No se olviden de los santos que desde el cielo nos acompañan; acudan a ellos, recen y no se cansen de pedir su intercesión. Esos santos de ayer pero también de hoy: esta tierra tiene muchos, porque es una tierra ensantada…».
Y Francisco despliega la bella exigencia de la fe conectada a las vidas de muchos que ya la han vivido, y de este modo han florecido humanamente: «Jesús quiere verlos en movimiento… por el camino de las bienaventuranzas, un camino nada fácil pero apasionante, un camino que no se puede recorrer sólo… Jesús cuenta contigo como lo hizo hace mucho tiempo con santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Juan Macías, san Francisco Solano y tantos otros. Y hoy te pregunta a vos si, al igual que ellos: ¿estás dispuesto, estás dispuesta a seguirlo?». Santos de ayer y de hoy: no personajes de ficción sino figuras de carne y hueso cuya memoria conserva viva el pueblo de Dios sencillo, vidas cambiadas por el encuentro con Cristo presente, hoy como ayer. La verdadera columna vertebral de la Iglesia, la sustancia de su verdadera reforma.