San Jerónimo el Real - Alfa y Omega

San Jerónimo el Real

Mª Cristina Tarrero Alcón
Foto: Alfa y Omega

El paseo del Prado se ha convertido en un enclave cultural excepcional. Los turistas y visitantes del museo que lleva su nombre descubren tras el edificio una maravillosa iglesia conocida como Los Jerónimos. De su imagen original solo se conserva el templo y parte del claustro, pues ha sufrido numerosas restauraciones. Realizada en gótico tardío, es de planta de cruz latina con una nave central. La escalinata exterior se debe al siglo XX pues fue realizada 1906 con motivo del enlace del rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia.

La iglesia de San Jerónimo el Real es de gran belleza y singularidad, y desde el punto de vista histórico es un lugar único. La reina Isabel I cedió a los monjes jerónimos un terreno situado extramuros de la villa de Madrid para emplazar un nuevo monasterio, dado que el primero construido bajo el reinado de Enrique de Trastámara no estaba en una buena ubicación. La orden jerónima tenía una especial vinculación con la Corona y era propiamente española. Sus fundadores fueron Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, nobles ermitaños de la corte de Alfonso XI y Pedro I el Cruel. A través de Isabel I, que había escogido como consejero y confesor a un monje jerónimo, el monasterio se fue convirtiendo en un lugar emblemático que acogía a la corte cuando esta era itinerante. Allí se realizaron las ceremonias de juras de los herederos de la Corona de España como príncipes de Asturias desde Felipe II hasta Isabel II. Felipe II mandó construir un cuarto real como lugar de retiro. Años más tarde, su nieto Felipe IV edificaría allí el Palacio del Buen Retiro. La guerra de la Independencia dañó enormemente al templo, que acogió a las tropas francesas; posteriormente se convirtió en cuartel de artillería y perdió gran parte de sus bienes; y con la desamortización quedó en estado ruinoso. El palacio fue demolido, solo quedó en pie el Casón y el Salón de Trono.

A partir de entonces se sucedieron numerosas restauraciones a cargo de arquitectos de prestigio como Pascual y Colomer y Repullés y Vargas. La última intervención se debe a Rafael Moneo, incorporando el claustro al Museo del Prado. Es el llamado Cubo de Moneo, que conecta ambos edificios por una estructura subterránea.