Reconciliación en Colombia: solo un paso basta
La reconciliación necesita de todos, pero alguien debe dar el primer paso. El perdón puede liberar espiritualmente a todo un país, pero alguno debe brindarlo antes… Por eso el Papa quiso viajar a Colombia. Porque ese primer paso puede acabar, de verdad, con 50 años de violencia. Es la «enfermedad del odio», que carcome demasiadas almas. Para contrarrestarla, Francisco realizó un maratón de misericordia y cercanía, dio cientos de abrazos y estrechó miles de manos. Y dejó un desafío de paz que los colombianos deben ahora asimilar
Lo dijo ya desde el primer momento, la mañana del 6 de septiembre, en su vuelo de Roma a Bogotá, donde inició su gira por cuatro ciudades colombianas (las otras fueron Villavicencio, Medellín y Cartagena). Antes de saludar a los periodistas que le acompañaron a bordo, el Pontífice dejó claro que su viaje tenía como objetivo «ayudar a seguir adelante en el camino de paz».
Lo ratificó un día después, en su primer gran mensaje a la nación. «La búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos», advirtió en un discurso a políticos y líderes sociales en el patio del palacio de Nariño, sede del Gobierno nacional. Francisco instó a huir de «toda tentación de venganza y búsqueda de intereses solo particulares», reconociendo al otro, sanando heridas y construyendo puentes, sobre todo cuando se hace más difícil el camino al entendimiento. «Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a 100 años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz», apuntó, parafraseando a Gabriel García Márquez.
Una gran fiesta popular
Pero las intensas sensaciones de estos días para el Papa habían comenzado antes, la tarde del miércoles 6, en su recorrido del aeropuerto de Bogotá a la nunciatura apostólica. Un verdadero abrazo de multitudes, una interminable fiesta popular que concluyó en la puerta de la embajada vaticana, donde fue recibido con bailes. «No se dejen robar la valentía, no se dejen robar la alegría ni la esperanza, y que nadie los engañe», pidió allí a los más jóvenes, recordándoles que también ellos pueden ser «héroes».
Un contacto con los jóvenes que se extendió un día después, en la plaza Bolívar de Bogotá, donde el Papa convocó a más de 20.000 de ellos a dejar que el sufrimiento de sus compatriotas «los abofetee y los movilice». Y los llamó, además, a no acostumbrarse al dolor y al abandono.
Con los obispos colombianos, Francisco decidió hablar en público. Lo hizo en la catedral bogotana, tras venerar la imagen de la patrona del país, la Virgen de Chiquinquirá, llevada especialmente para la ocasión. A los pastores les dejó un mensaje incisivo, como había ocurrido en su visita a México. Les recordó que la Iglesia debe estar a la altura del proceso de reconciliación del pueblo colombiano. Los instó a no medirse con el metro de quienes se ven solo como «una casta de funcionarios plegados a la dictadura del presente». Y les advirtió de que su misión no depende de «los halagos de los poderosos de turno». Porque –siguió– a la Iglesia «no le sirven alianzas con una parte u otra» sino «la libertad de hablar a los corazones de todos».
Un mensaje íntimamente relacionado con el discurso pronunciado ante los miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano, el máximo órgano de los obispos de la región, que tiene su sede en Bogotá. Ante ellos, el Papa trazó un horizonte de futuro y exclamó: «Por favor, [las mujeres]no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana».
Más tarde volvió sobre el tema de la reconciliación. Ante más de un millón de personas y bajo una intensa lluvia en el parque Simón Bolívar, celebró la Misa. Durante el sermón, pidió «disipar las tinieblas de la venganza» y cuidar la vida humana, sobre todo cuando es frágil y vulnerable. Su paso por Bogotá y las otras ciudades colombianas a bordo del papamóvil estuvo marcado por festivas multitudes. Con tan masiva presencia popular, los episodios peculiares se multiplicaron. En una ocasión, el vehículo blanco casi atropella a un feligrés que pretendió arrodillarse a su paso y en otra, la cantidad de peregrinos por poco sofoca al cortejo papal.
El domingo, en Cartagena, una imprevista frenada provocó a Francisco un aparatoso golpe que le inflamó visiblemente el pómulo y la ceja izquierdos. Él se dirigía hacia la casa de Lorenza Pérez, una voluntaria que diariamente alimenta a decenas de niños en el barrio de San Francisco. Allí fue medicado el Papa quien, al salir, dijo bromeando a los periodistas: «¡Me dieron una puñada!».
Reconciliación en Villavicencio
Postales de un viaje de incontables pequeñas y grandes historias, cuyo momento central tuvo lugar en Villavicencio, el viernes 8 de septiembre. Allí la paz fue el foco. Durante una Misa en la ciudad agroindustrial de Catama, Francisco aclaró que la reconciliación «no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia». En ese acto declaró beatos al obispo de Arauca, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, asesinado por el Ejército de Liberación Nacional en 1989 y a Pedro María Ramírez, sacerdote, muerto a machetazos en 1948 acusado de apoyar a los conservadores.
«La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, solo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona», siguió.
Palabras que retumbaron en el departamento del Meta, el que más sufrió la violencia guerrillera. Desde ese emblemático lugar, el Papa afirmó que reconciliarse no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos, ni tampoco legitimar las injusticias personales o estructurales.
Gestos coronados en el gran encuentro de oración en el parque Las Malocas de Villavicencio, donde Francisco pudo escuchar los desgarradores testimonios de cuatro víctimas de la violencia. Se mostró conmovido, instó a Colombia a llorar y a abrir el corazón a Dios, dejándose reconciliar. «No le temas a la verdad ni a la justicia», clamó.
Y apuntó: «Queridos colombianos no tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón, no se resistan a la reconciliación para acercarse y reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias; es la hora para desactivar los odios y renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno».
Antes de emprender su regreso a Roma, el Papa refrendó desde Cartagena de Indias su convicción: «Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes».
Pastora Mira cuidó del guerrillero –ya anciano y enfermo– que había asesinado a su padre cuando ella tenía solo 6 años y la llegada de la guerrilla y los paramilitares sacudió la vida de su pueblo, San Carlos (Antioquía). Después vino el asesinato de su primer marido. Y el de su hija Sandra Paola, secuestrada en 2001 por los paramilitares. Pastora tardó siete años en encontrar el cadáver.
La mujer, de firmes convicciones católicas, se negó a permitir que el rencor guiara su vida y desde 2004 comenzó a trabajar en la ayuda a familias de las víctimas de desaparición forzada (unos 60.000 en los últimos 50 años) y desplazados (más de seis millones). «Pero no todo estaba cumplido», prosiguió su relato. En 2005, los paramilitares asesinaron a su hijo menor, José Aníbal. «Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios porque, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor».
El Papa escuchó estas palabras visiblemente conmovido, igual que el resto de participantes en el encuentro de oración por la reconciliación nacional celebrado el viernes en el parque de Las Malocas, en Villavicencio. Presidía el encuentro el Cristo de Bojayá, mutilado en 2002 durante un ataque de la guerrilla, que lanzó un balón de gas contra un templo, provocando la muerte de, al menos, 79 personas.
Pastora mostró que, con ayuda de Dios, es posible «perdonar lo imperdonable» y ofreció su dolor a Jesús Crucificado «para que lo una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas cinco décadas en Colombia».
Antes de ella tomó la palabra otra víctima, Luz Dary, herida en 2012 por una mina. «Al principio –reconoció– sentía rabia», pero descubrió que «no se puede vivir del rencor».
Juan Carlos Murcia, antiguo comandante de las FARC que perdió una mano manipulando explosivos, resaltó la importancia de encarar la verdad sobre el mal cometido y aceptar «las obligaciones de la justicia». Deisy Sánchez, exparamilitar, habló de la necesidad de reparación a la sociedad y de dar a quien se ha equivocado «una segunda oportunidad». Ahora es psicóloga. Trabaja con población víctima de la violencia o en periodo de rehabilitación por drogodependencias.