«Deslumbrado por la magia del pincel de Antonio López fui de los primeros en acercarme a su obra. ¿Para qué? ¿Y quién lo sabe? Yo buscaba algo, una muestra, una aproximación a su genio. Después aspiré a un recuerdo. En mi expectativa ávida llegué a proponerle: “Lo que tú quieras, Antonio. Una interrogación, mis iniciales firmadas por ti. Algo”».
El pasado domingo, haciéndonos eco de aquella solícita petición que Miguel Delibes hizo al maestro Antonio López, nos hemos acercado a él en el marco del EncuentroMadrid, que ha tenido lugar en la Casa de Campo bajo el lema Heridos por la Belleza. También nosotros hemos ido a buscar esa «aproximación a su genio» que nos dejara heridos por su arte.
Como las pinceladas de sus cuadros, sus palabras revelan con franqueza una visión del mundo que trata de reflejar en su obra. Si el arte es arte debe ser un reflejo de la verdad, no se puede reducir simplemente a una representación exhaustiva de lo que se encuentra frente al lienzo, propia de un pintor realista, sino que requiere la capacidad de contar lo que no se ve a través de lo que se ve. ¡Quién podría pensar que su obra buscara la abstracción de las emociones y los valores escondidos bajo la piel de la apariencia! ¿Acaso no son ellos el sentido de trascendencia del que nos hablan las cosas con un sigiloso susurro?
En un mundo como el nuestro, los hombres somos consumidores de imágenes que nos ofrecen la falsa ilusión de estar en todos los sitios a la vez, la ingenua creencia de conocer todo lo que otros están haciendo, de creer adueñarnos de la esencia de todo lo que con nuestros móviles fotografiamos, y, en cambio, nos sentimos más extraños que nunca. Miramos y no vemos porque, como decía Chillida, «el ojo ve cuando está lleno de lo que mira», y nosotros solo vemos la apariencia, no lo que se esconde tras ella.
Los ojos de Antonio López ven como los del escultor donostiarra. Por eso no tiene prisa por pasar a otra escena diferente; la que pinta merece toda su dedicación titánica, ni siquiera tiene miedo a repetir, volver hacia atrás, retomar todos los días la fatiga del trabajo y de la vida… porque, como él apuntaba en el encuentro, «todo hombre que busca expresarse hasta el límite de sus posibilidades tiene que corregirse continuamente».
Qué paradoja cuando la belleza –que es reflejo de la verdad– nos hiere, nos hace estar más vivos de lo que estábamos antes.
José María Blanco
Profesor de Secundaria y Bachillerato