La misión está «en el corazón de la fe cristiana», recuerda el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2017. Para eso y para nada más existe la Iglesia. No se trata –advierte el Pontífice– de «la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime». La misión es algo más simple y a la vez profundo: un medio a través del cual «Jesucristo sigue evangelizando y actuando» en el mundo. Francisco pone algunos ejemplos de cómo el misionero es capaz de aportar sentido y esperanza en momentos en que Dios parece haberse olvidado de su pueblo, y subraya «cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir». De la labor del misionero se enriquece también la Iglesia que lo envía, y que gana en vitalidad en la medida en que se involucra en la labor de estos testigos. Ellos son el mejor antídoto frente a la tentación de una fe dormida y aburguesada, al ofrecer una prueba tangible de que quien lo deja todo por seguir a Jesús no queda defraudado.