A las 23:30, hora española, el Papa Francisco aterrizará hoy en Bogotá. Comenzará así un importante viaje a uno de los países con mayor potencial de crecimiento económico en América Latina, pero no solo. Colombia es un país de tremendos contrastes que tienen mucho que ver con su atribulada historia política y social, un país con élites culturales muy desarrolladas y tremendas bolsas de pobreza, con una enorme fractura entre las grandes urbes modernas y las zonas selváticas, y con la sombra pestilente del narcotráfico. Pero, sobre todo, es un país marcado por la traumática experiencia de más de cincuenta años de enfrentamiento armado con diferentes guerrillas, que ha dejado fuera del control del Estado inmensas regiones durante largos períodos, y ha sembrado un cúmulo de dolor y resentimiento que no va a desaparecer de un plumazo.
Francisco había dejado claro que sólo pisaría tierra colombiana cuando se hubiera aclarado la situación en torno a los acuerdos de paz con las FARC, la principal guerrilla del país. Tras la polarización vivida meses atrás en torno a esos acuerdos y el fiasco del referéndum, ahora el escenario parece despejado. A ello contribuye el alto el fuego recién acordado con la otra guerrilla que permanece activa, el ELN. En estas horas los obispos colombianos y los responsables de la Santa Sede han insistido en precisar que el Papa nunca ha sido mediador ni garante de estos acuerdos; lo que ha hecho siempre la Iglesia en Colombia ha sido alentar la negociación, el empeño de buscar la paz y la reconciliación, y en eso el apoyo de los sucesivos Papas, y concretamente de Francisco, ha sido decisivo.
El cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá, ha sido muy cuidadoso a la hora de delimitar las cosas: la Iglesia siempre ha apoyado y sostenido el empeño de buscar la paz, pero no ha sido (ni podía ser) un agente político que participara en la definición del contenido de unos acuerdos que han suscitado encendidos debates en la sociedad colombiana. También ha advertido que las cosas están lejos de haberse resuelto. Demos el primer paso es el lema del viaje de Francisco, y quiere indicar precisamente esto: «no se trata de dejar atrás la guerra, sino también de dejar atrás todo aquello que ha conducido a situaciones de inequidad, que han estado en la raíz de la violencia de Colombia, se trata de que la visita del Santo Padre nos ayude… a dejar atrás todos esos fangos que nos impiden caminar y a empezar, decididamente, la construcción de un país nuevo».
Seguramente ahí está una de las claves de esta visita, la tercera que un Papa realiza a tierras colombianas: se trata de profundizar las raíces de una paz que no puede consistir sólo en la rúbrica de un documento, que por lo demás no ha dejado de suscitar división. Como ya dijo San Juan Pablo II, «no hay paz sin justicia, y no hay justicia sin perdón». Así que el reconocimiento de la verdad de la historia (tantas veces dolorosa e incómoda), la construcción de la justicia que pueda sustentar una vida civil buena, y el desafío del perdón, después de tanta violencia, son asuntos candentes en los que la presencia y la palabra de Francisco pueden suponer una clarificación y un impulso sustanciales.
El diseño geográfico y temático ya expresa los acentos principales que Francisco quiere poner en su visita. En Bogotá el tema será Artesanos de paz y promotores de vida; en la capital tendrán lugar el encuentro con las instituciones políticas, pero también con la dirección del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y no olvidemos que «América Latina vive un momento crítico, un momento no precisamente positivo», según ha reconocido Guzmán Carriquiry, hombre de especial confianza para el pontífice en todo lo relacionado con aquel continente.
La jornada de Villavicencio, en el centro del país, tendrá como tema Reconciliación con Dios, entre los colombianos y con la naturaleza. Allí tendrá lugar un gran acto de oración en el que van a participar víctimas y exguerrilleros, y también se celebrará la beatificación del obispo Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el ELN, y del sacerdote Pedro María Ramírez. Ambos martirios ilustran el alto precio que la Iglesia ha pagado en Colombia por mantenerse fiel al Evangelio en medio de los conflictos. Ellos nos recuerdan que la verdadera paz no admite componendas ni atajos, necesita una tierra fértil en la que echar raíces, y ahí la tarea de la Iglesia en los próximos años será inmensa.
En Medellín el tema elegido es La vida cristiana como discipulado, para retomar el hilo de las sucesivas conferencias del CELAM y tomar el pulso a la situación eclesial y a la impronta misionera que Francisco quiere comunicar a toda la Iglesia. Por cierto, en Colombia también ha crecido un laicismo arriscado con pretensiones ilustradas, que tiene su reflejo en la vida social y política. De nuevo la cuestión de la evangelización de la cultura y el protagonismo civil de los laicos en esta nueva etapa que se abre se plantea como una de las mayores urgencias para la Iglesia en el continente de la esperanza. Por último el Papa recalará en Cartagena de Indias, donde la jornada estará centrada en la Dignidad de la persona y derechos humanos. Con toda seguridad Francisco abordará en ese escenario el primado de la caridad y su traducción histórica, con la memoria viva de lo que allí vivió San Pedro Claver.
El cuadro de desafíos que afronta Colombia es inmenso, y el propio Carriquiry advierte que reducir la presencia del Papa a un rol político sería un profundo error. El centro de la visita será el reclamo a un encuentro renovado con Cristo, el único que puede cambiar la vida personal y la convivencia social. Pero hace falta entender, ver y tocar que esto es más que una frase, que esto es ya un hecho desde el que se puede construir. Una vez más el Sucesor de Pedro no tiene oro ni plata (no tiene soluciones técnicas para los grandes problemas de Colombia) sino que trae el testimonio vivo del Resucitado, que es la fuente desde la que poder afrontar con inteligencia, humildad y paciencia las diversas circunstancias históricas.
José Luis Restán / Páginas Digital