Ignacio Echeverría: en monopatín hacia el cielo
«En estos duros momentos es bueno experimentar a este Dios en el que Ignacio creía», dijo el cardenal Osoro en el funeral del español asesinado en los atentados de Londres. Y del que supo llenarse, según el sacerdote Daniel Sevillano, «en la Misa dominical, en la confesión y en los grupos de Acción Católica»
Ignacio Echeverría por fin descansa en paz. Después de pasar cuatro días hasta que se confirmara su muerte, su cuerpo llegó a España el sábado. En la pista de aterrizaje le esperaba el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que entregó a la familia del difunto la Gran Cruz del Mérito Civil. Un día después, el joven fue enterrado en el cementerio de Las Rozas y ya el lunes, la parroquia del Corpus Christi —de la misma localidad— acogía su funeral. Ambos actos fueron presididos por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. «En estos duros momentos es bueno experimentar a este Dios en el que Ignacio creía. Precisamente por hacer sus obras perdió la vida», dijo el prelado madrileño durante el multitudinario funeral.
Echeverría murió intentando salvar la vida de otra persona. Era sábado por la noche. 3 de junio de 2017. Londres. Ignacio volvía de patinar cuando un tumulto en el puente de Londres le hizo detener su camino. Un policía estaba siendo atacado por un hombre. Sin pensárselo dos veces, agarró su monopatín y se lanzó contra el agresor, que resultó ser parte de un comando yihadista. El español encontró la muerte por la espalda, acuchillado por uno de los asaltantes.
El arzobispo de Madrid tildó de «impresionante» la actuación de Echeverría, que «ha sido víctima de un terrorismo organizado, que siembra el pánico, y que tiene entre sus causas la política y la ideología y que presenta aberrantes connotaciones religiosas». Sin embargo, continuó el cardenal, Ignacio «ve en el otro a un hermano y, a pesar del horror, va a ayudar a quien lo necesita». De hecho, el de Londres no fue el primer acto de valentía extrema del joven, que ya había salvado a su hermano Enrique de morir ahogado, poniendo su propia vida en peligro.
Muerte no improvisada
Para Daniel Sevillano, vicario parroquial de la Iglesia de San Miguel de Las Rozas la forma de morir de Ignacio «no es improvisada». La vida es un entrenamiento, explica, «y cada uno va poniendo en su interior los frutos de sus acciones». Ignacio, asegura Sevillano, «supo llenarse de valor y de solidaridad hacia las personas necesitadas».
El sacerdote conocía a Echeverría porque acudía habitualmente a su parroquia. El joven, profundamente católico, había recibido la fe de su familia y llevaba con orgullo tener un tío misionero: Antonio Hornedo, jesuita, obispo de los indios de la selva peruana, fallecido en 2006. «Venía a Misa y a confesarse», asegura a Alfa y Omega. Y «los dos años previos a que se marchara a Londres estuvo participando en los grupos de Acción Católica». Se entabló entonces un relación más cercana entre ambos.
«Era un chico tímido, noble. Se notaba su ascendencia del norte. La típica persona más bien callada pero buena, de fiar. Enseguida te manifestaba confianza. Era un joven normal que rezaba, se confesaba, venía a Misa, le gustaba el monopatín…», recuerda Daniel.
Al marcharse a Londres, Ignacio dejó de asistir a San Miguel. En la capital británica, trabajaba para el banco HSBC, en el que se encargaba precisamente de vigilar y prevenir posibles operaciones bancarias para la financiación del terrorismo.
La última vez que Sevillano coincidió con el joven fue en torno a Semana Santa. Pasaba en España unos días. «Vino a la Misa dominical y después estuvimos hablando. Me contó cómo le iban las cosas. Estaba contento. Le vi ilusionado».
Testimonio para los jóvenes
La vida de Ignacio «también es un testimonio muy grande para los jóvenes», según el vicario parroquial de San Miguel. «En un mundo en el que a veces nos parece que cada uno va a su bola, que es individualista, Ignacio nos enseña a ver en el otro a un hermano, a preocuparnos incluso por el que no conocemos». Y, desde el punto de vista de la fe, «es un ejemplo de cómo la vida cristiana muchas veces se vive anónimamente en ámbitos muy normales como puede ser un banco, en el trabajo, en la familia, con los amigos, en la pista del monopatín, pero que aflora cuando uno tiene que dar un paso adelante». Ignacio lo dio, sobre su monopatín, para enfrentarse contra el terrorismo.