Quisiera compartir la situación de miles de dominicanos, a los cuales la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional ha negado su derecho a la nacionalidad, impidiéndoles ejercer sus libertades en el país. Esta privación arbitraria por parte del Estado, que ocurrió hace cuatro años y todavía hoy sigue vigente, ha creado una situación de vulnerabilidad a miles de personas que habían adquirido su nacionalidad conforme al ius soli, criterio jurídico para determinar la nacionalidad de una persona al momento de nacer en República Dominicana desde 1929 hasta 2010. La suspensión temporal de sus actas de nacimiento o de su carné de identidad es una medida que vulnera el derecho de la persona –ya registrada como dominicana– a ejercer su ciudadanía. Pero más allá de la dimensión legal, estas disposiciones colocan en una nebulosa la identidad de la gente y su estatus en una sociedad que los reconoció y ahora no los conoce.
Moisés Sano Jan es uno de los muchachos desnacionalizados. Nació, se crió y vive ahora en Guaymate, en República Dominicana. En 2007 terminó el Bachillerato y cuando fue a solicitar un acta de nacimiento para continuar los estudios universitarios se la negaron. Fue a la Oficialía de Higüey –donde fue inscrito al nacer– buscando información, y desde allí enviaron un oficio a la Junta Central Electoral en Santo Domingo en 2008. En el año 2011, el Tribunal de Primera Instancia de Higüey falló a favor de Moisés, ratificando que su acta de nacimiento fue entregada cumpliendo los requisitos legales establecidos. A pesar de que la jueza falló a favor, Moisés sigue teniendo las mismas dificultades: no puede tener libremente una copia de su acta de nacimiento sin que le argumenten que es hijo de haitianos, y no puede renovar su carné de identidad porque el país en el que nació y el estado del que se siente parte no le reconoce su derecho a la nacionalidad. Al igual que Moisés, actualmente 53.827 dominicanos se encuentran privados de este derecho y 79.943 personas nacidas en República Dominicana antes de 2010, de padres extranjeros, están bajo un limbo jurídico que los mantiene en apatridia. Esta historia nos recuerda la del pueblo de Israel, al que las pruebas del desierto y el acoso psicológico de sus acusadores sacudieron su estabilidad. Aun así permanecieron unidos en la fe y la esperanza de retomar sus vidas y recuperar lo que era suyo.