Charles Maung Bo: «Espero que esta visita inicie un proceso de sanación nacional»
Después de la muerte de su padre cuando él tenía dos años en 1950, Charles Maung Bo fue enviado por su madre a un internado de los salesianos. Allí descubrió su vocación. Ordenado sacerdote en 1976, sus primeros destinos fueron decenas de aldeas dispersas en las montañas y envueltas en los complejos conflictos étnicos que han golpeado Myanmar desde hace décadas. Desde 2003 es arzobispo de Yangon, y en 2015 fue creado cardenal; el primero de la antigua Birmania
Al margen de la especulación sobre las implicaciones políticas y sociales del viaje del Papa a Myanmar, ¿qué espera que signifique para la minoría cristiana?
Esta primera visita pastoral del Buen Pastor es un momento de gracia, unidad espiritual y vitalidad para este pequeño rebaño. Es un gran honor y servirá para unir a la Iglesia al servicio de la nación. Hemos elegido el lema Amor y paz porque el amor gratuito es el primer paso hacia la verdadera paz. Esperamos que en esta peregrinación de paz pueda derretir los corazones endurecidos, y que su presencia sane heridas.
La Iglesia birmana se ha mostrado nerviosa sobre las consecuencias que podría tener que el Papa hable de la cuestión de los rohinyá.
La Iglesia no está nerviosa sobre esa cuestión. Hemos participado en iniciativas interreligiosas a favor de la paz. Estamos en contacto con Cáritas Bangladés, y espero que nuestras dos Cáritas pronto puedan trabajar en red y establecer una estrategia común para las fases de regreso y rehabilitación. También podría haber cooperación entre ambos países para este proceso.
Con todo, esta visita también se ha interpretado como una muestra de apoyo a la transición del país hacia la democracia. ¿Qué fruto cree que puede tener el viaje en este ámbito?
La visita va a ser un gran apoyo a Aung San Suu Kyi y sus esfuerzos para ampliar el espacio democrático. Ella es la esperanza de millones. Espero que aporte una mayor comprensión entre la gente. Estoy seguro de que el Papa apelará a todas las partes pidiendo paz y reconciliación, y esta va a ser una gran contribución por su parte. Espero que esta visita sea el comienzo de un proceso de sanación nacional tras seis décadas de subdesarrollo, injusticia y conflictos. El establecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano son un gran sostén para el Gobierno birmano, y ayudarán a los cristianos a convertirse en agentes de paz y desarrollo.
¿Hasta qué punto se puede decir que ha se ha completado la transición democrática?
Dadas las seis décadas sofocantes de totalitarismo previas, la transición ha sido suave y pacífica. El ejército no diluyó la supervictoria de Aung San Suu Kyi. Aunque la Constitución le impedía cualquier cargo oficial, los militares han aceptado tácitamente el arreglo de que sea Consejera de Estado y líder «de facto». Una necesidad vital sería una Comisión de Verdad y Reconciliación como hubo en Sudáfrica. Pero no creo que vaya a ocurrir, por muchos motivos: todavía hay conflictos abiertos, y el retorno de millones de personas de los países vecinos y de los campos de refugiados llevará tiempo.
¿Qué hace la Iglesia para acompañar este proceso?
Estamos muy implicados en promover la reconciliación. Acompañamos a todos y mantenemos canales de comunicación con todas las partes implicadas, estatales y no estatales. La Iglesia está presente en zonas en conflicto, y puede influir en las decisiones que se toman. Algunos de estos esfuerzos son abiertos, y otros muy discretos. Por otro lado, hace poco juntamos a todos los líderes religiosos para una iniciativa a favor de la paz, y hemos declarado un Año para Parar las Guerras. La Iglesia defendió los derechos de la gente y la verdad, también durante el régimen de la Junta, y asumió sacrificios por ello. Y continuaremos alzando nuestra voz contra cualquier injusticia.
Ya antes de la dictadura la Iglesia jugó un importante papel social, por ejemplo a través de la educación. ¿Sigue siendo relevante en este sentido?
Las escuelas se nacionalizaron, y se destruyó la calidad de la enseñanza. La gente todavía piensa en la época en la que la Iglesia aportó mucho a la construcción nacional a través de sus iniciativas educativas y sanitarias. Pero ahora el perfil social de la Iglesia está creciendo. En los últimos diez años la red de Cáritas se ha fortalecido para responder a los desastres naturales y los causados por el hombre. Tiene 16 oficinas, con más de 800 empleados. Es una de las pocas organizaciones que tiene alcance nacional, y es un gran actor social en iniciativas de la sociedad civil por la paz y la reconciliación.
¿Trabajan en concreto en la región de Rakhine, donde viven los rohinyá?
La diócesis de Pyay y la Cáritas local están presentes en la zona, y a través de ellos trabajamos a favor de los más pobres de los pobres. Estamos dispuestos a defender a esta minoría y haremos todo lo posible para influir a los grandes implicados. Los últimos acontecimientos ocurrieron muy rápido. Todos necesitamos trabajar para que esta tragedia no se repita. Aung San Suu Kyi está lista para implementar el documento Kofi Annan, una hoja de ruta para la paz. Ha formado una comisión de implementación y también una estrategia conjunta con el Gobierno de Bangladés.
Cuando fue párroco rural, usted trabajó mucho para promover la paz entre los militares y los grupos étnicos. ¿Qué hizo exactamente, y qué aprendió de ello para su papel actual como líder eclesial?
Fue entre 1976 y 1981, cuando estaba en Loihkam al cargo de 53 aldeas esparcidas por las montañas. Había muchos grupos insurgentes luchando contra los militares: kachin, wa, shan, chinos kokant, palawng y karens. No logré mucho más que intentar tener relaciones amistosas con todas las guerrillas y los militares. Podíamos hacer nuestra labor pastoral sin problemas y sin levantar sospechas. Hasta 1992 no hubo un alto el fuego. La principal lección que aprendimos es que la paz es posible, y es la única vía.
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